Queridos lectores, es un placer saludarlos nuevamente a través de esta columna, un espacio que nos permite conectar con los fascinantes mundos de la información, el conocimiento y la cultura. Nuestro objetivo siempre es invitar a la reflexión, entretener, aprender y, por qué no, compartir algún dato curioso o “palabra dominguera”.

En esta ocasión, abordaremos un tema que ha resonado profundamente en mis pensamientos y con el cual he encontrado múltiples coincidencias en mi propia vida: la poderosa nostalgia millennial. Este fenómeno, que originalmente se manifestaba en la clásica frase “antes era mejor”, ha evolucionado hasta convertirse en una industria millonaria, especialmente enfocada en la generación millennial. Para comprender su magnitud, es esencial comenzar por definir qué es la nostalgia.
Diversos teóricos, como Johannes Hofer, y fuentes como la Real Academia Española (RAE), han definido tradicionalmente la nostalgia como “tristeza profunda” o “dolor al regreso”. Sin embargo, la psicología moderna, respaldada por estudios como los de Wildschut et al. (2006), la reconoce como una experiencia psicológica común y beneficiosa. La nostalgia no solo mejora el ánimo, sino que también fortalece la identidad y provee consuelo. En este sentido, podemos afirmar que la nostalgia es un dulce anhelo por el pasado, una emoción agridulce, pero generalmente positiva, que nos impulsa a recordar y valorar momentos, personas y lugares idealizados. Es, en esencia, el eco de la eterna afirmación: “eso era mejor en mis tiempos”, una constante que hoy resuena con fuerza en la nostalgia millennial. Ante esta reflexión, surgen varias preguntas clave: ¿Cómo se manifiesta esta nostalgia? ¿Cómo se traduce en algo tangible? Y, lo más importante, ¿cuál es el impacto económico de la nostalgia millennial en la industria?

Música
En una era dominada por géneros como el reguetón, los corridos tumbados y la música bélica, la música de antaño se erige como un poderoso canal de añoranza, conectando a los millennials con recuerdos y momentos pasados. Esta conexión emocional ha sido inteligentemente aprovechada por la industria del entretenimiento. Proyectos como el 90’s Pop Tour y el 2000’s Pop Tour son claros ejemplos de giras que capitalizan la nostalgia musical de sus respectivas décadas. Con más de ocho años de conciertos (desde 2017), el 90’s Pop Tour ha ofrecido más de 25 shows solo en la Arena CDMX, además de múltiples fechas nacionales e internacionales, generando significativas ganancias comerciales a través de la venta de discos y millones de reproducciones en plataformas de audio y video. La banda Matute, por su parte, ha retomado este concepto, abarcando desde los años ochenta hasta los dos mil, mezclando clásicos en español e inglés, éxitos de Rockotitlán, baladas cursis románticas y temas infaltables en bodas. Este tipo de propuestas musicales no solo reviven la nostalgia, sino que también consolidan a los artistas mexicanos y fomentan la cultura pop.
Lugares de Despecho
El concepto de “despecho” ha trascendido las letras de las canciones para convertirse en una temática ubicua en la oferta de ocio. Más allá de la música que evoca los “dolidos” y los clásicos que los millennials escuchaban de sus papás, el “concepto despecho” se materializa en locaciones como tienditas de la esquina, mercados y farmacias mexicanas reinventadas. Estos establecimientos exhiben cuadros e imágenes de entrañables personajes de la farándula mexicana, ofreciendo detalles temáticos como tragos con nombres de famosos y amenidades peculiares: servilleteros elaborados con latas de chiles, hieleras que simulan ollas de peltre de la abuela, un San Antonio de cabeza en los baños para quienes buscan amor, y hasta pequeños shots de Riopan. Todo esto, por supuesto, ambientado con la música de los clásicos del despecho de los ochenta, interpretados por íconos como Juan Gabriel, Vicente Fernández, Rocío Dúrcal, Lupita D’Alessio, Dulce y Ana Gabriel, entre otros. Estos conceptos, ideas y servicios han impulsado la apertura de restaurantes, antros y bares que adoptan esta temática, a menudo incluyendo la palabra “Despecho” en su nombre.

Mentiras: La Serie
Recientemente, una serie ha irrumpido con fuerza, convirtiéndose en un fenómeno por su música, vestuario, escenografías y la nostalgia que evoca del México de los ochenta: “Mentiras: La Serie”. Estrenada el pasado viernes 13 de junio, su lanzamiento fue un auténtico boom. Sin desvelar muchos spoilers, puedo afirmar que la serie es un auténtico referente en la industria y en la nostalgia millennial. Basada en la exitosa obra de teatro Mentiras, que lleva más de 15 años en escena, con más de 4,000 representaciones y un millón de espectadores (Cartelera de Teatro). La serie sigue a cuatro mujeres que descubren haber estado relacionadas con el mismo hombre. A lo largo de la serie, se exploran espacios clásicos de la cultura ochentera, como el famoso salón de baile El Patio, donde se presentaban los más grandes artistas de la época. El vestuario es impecable, las escenografías, con colores neón, son deslumbrantes, y la banda sonora, con música de las estrellas del pop de los 80 como Daniela Romo, Yuri, Amanda Miguel, Emmanuel y Mijares, es interpretada por un elenco estelar: Belinda como Daniela, Mariana Treviño como Lupita, Regina Blandón como Yuri, Diana Bovio como Dulce, y el actor y productor de la serie, Luis Gerardo Méndez, como Emmanuel y Mijares. En los últimos días, la serie ha roto récords de audiencia, generado tendencias y se ha convertido en un trending topic musical.
Sin duda alguna, como dice el cliché, “recordar es volver a vivir”, y la nostalgia es un regalo que nos ofrece eso: un dulce destello de vida. Nos permite recordar quiénes somos, el origen de nuestros gustos y hacia dónde nos dirigimos. Estimados lectores, muchas gracias por acompañarnos en esta columna, inspirada en las reflexiones y experiencias que tuve en mi reciente cumpleaños. Agradeciendo a Dios, recordando las cosas bonitas de la vida y disfrutando de ese rayo de luz que inspira, y que al final, se convierte en un sol. Gracias y hasta la próxima.

*Jorge Alejandro Peña Landeros. Director de Biblioteca de la Universidad Panamericana