In memoriam Raúl Padilla
La Universidad cumple 99 años, es hora ya de que afilemos el lápiz y demás instrumentos para conmemorar (traer a la memoria) y celebrar (hacer una fiesta) tan fausto aniversario de una institución que, sin cacarearlo, fue declarada “benemérita” con méritos sobrados.
Hay por ahí otras que no se apean la designación de “benemérita”, como si “fuera de pila”, a pesar de que resulta un tanto dudosa.
Hay también otras varias instituciones que se consideran así, “universidades” pero todas requieren de calificativos y apelativos para dar señales de vida, en virtud de que incluso las hay, que su condición no corresponde al calificativo de “universal”.
Mi universidad, pues de ella provengo, fue fundada el 12 de octubre de 1925 por una pléyade de jaliscienses, entre los cuales se hallaban quienes se acusaban a sí mismos de “bohemios” y así se los recuerda con orgullo.
Estaban capitaneados por José G. Zuno, a la sazón gobernador, pero hubo varios y varias más, entre los que destacó Enrique Díaz de León, quien fue rector tres veces: al ser inaugurada, en la fecha referida, por un lapso pequeño; una segunda un poco más larga y la tercera, siete años después de su fundación.
Sus primeros años fueron de gran zozobra, incluso fue cambiado su estatus durante un cuatrienio, convertida en Dirección de Estudios Superiores, y vuelta a restaurar bajo el rectorado de Constancio Hernández Alvirde, de muy feliz memoria.
Sus autoridades han sido de todo tipo, aunque mayoritariamente de prestigio social y profesional, sin embargo no han faltado algunas épocas negras, que no han dejado de dañar su reputación y conseguido el rechazo de sus similares...por fortuna las últimas tres décadas y media ha navegado con muy buen viento y el resultado es que ahora se trata de una de las mejores instituciones educativas del país.
Por ello podemos en verdad felicitarnos.
Lo que me sigue repugnando es que haya dizque universitarios que la consideran prolongación de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, de muy triste memoria, que duró poco tiempo, su influencia en el desarrollo cultural de Guadalajara fue mínimo, por no decir, casi nulo, dado además el caso de que el significado de “universidad” hace 200 años tendía más a ser lo que ahora llamaríamos un claustro: un espacio cerrado.