
Un amoroso “tipo popular” que habitaba, no en los salones de las mansiones, ni en las viviendas de clase media, sino que vivía en los barrios y se dejaba ver con todo su gran lujo los días de fiesta, era “la China”, bandera de tradiciones y garbosa mujer del pueblo.
En tiempos posteriores a la Reforma, resurgió bailando el Jarabe Tapatío en fiestas privadas y teatros, teniendo como compañero de baile al Charro; actualmente alguna que otra cantante de ranchero usa el atuendo de “la China”, mas conocido como China Poblana.
Historia. Según Don Fernando Benítez en su Historia de la Ciudad de México, en Puebla una esclava china llamada Catarina de San Juan, fue vendida a familias poblanas, casó luego con un chino y nunca perdió su doncellez, pues entre la cama del esposo y la suya puso una imagen de Cristo.
Nos narra diversas conversaciones que tuvo ella con Cristo; decía de sí misma que era una bestia pecadora y por eso vestía ropas humildes y comía “pan bajo o semita”.
“El pueblo olvidó a la china santa, la convirtió en una princesa venida en la Nao de Filipinas, y a la desnuda y andrajosa le otorgó el castor rojo tachonado de lentejuelas, la blusa adornada de randas y encajes, las medias blancas, el rebozo de bolita y los zapatos de seda”.
Vestido. Las crónicas nos describen al tipo popular de la China como una mujer esbelta de piel apiñonada, ojos negros “grandes y atrevidos, medio cerrados por el ensueño, mientras sonríe en sus labios la promesa y vuela incontenible el beso... y de un garbo y una sal que atraía los corazones”.
De sus orejas pendían arracadas de oro, vestía blusa blanca escotada de manga corta, bordada con seda de colores y chaquira; una mascada de seda de la India cubría parte del cuello y la espalda, con puntas bordadas en plata o con moneditas de oro, sujeta al frente con un prendedor; pulsera y collares de oro o de coral o sartas de medallas y rosarios de oro y plata; el cabello peinado con chongo o largas trenzas unidas por medio de un anillo de brillantes; una faja ancha de burato que daba dos o tres vueltas al talle y se anudaba atrás, a veces ahí guardaba una cigarrera de plata; falda roja o negra, hasta el tobillo, bordada de lentejuelas, con raso verde o blanco en torno de las caderas; una enagua interior blanca orillada con encaje; un rebozo calandrio o de bolita a los hombros; zapato bajo de raso con adornos plateados, con o sin medias, con una o varias mancuernas de oro que marcaban el empeine; posteriormente se agregó el sombrero ancho y galoneado de plata.
Se le veía en los barrios populares, festividades cívicas y religiosas, paseos populares, corridas de toros, y también como despachadora de pulques, vendedora de frutas y verduras o preparando aguas frescas.
Ya desde 1872 Guillermo Prieto se lamentó en sus Solaces Dominicales, en su San Lunes de Fidel y en sus Cuadros de Costumbres de que este tipo de Chinas ya no se veían, “... la china ha muerto, se ha absorbido en la obrera; la modista, la encuadernadora, la ribeteadora de sombreros ha embebido a la china que abdicó en la gata y en la garbancera”.
Culpó de ello a la influencia cultural de las intervenciones extranjeras, “al percal, a la ropa hecha y a la maquina de coser....(ahora) usan sombrilla y paso menudito; túnico de seda tornasol, y lo que es peor, mucho del descoco y del aquello que las hace tiránicas y ladinas”.
La China y el Chinaco. Su pareja masculina era, por lo común, el Chinaco que vestía calzones y camisa de manta, sobre éstos calzonera y chaqueta de gamuza con botones de plata y bordados de oro o plata, y un sombrero ancho galoneado de plata.
Como muestra de los galanteos del Chinaco, con quien formaba singular pareja la China, inserto fragmentos de un Romance de la Musa Callejera de Guillermo Prieto.
novohispano@hotmail.com
Carta Leperocrata
Señorita y dueña mía:
perdona mi cortedá,
porque, la pura verdá,
siempre que te hablo me enfrío.
Yo sé bien que mi pelaje
es más triste
que el del juil;
pero olvida el equipaje,
que el pavo, no por su traje
tiene el canto más sutil.
ora ando descaminado
porque tu amor me ataranta,
y si me ves con enfado,
o cuando me haces la guanta,
bebo del endemoñado.
. . .
Tú de naguas de mascadas
y rebozo de bolita
con sus puntas
muy colgadas,
la banda en tu cinturita
y de oro tus arracadas.
Yo, sombrero de galón,
chaleco de casimir,
zapato de alto tacón,
y los dos a divertir
en cualquier coche alquilón.
¡Qué casita tan planchada
y qué alegre tinajero!
¡Qué olla de agua, qué brasero,
que camita tan aseada
diciendo: aquí los espero!
Y los dos viviendo así,
siempre buenos y juntitos,
y tú queriéndome a mí,
vendrán muchos angelitos
que se parezcan a ti
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