Cronomicón

Cuento de la SOGEM

Recursos Humanos

Era uno de esos días en los que además de aburrida, estaba triste, mucho. La melancolía le subía lentamente desde las puntas de los dedos de la mano derecha, con la que sellaba los documentos que le iban pasando, le corría por las venas, la sentía hormigueándole como una gota de miel espesa y dulce, recorriendo cada poro de su piel. Y ella sellaba. En cada sello parecía dejar una partícula de esa melancolía, pues las personas que tomaban el documento se iban con una sensación de tristeza inexplicable.

Me he sentido así desde que abrí los ojos -se dijo Eva-. A pesar del café, del baño frío, la música de Queen en el auto y las ganas de sentirme alegre, allá muy en el fondo de mi alma, comienza a crecer poco a poco la tristeza. No basta con que mi trabajo a veces me aburra soberanamente. La verdad es que me deja mucho tiempo para pensar. Imaginar viajes que nunca he hecho, planear encuentros que nunca tuve, crear historias que nunca he vivido. Eso me entretiene. Pero de cuando en cuando, me atrapa la aflicción.

Cuando Eva está triste, se abandona con parsimonia a esa sensación, como si fuera derritiéndose lentamente. Como el azúcar puesta al fuego. Sus movimientos se aletargan y a sus ojos los cubre la mitad del párpado, por más que lo intenta, no se abren completos. Llega a su escritorio y comienza a sellar archivos, uno a uno y es entonces que empieza a disfrutar. Teje en su mente las historias más amargas y trágicas que puedan ocurrírsele, las lágrimas le brotan lenta y silenciosamente mientras sella.

Cuento de la SOGEM

Hoy algunos de los sellos quedaron un poco borrosos pues ocasionalmente caían algunas lágrimas sobre el cojín de tinta, lo bueno es que son tantos que nadie los revisa uno por uno. -Mañana será otro día y seguro amaneceré espléndidamente- se dijo Eva intentando animarse. Nunca he tenido dos días de tristeza seguidos, casi siempre se va desvaneciendo mientras lloro. Lo malo es que en la oficina, todos se ponen lúgubres. De regreso a casa me detengo en la panadería y compro una bolsa de pan dulce. Lo voy comiendo en el trayecto y la alegría comienza a cosquillear dentro de mis venas.

Eva amaneció contenta, recuerda que soñó que los sellos volaban por toda la oficina y ella y sus compañeros los perseguían con redes para cazar mariposas, todos reían a carcajadas. Desayunó el último de los panes dulces comprados ayer y un café con mucha azúcar. En el trayecto al trabajo cantaba a todo pulmón Crazy Little Thing Called Love. Los sellos no volaban, pero ella seguía con esa imagen en la cabeza y una enorme sonrisa en su cara. Además de estampar el sello en los archivos, añadía una carita sonriente justo en medio y las personas que se llevaban el documento sentían que las embargaba la alegría.

Lo malo de los días alegres y divertidos es que pasan demasiado rápido, siento que me hace falta tiempo para disfrutarlos. Además, de tanto imaginar historias alegres que no he vivido, viajes que no he realizado y películas que no he visto, al final me queda mucho trabajo pendiente, muchos expedientes sin sellar y sin que pueda estamparles su carita sonriente. Entonces, al final de la tarde me comienza una angustia que va creciendo de a poco y para la hora de la salida soy un manojo de nervios y torpeza. Varios expedientes echados a perder, pues les puse el sello equivocado y la mirada de mi jefe clavándose sobre mi nuca no ayuda para nada.

Se fue a casa preocupada pues al salir le avisaron que al día siguiente tendría una cita en Recursos Humanos. Favor de ser puntual. Durante el transcurso de regreso fue imaginándose las mil causas que podrían tener para llamarla. La radio apagada y ni siquiera se detuvo en la panadería. Tuvo que conformarse con unos Pingüinos Marinela que compró en una tiendita cerca de su casa. Soñó que los sellos la perseguían a todos lados, por más que intentaba esconderse o esquivarlos, la seguían, aparecían enfrente de ella o caían sobre su cabeza. Amaneció con una jaqueca horrorosa.

-¡Dios, qué cara que tengo! -pensó Eva- Espero que se me quite lo hinchado de los ojos si me ducho con agua bien fría. Voy a escuchar todo el camino Radio Ga Ga, que siempre me pone de buen humor, a ver si se me quitan los nervios por la entrevista. También le voy a agregar el doble de azúcar al café para tener más energía. Este vestido me va a levantar el ánimo, siempre me ha encantado el rojo, además me queda lindo. Quizá los impresione.

Eva salió de la entrevista desencajada, abatida, sin trabajo y con la recomendación de acudir a un siquiatra. Tuvo que pasar a recoger sus cosas a su escritorio. Se dirigió hacia su oficina cabizbaja y para colmo el elevador no funcionaba, lo cuál hizo desistir de acompañarla, al voluminoso guardia que la escoltaba. El azúcar, el café y el hermoso vestidito rojo comenzaron a surtir efecto mientras subía las escaleras hasta el doceavo piso. Los flecos que tenía el vestido en el dobladillo le hacían cosquillas en las corvas, de ahí se transportaron a sus venas produciéndole una agradable sensación de euforia, haciéndola sentir unas enormes ganas de bailar. Pronto esa alegría le cosquilleaba por los dedos y comenzó a efervescer por cada una de sus venas. Sus compañeros la escucharon cantar Show Must Go On a todo pulmón, mientras bailaba y estampaba sellos por toda la oficina.

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