Hace unos meses, una empresa mexicana con más de veinte años en el mercado anunció su cierre definitivo. No fue por pérdidas económicas, ni por deudas impagables. En los papeles, su rentabilidad seguía intacta. Pero al interior, algo se había roto: los líderes más valiosos se marcharon, los clientes comenzaron a desconfiar, y la cultura que los distinguía se fue diluyendo entre recortes, decisiones cortoplacistas y una visión cada vez más borrosa del futuro. Murió de algo que no aparece en los estados financieros: desconexión.
Durante décadas, aprendimos a evaluar una empresa con fórmulas precisas: retorno sobre el capital, márgenes operativos, rendimiento por acción. Eran cifras elegantes, aparentemente objetivas, que convertían lo complejo en lo medible. Y no es que estén mal. Pero hoy, en un mundo donde la economía se construye tanto con confianza como con capital, esos números ya no alcanzan para contarlo todo.
Ya lo vimos antes. En los años 80, cuando Japón crecía con fuerza, muchas empresas occidentales comenzaron a replicar su enfoque en calidad y procesos. Lo que no entendieron fue que detrás de esa eficiencia había una filosofía de largo plazo, de respeto por el conocimiento, de vínculos sólidos entre trabajadores y empresas. Adoptaron los sistemas, pero no el espíritu. Y muchos fracasaron, no por fallas técnicas, sino por no comprender que lo intangible también importa.
Lo mismo ocurre hoy. Una empresa puede mostrar resultados trimestrales brillantes mientras pierde a su gente más talentosa. Puede recortar en innovación para maquillar su EBITDA, mientras sus competidores ya están trabajando en la siguiente disrupción. Puede tener una campaña publicitaria exitosa, pero perder el cariño silencioso de sus consumidores de siempre. Todo eso pesa, aunque no se vea. Y a veces, lo que no se mide, termina siendo lo que más importa.
En el fondo, lo que está en juego es cómo entendemos el valor. ¿Es simplemente ganancia financiera? ¿O también es aprendizaje acumulado, redes de confianza, coherencia entre lo que se dice y lo que se hace? Cuando una marca inspira, cuando una comunidad defiende a una empresa frente a una crisis, cuando los empleados sienten que están construyendo algo con sentido… eso también es rentabilidad, aunque no se exprese con el mismo lenguaje.
Con esa intuición nació MIRÉA, un modelo desarrollado por el analista financiero, economista y empresario Emilio Moreno Plascencia, precisamente para ampliar la forma en que medimos la rentabilidad. Porque una empresa no es solo un balance; también es su gente, sus decisiones estratégicas, la emoción que genera su marca y la forma en que se relaciona con el mundo. MIRÉA propone cinco dimensiones: la financiera, sí, pero también la del aprendizaje organizacional, la del ecosistema que rodea a la empresa, la del vínculo emocional con su comunidad, y la del tiempo estratégico, ese que muchas veces se sacrifica en nombre de resultados inmediatos.
Lo interesante es que, al aplicar el modelo a empresas reales, las diferencias se hacen visibles. Apple, por ejemplo, no solo sobresale por su rendimiento financiero, sino por la solidez de su marca, la fidelidad de sus usuarios y su visión de largo plazo. JPMorgan, en cambio, muestra buenos números, pero flaquea en conexión emocional, cultura interna y proyección a futuro. Walmart queda en un punto intermedio, con fortalezas en reputación, pero desafíos en innovación. Todo eso, que el ROE por sí solo no puede capturar, emerge con claridad a través del MIRÉA.
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Esto nos lleva a una pregunta mayor: ¿cuáles son las estructuras que sostienen realmente a una empresa? Más allá de sus activos físicos, lo que la hace resistente son sus intangibles: su cultura organizacional, su capacidad de adaptación, la credibilidad que ha sembrado. En un entorno donde la tecnología cambia rápido y la competencia es global, la ventaja ya no es tener más, sino entender mejor.
Imaginemos por un momento un futuro cercano donde las empresas que no inviertan en relaciones humanas, en propósito, en aprendizaje, empiecen a caer sin aviso. No por crisis espectaculares, sino por erosión constante. Clientes que se van sin quejarse. Empleados que se quedan, pero ya no creen. Proveedores que ya no apuestan. Y de pronto, una compañía que parecía fuerte se vuelve irrelevante. Todo eso es posible si seguimos midiendo solo lo visible.
Algunos actores ya lo intuyen. Fondos de inversión que analizan la solidez emocional de una marca. Gobiernos que priorizan licitaciones con criterios de impacto social. Consumidores que exigen coherencia, no solo precio. Pero todavía hay muchas decisiones que se toman con métricas incompletas, como si manejar una empresa fuera simplemente resolver una ecuación.
Por eso necesitamos nuevas formas de ver. MIRÉA no viene a reemplazar el análisis financiero tradicional, sino a complementarlo. Es una herramienta para entender mejor, para anticipar riesgos, para decidir con más contexto. Porque si una empresa es mucho más que sus números, su evaluación también debe serlo.
Al final del día, hay cosas que no caben en una celda de Excel. Como la confianza. Como el propósito. Como la forma en que una empresa mira al futuro y decide caminar con otros. Medirlas no es fácil, pero ignorarlas es mucho más costoso. Porque si queremos construir economía con alma, tenemos que aprender a ver más allá del balance.

Acerca del autor: Emilio Moreno Plascencia, originario de Guadalajara, es economista en formación con trayectoria marcada por el emprendimiento social y la divulgación financiera. Cofundador de LaKobá, Finca Don Emilio y Valentina Superfoods, combina su pasión por las finanzas con un enfoque humanista. Ha estudiado en México, Italia y Portugal, habla 6 idiomas y escribe sobre economía y mercados financieros para medios de México y Brasil. Ha presentado su visión en foros internacionales y estudia Economía en Milán, con especializaciones en finanzas por la UNAM, Yale y Universidad de Palermo.