Cronomicón

Cuento de la SOGEM

Subidas y bajadas

¡Vaya, una parada más! Ya voy repleto, aun así, el conductor tiene que cumplir con su cuota, suben ocho personas, aunque bajan cinco, menos mal, una de las que subieron es conocida del chofer y se ponen a platicar.

—Y qué tal, ¿cómo sigue el compadre?

—Todavía está en el hospital, en el Civil, ya que no tenemos seguro, aun así, nos ha salido caro.

—Pues, ¿qué es lo que tiene?

—Al principio no le hallaban, tuvieron que hacerle muchos estudios.

—¿Oh qué mi compadre, pues cómo fue que empezó?

—Comenzó con mucha tos y nada que se le quitaba, primero fuimos a un Centro de Salud, ahí le recetaron un jarabe y antibióticos, pero nada, seguía con la tos, por eso mejor nos fuimos al Civil, después de muchos estudios resultó que traía una bacteria en los pulmones, una de esos nombres raros. Lo comenzaron a tratar con diferentes medicamentos, nebulizaciones, y algunos otros tratamientos lo bueno que el oxígeno ya le marca 83 cuando llegó al hospital tenía 58, pero ahí la lleva, bueno compadre, yo me bajo aquí.

—Saludos al compadre, que se mejore.

—De su parte, gracias.

Cuento de la SOGEM

Paro una vez más, baja la comadre algunos más, y otros suben. Entre las que suben es una mujer joven con una niña en brazos, afortunadamente alguien le cede el lugar y se sienta.

—¡Qué bonita niña! —comenta la mujer de al lado.

—Gracias.

—¿Qué edad tiene?

—Tres años.

—¿Ya, a descansar?

—Sí, saliendo del trabajo, la recojo de la guardería, y sí, ya vamos a casa.

—¿En qué trabaja?

—Soy enfermera, trabajo en una clínica privada.

—Un trabajo muy sacrificado, de mucho servicio, pero muy importante de esos que parecen invisibles, pero cuando falta la enfermera, los médicos no saben qué hacer.

—Sí, en verdad es difícil y, más ahorita, que todavía mi niña esta chiquita, la tengo que dejar muy temprano en la guardería. Y con este frío, tengo que cuidar que no se me enferme.

—Bueno, aquí bajo, con permiso, hasta luego, que le vaya bien.

—A usted también, cuídese.

—Sí, gracias.

—La parada, por favor.

En el asiento de atrás viene una niña como de ocho años, a un lado su madre; la niña tiene síndrome de Down, pero es extraordinario como su condición le permite disfrutar el viaje más que a los demás pasajeros, pasamos por una fuente y se maravilla al mismo tiempo que dice “Agua, agua”, con una risa cristalina, después por una escultura de caballos, se asombra al mismo tiempo que los nombra, así como a los carros los va nombrando por su color “verde, rojo, azul, blanco…”. Al mismo tiempo que se admira de todo; para ella todo es sorpresa, los árboles, las luces, los semáforos, no cabe duda que el mundo se ve diferente a través de unos ojos inocentes, se levantan, se dirigen a la puerta para bajar.

—La parada, por favor, gracias.

Al mismo tiempo que sube un hombre como de cincuenta años, hablando por teléfono.

—¡Hey, cabrón!, ¿dónde andas?, acompáñame a curármela, me pasé casi toda la noche en la “peda”, ándale vamos por ahí, no la chingues, hazme el paro, bueno, ni modo, hasta luego.

Con la misma voz estridente y con un horrible tufo de borracho, siguió haciendo varias llamadas hasta que consiguió quien lo acompañara.

—Bien entonces ahí nos vemos, para seguirla.

Mientras el chofer, a pesar de que ya no cabe ni un alfiler, sigue diciendo.

—Recórranse para atrás, en medio está vacío.

Sí, cómo no. Ahora veo cómo una chica se acerca al chofer, y le dice que un hombre la viene molestando. Increíble, pero le hace caso, respondiendo.

—No se preocupe, ahorita encontramos un policía.

Efectivamente encuentran uno, se detiene le habla, al mismo tiempo que cierra las puertas de atrás, la chica señala al hombre que la molesta y, por inaudito que parezca, el policía lo baja y se lo lleva, la chica se tranquiliza y continúa su camino en el camión.

Yo continuo mi camino, con las personas y sus historias que suben y bajan.

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