Por cuestiones de la vida, accidentes y muertes terminé viviendo con mi abuela. Desde que murió mi abuelo, ella vivía sola en una casa pequeña, en un pueblo con población media. Se dedicaba a vender suministros para aves, en el patio trasero tenía un palomar donde criaba palomas blancas, sólo eran blancas, de ningún otro color, nunca supe la razón del por qué ese color aunque una vez me atreví a preguntarle a mi abuela, a lo que me respondió -el color no importa, lo que es bueno, es bueno, así sea negro y viceversa, Manuel… así que efectivamente nunca supe el por qué ese color.
Las alimentaba una sola vez al día pero pasaba horas en el palomar, no sé qué hacía porque ella no dejaba ni siquiera que asomara mi sombra por ese lugar. Cuando salía y entraba a la casa para la cena siempre decía cosas como -La muerte nos sigue a cada rato, nos mira, nos da la vuelta, se aleja, se acerca y cuando nos toca, nos toca… pero en su voz se dejaba notar sutilmente un hilo de intriga…
Cada cierto tiempo antes de la cena soltaba una, mi abuela se paraba en la puerta del palomar con una clara bohemia; (así era como les llamaba a sus palomas), en el brazo, -Ve y haz lo tuyo -le decía, mientras levantaba el brazo y la bohemia abría sus alas, las aleteaba para luego volar y perderse en el cielo de esa tarde. Eso lo veía sentado en la veranda de la casa y cuando mi abuela se acercaba salía corriendo hacía dentro, me sentaba en la mesa listo para cenar. Mi abuela entraba, servía la cena en silencio y mientras cenábamos me decía, -Cuando uno le envía una mensaje a alguien no se sabe para quién trabaja, si para Dios o para el Diablo, yo a eso respondía bajando la cabeza y atragantándome de comida porque no entendía. Esos días yo los llamaba “día de liberación repentina”.
La paloma siempre regresaba en la mañana y mi abuela la esperaba en el patio, antes de llevarme a la escuela; yo me sentaba en la misma veranda y veía cómo llegaba, volvía cansada, agobiada, hasta el plumaje le cambiaba como si hubiera llevado el peso de algo en todo el viaje. -Ya vas a descansar clarita, ya vas a descansar -le decía, la metía en al palomar y al rato salía. -Vamos, ahora sí Manuel, se hace tarde para tu escuela.
Mi abuela era cálida conmigo, de esas abuelas que te da sopita cuando te enfermas y te besan la frente todas las noches antes de dormir, sólo que cuando se trataba de sus “claras bohemias”, todo era misterioso, hermético, su rostro se ponía más serio.
Ella no trataba con mucha gente del pueblo porque muchos no entendían esa obsesión de mi abuela por las palomas y las personas suelen alejarse de lo que les parece raro, incluso de otra persona, pero tenía un buen amigo que un día nos fue a visitar, el señor Jesús, así se llamaba, bueno así le decía mi abuela y yo también. Ése día mi abuela preparó una rica cena, pasta a la carbonara y jugo de uva y luego de la cena su amigo me entretenía con divertidas historias de zombies. Me decía que los zombies algunos eran vegetarianos, que si veía uno no tuviera miedo porque no todos van a querer comer mi cerebro, que él había visto uno y le dio una lechuga a cambio de su cerebro, en eso mi abuela interrumpió -Ya es tarde Manuel deberías irte a dormir, el Señor Jesús y yo debemos platicar algo antes de que se vaya. -Mmm, está bien, me levanté, me despedí y antes de subir las escaleras voltee y dije -Debería llevarme una lechuga a la cama por si me visitan los zombies. Mi abuela y el Señor Jesús se rieron, y yo subí las escaleras. No supe de qué hablaron esa noche.
Días después de esa visita una tarde mi abuela me dijo que la acompañara al patio, bajamos la veranda en silencio, yo caminaba mirando al suelo hasta que llegamos al palomar, justo frente a la puerta, -Espérame aquí Manuelito, -me dijo, rato después regresó con una paloma entre las manos. Cerró la puerta. Colocó la paloma en su brazo y levantó la vista al cielo, pude ver sus ojos brillosos, esos mismo que recuerdo levemente haberle visto el día del entierro de mis padres o por lo menos parecido… La paloma no quería volar, aleteaba y aleteaba pero se negaba a despegar… Mi abuela me tocó el hombro y me dijo -Es difícil enviarle un mensaje así a un amigo… Porque la muerte no es sólo cosa del infierno sino también del cielo. -Ve y haz lo tuyo Clara Bohemia…
(Colaboración especial de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, para La Crónica de Hoy Jalisco).
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