Nace en Ciénaga del Rincón de Mata, Jalisco, el abogado Francisco Primo de Verdad y Ramos, precursor de la Independencia de México y protomártir de la causa libertaria.
Hombre de gran talento y preparación, en su vida profesional se desenvolvió en las altas esferas políticas de la Nueva España. Trabajó como abogado de la Real Audiencia y prominente en el Colegio de Abogados. Además fue síndico en el Ayuntamiento de la Ciudad de México en el año de 1808.
En el Imperio privaba un vacío de poder ocasionado por la invasión francesa a España. Carlos IV y su hijo Fernando VII no supieron sobrellevar la crisis y en una mala jugada política terminaron ambos entregándole la corona de España a Napoleón Bonaparte, quien ya se la tenía reservada a su hermano, José Bonaparte.
Ningún novohispano, so pena de ser tachado de traidor, se atrevió a reconocer a José Bonaparte como su rey. El pueblo mexicano le era totalmente leal a Fernando VII. El punto de discordia se situaba en aceptar o no a las Juntas Gubernativas, como la de Sevilla, que tras la usurpación pretendieron asumir, en nombre del rey de España, la soberanía del Imperio.
El virrey José Iturriaga, el síndico Primo de Verdad y el regidor Francisco Azcárate incitaron a los novohispanos a no reconocer a ninguna de estas juntas, por muy probada que fuera su lealtad a Fernando VII y proponían, en cambio, la formación de un gobierno provisional e independiente que se disolvería al restablecerse el orden y la legalidad política en España.
Este proyecto fue puesto a consideración de una junta convocada por el virrey para el 9 de agosto de 1808, a la que asistieron los miembros de la Real Audiencia y otros destacados funcionarios, clérigos y militares novohispanos.
El virrey no encontró los términos ni los argumentos para convencer a los citados. Desalentado por el rechazo casi unánime a su propuesta, le cedió la palabra a Primo de Verdad. El síndico tuvo la palabra y con ella la oportunidad de eternizar su memoria y de trascender en la historia.
No le resta mérito alguno a su intento, el que sus patrióticas razones hayan sido refutadas fácilmente por los oidores, cuya lealtad a España rallaba en la intransigencia. Los oidores fueron rápidos y categóricos a la hora de interpelar a Primo de Verdad, al que le hicieron saber que cometía un grave error al afirmar que al faltar el monarca la soberanía recaía en el pueblo y que, por tanto, los súbditos podían, ante tal eventualidad, nombrar a través de sus representantes un gobierno provisional cuya legalidad jurídica quedaría sustentada en las Leyes de Partida.
Una conspiración encabezada por Gabriel Yermo terminó con el gobierno de Iturriaga. Las nuevas autoridades no olvidaron la osadía de Primo de Verdad; lo mandaron encerrar en la cárcel del Arzobispado donde murió en situaciones por demás extrañas. Jamás se aclaró si su muerte se debió a un accidente o a que sus resentidos captores, haciendo de lado la ley, lo ahorcaron o envenenaron. Es por ello que Primo de Verdad recibe de la historia el calificativo de protomártir de la Independencia.
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