La migración se puso en escena en el interior del LARVA a través de dos cuerpos danzantes interpretados por Almendra Vivanco, que además es dramaturga, y Miguel Gotti, codirector de la obra de la mano de Lizbeth Herrara, bailarina que en entrevista previa compartió la importancia de transmitir emociones mediante los movimientos corporales.

En el interior de la sala atisbé a los artistas en el centro del escenario preparándose para la función que daría inicio en breves minutos, mientras tanto, una inmensa bocina colocada al costado rezaba el murmullo de un bebé.
Las luces se apagaron y el escenario resplandeció en un tono amarillo cálido que develó a una pareja cuyo mundo se construía a partir de doce ladrillos que, a lo largo de la obra, fungieron como los cimientos de un hogar, una batalla, una familia.
Almendra, en su papel de esposa atacó a Miguel Guti con palabras lacerantes, aseverando que el movimiento constante, el llegar y no pertenecer, la falta de papeles, la legalidad ilusoria la tenían cansada, por otro lado, Miguel, simulando un hombre paciente y apasionado le respondió con promesas, ilusiones y esperanza, asegurando que el próximo lugar sería “perfecto”.

La discusión giró en torno a un florero, ese que convierte, de la noche en la mañana, una casa en un hogar y que, sin quererlo (o sí), Almendra lo olvidó en el último lugar del cual tuvieron que huir al verse obligados a vivir escondidos y corriendo por su condición de migrantes.
En la obra “Migraciones: danzan de los estorninos” el desarraigo se presenta como un dolor que, como espectadora, percibí en cada parte de mi cuerpo. Me sorprendí a mí misma con un gesto derruido por la preocupación y un entendimiento sororo hacia el personaje de Almendra quien, cuando logra sentirse en paz en un lugar, su pareja la insta a seguir danzando –momento impresionante cuando unen sus cuerpos y simulan un viaje– y pensé entonces en la migración con privilegio, es decir, cuando se puede ir a un país considerado del “primer mundo” y encima viajar en avión, con los papeles, con un trabajo, en busca de una mejor calidad de vida.
El personaje de Miguel pone sobre la mesa que la migración no suele ser por gusto, sino más bien una necesidad por el dolor, la guerra, la falta de oportunidades, mientras que la mujer presenta que también se puede viajar por ensoñaciones y salir del tedio de una vida rural.
No se dice explícitamente a dónde migran, lo que considero un acierto puesto que el espectador puede sentirse mucho más identificado al traspasar sus propios ideales a los personajes y preguntarse sus propias migraciones internas. Pensé entonces, en la oscuridad absoluta y el escenario con dos cuerpos, si nos enseñan desde jóvenes a marcharnos de nuestro hogar porque no existe otra solución o si se trata de una idea colectiva de que, al menos en latinoamérica, no hay futuro que alcance.

La obra termina con una huida que duele mucho más que las anteriores puesto que, por primera vez en todos sus viajes, parecían haber encontrado un hogar.
Como últimas palabras después de los aplausos de la audiencia, Miguel Gotti señaló que “Todos somos migrantes” y junto a Lizbeth Herrera y Almendra Vivanco señalaron la importancia de abordar esta situación en distintos espacios.