Opinión

Los maestros y pilares del Instituto

(La Crónica de Hoy)

El reconocimiento más alto al que se puede aspirar en la medicina es a ser considerado Maestro, no solamente por los estudiantes directos, sino por todos los residentes, médicos, enfermeras, y demás miembros de la comunidad. Este nombramiento está reservado para unas cuantas personas y surge con el tiempo, poco a poco, sin que nadie lo note, llega calladito, se va colocando y cuando menos nos damos cuenta, ya está ahí en boca de todos y decidimos colectivamente llamar “maestro” a un miembro de la comunidad, porque de una u otra forma reconocemos que en nuestra educación como médicos, profesionales, investigadores, o más aún, como seres humanos, hemos sido tocados positivamente por dicha persona. Cuando esto sucede, el maestro es alguien que está más allá de otros reconocimientos. Ya no parece importar si publicó algo relevante, si curó a muchos enfermos, si recibió premios de alto prestigio nacional o internacional, si fue presidente o no de academias.  De hecho, los llamamos “maestro” sin conocer en realidad la mayor parte de su currículo, porque este apelativo no se gana sólo por la obra realizada, sino que se requiere de algo más: humanismo, humildad, cariño por el ser humano, pasión por servir, tolerancia, vida ejemplar, amor por el prójimo, sabiduría y senectud.
En el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán hemos disfrutado la fortuna de tener varios de estos maestros, comenzando por supuesto con el mismo maestro Zubirán. Los que lo conocimos pudimos constatar su amabilidad, su disposición incondicional a la enseñanza, su carácter duro, pero siempre recto y con la visión puesta en el beneficio de la salud de los mexicanos. Nos dejó en persona hace más de una década, pero nos dejó sus enseñanzas y un Instituto que no solamente lleva su nombre, sino también su espíritu y que orgullosamente se reconoce como una Institución de clase mundial.
Estamos de luto porque hace apenas uno días perdimos al maestro Jorge Elías Dib. Gran cirujano, fundador de la urología mexicana, siempre amable, de conversación interesante, sabía escuchar, gozaba la amistad y se acercaba a chicos y grandes con la naturalidad del inocente. Todos admirábamos su bonhomía. Nadie lo describió mejor que mi buen amigo Mariano Sotomayor en el homenaje que le escribió el día de su muerte: “El doctor Elías fue sin duda el ejemplo a seguir, jamás lo oí hablar mal de nadie, fue promotor de la amistad y la armonía. Nos deja la vara muy alta. Lo extrañaremos mucho, fue una persona integral: excelente médico, inigualable esposo y padre, abuelo amoroso, generoso maestro y amigo, promotor de la urología mexicana”. Se nos fue el maestro Elías, pero nos dejó generaciones de urólogos y alumnos que siguen su ejemplo y sabemos que su espíritu seguirá rondando todos los días por los pasillos de la institución susurrándonos al oído Carpe Diem, porque si alguien gozaba de la vida, era él.
Afortunadamente tenemos más ejemplos todavía con nosotros. En pocos días festejaremos con un concierto los 90 años de vida del maestro José de Jesús Villalobos, gastroenterólogo, padre de decenas de generaciones de especialistas,  algunos de los cuales no parece tardar mucho para a su vez ser considerados maestros, médico de gran calidad humana, siempre amable y dispuesto a servir a los demás.
Originalmente hematólogo se convirtió en genetista y fundó dicho departamento en el Instituto. El maestro Lisker, a quien Ruy Pérez Tamayo dice considerar como la persona más inteligente que conoce, es otro de los grandes maestros del Instituto. Querido por todos los investigadores científicos del país. Realizó investigación de la más alta calidad posible y sigue siendo el ejemplo a seguir. Su impacto en múltiples generaciones es tal, que es de los maestros que transciende las rejas del Instituto, porque he sido testigo de que este apelativo en su persona no sólo se aplica en Nutrición, es general a investigadores de los Institutos Nacionales de Salud, de la UNAM, y de múltiples universidades en el interior de la República. Cuando levanta la mano en una sesión todos callan porque nadie se quiere perder lo que tiene que decir.
Lo dejo al final porque lo consideramos hoy en día como el pilar más importante de la institución, el maestro más querido y respetado por todos, y a quien acudimos con frecuencia para solicitar un consejo, una idea, un consuelo o palabras de estímulo ante cualquier situación que se nos presenta. Admiramos su amabilidad y sabiduría. Siempre analiza los problemas desde la perspectiva de todos y tiene el consejo apropiado. Se refiere a cada una de las personas con tanto respecto y gentileza que es de admirarse. Recuerdo que cuando éramos residentes y el era entonces el Director General del Instituto, si pasaba uno por la dirección y veía la puerta abierta, con toda naturalidad nos asomábamos para ver si estaba ahí y pasar a saludarlo. Siempre tenía tiempo para cada uno de nosotros y nos conocía por nombre propio. Muchos de los que hoy tenemos un lugar relevante en el Instituto y en la medicina mexicana se lo debemos en parte a él. Mi carrera, como la de varias personas del Instituto, no hubiera sido posible sin su apoyo. Creyó en nosotros y nos dio el voto de confianza. Grandísimo cirujano, como pocos. Hombre amable, gentil, sabio, con la sonrisa siempre lista para recibirnos, con quien al hablar de cualquier tema se tiene la seguridad de que vamos a aprender algo nuevo. Si Geroge Lucas fuera mexicano, en la Guerra de las Galaxias el maestro Yoda se llamaría Manuel Campuzano. A veces creo que si es posible que exista algo mas allá de ser considerado maestro, porque he notado que algunos cirujanos que me parece que tienen el perfil para algún día ser maestros, ya no le dicen al maestro Campuzano, maestro. Le dicen “el profe”. 


*Integrante del Consejo Consultivo de Ciencias e Investigador del Instituto de Investigaciones
Biomédicas de la UNAM

consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx

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