En el último año, las víctimas en conflictos armados han aumentado en 40 por ciento: 4 de cada 10 son mujeres. Mientras los grandes líderes mundiales implicados —todos varones— confabulan unos contra otros para proteger sus intereses y se multiplican los presupuestos dedicados al armamento, el dinero destinado a paliar sus daños entre la población civil, así como a la cooperación internacional, ha disminuido drásticamente, lo que pone en una condición todavía más vulnerable a las mujeres y las infancias en los periodos de guerra y postguerra.
La particularidad de las mujeres en una situación de guerra es sumamente compleja, porque el género intersecta de muchas maneras en el contexto de un conflicto; como señala el Comité Internacional de la Cruz Roja, estos contextos exacerban la desigualdad existente, excluyendo a las mujeres de la toma de decisiones, invisibilizando sus acciones y necesidades, así como exponiéndolas a mayores riesgos. De entrada, la violencia sexual se utiliza como arma de guerra. Según la Secretaría General de la ONU, en 2023 se pudieron documentar 3 mil 688 casos de violencia sexual en estos contextos, de los cuales mil 186 víctimas eran infantes, incluyendo algunos niños.

Esta forma de violencia no opera solamente en el cuerpo de las víctimas directas, pues las mujeres tenemos el rol social de ser guardianas de la cultura y procreadoras de la población, por lo que, en el contexto de conflictos raciales y nacionalistas, la violencia sexual es una manera de atentar contra todo un pueblo, ya sea destruyendo la capacidad reproductiva de las mujeres u obligándolas a gestar.
Aunque los medios noticiosos suelen resaltar las muertes directas, poco se analiza las afectaciones indirectas, mucho menos con perspectiva de género ni lo que sucede a mediano y largo plazo, aun cuando la fase armada del conflicto cesa. Y, sin embargo, según la ONU, las causas indirectas se cobran el mayor número de víctimas pues, en los territorios afectados por las guerras, 500 mujeres mueren diariamente por complicaciones en el embarazo y parto debido a la falta de atención médica disponible.
Otra de las causas de victimización de las mujeres —especialmente de aquellas que ya formaban parte de grupos vulnerabilizados o excluidos— es la priorización de los recursos alimentarios, energéticos y médicos en los frentes de combate, lo que deja en sus manos la responsabilidad de conseguir comida, agua potable y otros insumos esenciales para niñas, niños, personas mayores y personas heridas bajo su cuidado. Trágicamente, en los conflictos recientes se ha registrado un aumento de ataques dirigidos a centros de salud y puntos de distribución de alimentos.
Un claro ejemplo de esta terrible situación es la guerra contra Gaza, donde según un informe del Alto Comisionado de los Derechos Humanos emitido en noviembre del año pasado, el 70 por ciento de las víctimas son mujeres e infancias y existen indicios de ataques deliberados contra la población civil.
Este pasado 10 de julio el ejército israelí mató a 15 personas, de las cuales 9 eran niños y 4 eran mujeres que hacían fila en un punto para recibir alimentos facilitados por la cooperación.
Este tipo de acciones nos recuerda que ellos, los Señores de la Guerra, están acostumbrados a instrumentalizar los roles de género para causar más daño: matan a mujeres, niñas y niños porque saben que es la forma más eficaz de destruir el futuro de las poblaciones y de impedir la reconstrucción de las redes de cuidado, el acceso a la alimentación, al agua y a la salud. Es, además, un modo certero de ampliar la brecha de género en los territorios arrasados, y de seguir bramando —con impunidad— que los males del mundo no son culpa suya, que ellos solo nos defienden del enemigo.

*Por Mariana Espeleta Olivera y Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte, académicas del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO