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Taylor Caldwell, escritora y periodista inglesa, cae en cuenta de que cuando los instintos naturales llegan a ser peligrosos, entonces deben ser controlados

La naturaleza del miedo

Si hablamos de nuestro entorno, podemos describir las convivencias basadas en la inercia del comportamiento social; podemos referirnos a acciones predeterminadas como respuestas a un evento común, causas impregnadas de una naturalidad basada en la pura casualidad de lo que vivimos día a día, ¿cómo definimos esto?

Lo llamaría Naturaleza Humana, una forma establecida de comportamiento, de reacción, de instinto.

Día a día los seres vivientes confrontan su exposición ante un espacio que influye en sus interacciones, hábitat social. Que esta hábitat en sí misma se denomina vida es el parteaguas de la inscripción interactiva de cada individuo. Eso que el hombre define como el propio “instinto de supervivencia” que mueve la cadena alimenticia animal, es el mismo factor que maneja la sociedad humana en toda controversia. Cada acto que naturalmente es facultado, es parte del mismo instinto que el ser vivo lleva interno, empujándolo hacia el inherente sentido de supervivencia, del que cada hombre es víctima.

Si lo definimos de esta manera, es común la presencia de contrariedades actuales en nuestra sociedad que se oponen a la clara idea de que el ser humano se mueve en búsqueda de la supervivencia, en sí por instintos naturales característicos del humano; Taylor Caldwell, escritora y periodista de gran prestigio en Inglaterra durante el siglo XX, en su novela “Médico de cuerpos y almas”, cae en la cuenta de que cuando los instintos naturales llegan a ser peligrosos, entonces deben ser controlados.

Caldwell se cuestiona ¿Qué es lo normal ¿El mundo? Se debe disciplinar uno mismo para derrotar las pasiones mundanas, o un hombre no es más que una bestia.

¿Y qué es lo normal? ¿El mundo? Parece cuestionarse las nociones de “normalidad” que existen en nuestro mundo. Caemos en una reflexión sobre cómo la sociedad define lo que es “normal” en relación con los instintos y conductas humanas, sugiriendo una crítica hacia los estándares del mundo versus los principios divinos y morales. Hablando de que si la sociedad actual define ciertos comportamientos naturales como inherentes ¿tiene el verdadero prestigio de definir la naturaleza moral de estos?

Y en sí, por definición, sociedad es aquel conjunto de seres humanos provenientes de la misma naturaleza, y que en parte de esta misma naturaleza correlativamente surgen las emociones, los sentidos y en sí mismo el propio raciocinio.

Si todas las ideas y todos los sentidos provienen de una misma naturaleza, esta misma desemboca en el desorden, es decir un instinto en común que ha conllevado a un aparente mal. Desembocando este en la ambigua percepción de que la naturaleza humana no está redirigida verídicamente a la supervivencia, siendo que, resultados de algunos de sus estímulos son denominados males.

Si bien es el propio mundo sin verdadero prestigio moral el que lo define con una genealogía inclinada a la negatividad, sería bueno intentar descifrar ¿Cuáles son los males de la humanidad? ¿Y por qué, muchas veces, nuestra naturaleza es partícipe en su causa?

Según el Eneagrama de la sociedad: Males del mundo, males del alma (Claudio Naranjo, 1995) existen 9 pecados capitales que dan origen a los males de la humanidad.

Cada cultura tiene su versión del paraíso, la idea de que “se ha caído de una condición mejor de vida, que se ha perdido un estado de felicidad y armonía original o primordial.” Nos lleva a pensar, sobre el primer acercamiento al envoltorio natural humano, el sentimiento perpetuo de la conciencia como expulsada del paraíso. Y tal cual, a lo largo de siglos de historia lo hemos llamado como la consecuencia de un pecado. Pero Claudio Naranjo nos recuerda que hemos aplicado al mal de la conciencia el lenguaje de la medicina, una perspectiva psiquiátrica ha dejado de referirse a esto en maldades o conductas destructivas sino como en disfunciones, confusiones o desviaciones de los impulsos. Sin embargo, nos remarca la diferencia entre pecados y patologías, siendo el locus de la responsabilidad donde el “pecado” acusa, responsabilizando al individuo, y la “patología” excusa, responsabilizando a causas pasadas o presentes más allá del individuo mismo.

De las patologías mentales e interpersonales somos víctimas, de los pecados somos responsables. —

Naranjo no deja de lado el hecho de que ambas perspectivas se complementan, pues como dice, somos a la vez seres físicos instalados en un universo causal y seres más animales a quienes un destello de libertad hace responsables.

Una vez más la recóndita comparación entre el hombre y el animal y la procedencia natural de los actos es clave, analizar que la comparación entre elementos que definen el comportamiento de los impulsos humanos como destructivos, denominados envidia, orgullo, mentira, acidia o vanagloria no son propios característicos animales, pero si hablamos de miedo, como una de las interpretaciones más comunes en la psicología desde Freud, donde la angustia es en la teoría de Freud, lo que el espíritu de la mentira en la de Evagrio: Un mal fundamental, una raíz de la conciencia enferma.

Todo esto según Naranjo hace referencia a que es el miedo el que nos ha inhibido, contrarrestando la fuerza de nuestra instintivita. Y es con uno de los libros de Freud “Inhibición, Síntoma y Angustia”, donde se plantea la inherente idea de que es por la cual surgen los síntomas que desembocan en las patologías psicológicas.

Nietzsche, lo llamaba “moral de esclavos”, refería justamente a cómo el miedo, ese miedo inconcebible a la libertad y al caos, conduce a la sumisión. Renunciamos a nuestra autonomía para que otros —líderes, estructuras o sistemas—tomen decisiones por nosotros, le damos paso al autoritarismo.

La corrupción, el perfeccionismo y la anomia son síntomas del mismo miedo. Miedo a la competencia, a la meritocracia real; una máscara que oculta inseguridades una forma de miedo al juicio de los demás; miedo a que nuestras acciones no tengan sentido en un mundo que parece estar gobernado por el caos y la indiferencia.

Una cadena de comportamientos destructivos, la emoción más profundamente arraigada a la naturaleza humana porque, desde una perspectiva evolutiva, ha sido esencial para la supervivencia. El miedo activaba respuestas automáticas que aumentaban las probabilidades de sobrevivir: la lucha, la huida o la parálisis. Mientras que alguna vez fue crucial para la preservación de la especie, hoy puede convertirse en una trampa.

Y sin embargo, este instinto no ha desaparecido; simplemente ha evolucionado. En el mundo contemporáneo, donde las amenazas ya no son depredadores ni desastres naturales, el miedo se ha adaptado a las nuevas reglas de supervivencia. Los 'males' de la humanidad, no son anomalías, sino productos inherentes de una naturaleza humana que sigue buscando sobrevivir en un entorno cada vez más competitivo.

No podemos imaginar un mundo completamente 'bueno', porque en nuestra esencia, siempre buscaremos sobrevivir ante las nuevas dificultades que la sociedad impone, y de ese impulso surge, inevitablemente, lo que llamamos 'mal'. La humanidad, en su búsqueda por vivir y prosperar, genera sus propias sombras, que son, en última instancia, una expresión de su naturaleza más profunda.

Jessica Michel García Cortés

Semillero de Investigación y estudiante Prepa UNIVA Guadalajara

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