El Santuario de Guadalupe se viste de fiesta. La devoción de un pueblo se deja sentir para abarrotar el recinto. No importa el frío, ni la espera. La fe supera por mucho los obstáculos. En Guadalajara es toda una tradición cantarle las mañanitas a todas las “Lupitas”, pero sobre todo a una, la madre de todos los católicos, la Virgen de Guadalupe.
El altar se llena de flores y la imagen de la virgen parece sonreír. Llena de regocijo recibe a los que fueron a visitarla, pedirle favores o agradecerle un milagro. La fe mueve montañas y esta es una muestra además, de cariño incondicional. Entonar las mañanitas en su día, es sólo una parte del festejo, ya que muchas de las canciones que también se cantan, principalmente de la música regional mexicana, encajan en sus letras con la devoción guadalupana.
Muchos llevan flores, otros únicamente una gran emoción y toda la disposición para esperar hasta la media noche, afinar la garganta y comenzar a cantarle. Acuden familias anteras, bien abrigadas para resistir las bajas temperaturas. Antes de ingresar, o a la salida, no pueden faltar los antojitos de la temporada, y los buñuelos con atole encabezan la lista. También hay tamales, elotes con chile o crema y queso, así como los churros rellenos o azucarados.
Podría pensarse que las obras de la Línea 3 del Tren Ligero han producido una baja en la asistencia a las mañanitas, pero la fe mueve montañas, con mayor razón una calle cerrada. El Santuario se atiborra. Luce colorido, iluminado, festivo. El agradecimiento es uno de los mayores dones, y esta es una fecha especial para practicarlo. “Lupita” está de fiesta, y aunque en México haya muchas de sus tocayas (en su honor), sólo hay una a la que se le rinde tributo, a la que se le canta con amor, a la que se le celebra desde el corazón.
(Fotos: Andrea García)
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