Metrópoli

Javier y la historia de la inocencia rota

La procuraduría investiga una serie de casos de abuso sexual contra menores en el Kínder Matatena. Se perfila como el peor caso de abuso infantil en la Ciudad de México; los responsables están prófugos

Protestas en México
Protestas en México Protestas en México (La Crónica de Hoy)

Este es el relato que ningún papá quiere conocer, menos aún escuchar de voz de su propio hijo; pero esta es una abrumadora y latente realidad, el abuso sexual en contra de niños y niñas, muy pequeños, existe.

Cuando los padres de familia llevamos a nuestros pequeños a una guardería, a un kínder, o bien a una estancia infantil, depositamos en manos de desconocidos nuestro más preciado tesoro; la confianza que se les otorga, casi de manera inmediata a maestras, educadoras, directoras, es, por tanto, casi absoluta.

Lo que sucedió en el Kínder Matatena se perfila como el peor caso de abuso infantil en la Ciudad de México. Es muestra clara de que la confianza puede ser destrozada en segundos, del terror que desata la probable aparición de un depredador sexual.

En la relatoría siguiente, si bien ha aparecido previamente en forma pública y hay una denuncia e investigación penal en curso, todos los nombres han sido alterados a efecto de proteger a las personas implicadas. Especialmente a los pequeños.

A los seis meses de estadía, Javier empezó a mostrar un descontento poco usual por su escuela, esto sucedió justo después de dejar de usar pañal, él decía —con las pocas palabras que su edad le permitían— que la escuela no le gustaba, que no quería estar ahí con esas personas.

El carácter de Perla G., dueña y directora del kínder, es ahora descrito como manipulador por parte de los denunciantes. Convenció a los padres de Javier que todo estaba en orden, que la angustia de su hijo era provocada por ellos mismos, sus padres, pues no lograban desprenderse de él y que todo formaba parte de un proceso de adaptación.

En voz de Renata, la maestra Perla G. es algo más que carismática, “ése fue mi mayor error, estaba seducida por la personalidad de esta mujer, encantadora, dulce, muy alegre, relajada. Vaya, nos dejamos impresionar”, declara a Crónica la mamá del pequeño que en un mes cumple 5 años.

Localizado en las proximidades de Insurgentes, en la delegación Benito Juárez, el Kínder Matatena luce como cualquier otra escuela a la que miles de padres llevan a sus hijos todos los días, cuenta con instalaciones cómodas y acogedoras.

Ofrecía tres niveles distintos para el cuidado de niños y niñas. Cuarto de Bebés para los pequeños de 60 días hasta el año de edad. Comunidad Infantil de uno a tres años de edad y Casa de Niños para infantes de 3 a 6 años.

El horario se podía ajustar a las necesidades y requerimientos de los padres, se recibía a los niños desde las 8 de la mañana y se podían quedar hasta las 7 de la noche, se impartían talleres de ballet, expresión artística y artes plásticas a poco más de 40 niños.

Lo malo —otra vez en voz de Renata— es que nadie sospechaba lo que sucedía con sus hijos en las más de 5 o hasta 12 horas que los dejaban bajo el resguardo de Perla G. y su equipo de colaboradores; los papás, a fin de cuentas, estaban contentos con lo que ellos veían. Sólo con lo que veían.

Rafael o Rafa, esposo de Perla G., es el presunto y hasta ahora único agresor señalado por los propios pequeños, los peritajes de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal dirigen hacia él la investigación.

Rafa era quien en ocasiones recibía a los niños que llegaban más temprano al kínder, a pesar de no integrar la planilla oficial; como estaba desempleado, Perla G. le confería ciertas responsabilidades, entre ellas estar al pendiente de decenas de niños y niñas.

El “tío Rafa”, como le llaman los niños y niñas entrevistados por la PGJDF, se llevaba a los pequeños en grupos de tres o cuatro, a un área aún no determinada por la autoridad judicial, ahí era en donde sucedían los abusos, ahí es en donde jugaban al doctor y a sus pacientes.

Se ha hecho público que las declaraciones de los menores indican que Rafa jugaba a las escondidillas en los baños y que ahí los acariciaba y jugaba con sus propios genitales, desvestía a niños y niñas por igual. Las ausencias de los salones jamás provocaron sospechas, por lo menos eso es lo que se sabe hasta ahora, a menos de dos semanas de haber iniciado las investigaciones de la PGJDF.

El equipo docente, de acuerdo con fuentes de la PGJDF será llamado en los próximos días a declarar, pues los padres cuestionan el papel de las maestras que permitían que los niños fueran extraídos de las aulas.

La carencia de recursos de Renata impidió que un pediatra revisara a fondo a su pequeño Javier incluso empezó a caminar con sus piernas abiertas, el baño se convirtió en un problema y la convivencia con su hermano mayor, el que en algún momento se convertiría en su confidente, siempre terminaba en pleito.

Javier golpeaba en los genitales a su hermano y a su papá al llegar a casa, dice Renata; el cabello del menor olía a materia fecal y a sudor, pero jamás sospecho que su pequeño podía ser víctima de abuso sexual en su modalidad más atroz. Renata culpaba a los juegos infantiles o bien atribuía esta situación a los juegos con la mascota. Jamás pasó por su mente que su hijo pudiese ser víctima de un depredador sexual.

—Mi hijo regresaba de la escuela y su cabeza olía a popó.

—¿La cabeza le olía a popó?

—Sí, el pelo le olía a popó y yo me enojaba mucho. Lo regañaba horrible, yo no sabía de lo que él venía y lo regañaba horrible, porque el hermano regresaba oliendo a shampoo y él regresaba oliendo a popó—, dice el testimonio que Crónica registró en casi 40 minutos de entrevista con Renata.

Este relato se rompe, se interrumpe cuando Renata ya no puede más y el dolor, la furia, la rebasan; entre lágrimas y con la voz cortada, asegura que ella no sabía lo que le hacían al menor de sus hijos.

Javier le dijo a su mamá y a una perito de la PGJDF que Rafa “usaba el palo que tiene bajo la panza” para acariciar su espalda y sus “pompis”, también ese “palo” se lo metía en la boca, todo este testimonio Renata lo tiene grabado, en voz de su propio hijo.

Renata logró que Javier le contara como sucedían los juegos con Rafa, los pequeños se desvestían y el hombre, cercano a los 65 años, los obligaba a acariciarse entre ellos, pero las víctimas de Rafa no eran las niñas, sino los varones.

“Los síntomas raros y bizarros de mi hijo eran contundentes, no hace contacto visual con nadie, se ponía histérico con el cambio de ropa, con el baño, se aleja de su hermano y empieza a tener ataques de pánico y empieza a tener miedos y pánicos que no se justifican ni se explican” y solo cuando creció un poco más, tuvo el valor y la capacidad de contarnos qué era lo que realmente sucedía en el Kínder Matatena.

Hace casi dos semanas, el Kínder Matatena fue clausurado por la autoridad delegacional, las puertas no se han vuelto a abrir y de Perla G. y de Rafa no se sabe nada, y por supuesto no han acudido a los citatorios de la autoridad judicial para rendir declaración.

Lo que Renata asegura que es un hecho es el abuso sexual del que fueron víctimas por lo menos una veintena de niños y niñas de distintas edades, cuyos padres, la gran mayoría, han preferido no llevar el asunto a la autoridad judicial. Sólo 4 o 5 familias han decidido seguir con la denuncia que se inició en la Fiscalía Especializada en la Investigación de Delitos Sexuales.

Los padres que han optado por llegar al terreno ministerial se reúnen periódicamente para trabar estrategias legales.

Más allá de lo jurídico y del castigo que debiesen recibir quienes sean encontrados responsables de estos actos.

Renata asegura que para evitar que un pequeño sea víctima de abuso sexual deben aplicarse varios criterios, no se les puede pedir a los niños que hablen como adultos, no se pueden desacreditar los dibujos, pues es su forma de expresarse.

Pero lo más importante, dice, es que los padres tengan cierta malicia, malicia que les permita no ver con malos ojos, sino con ojos y mirada objetiva a quien se le confiere la educación y el cuidado de los menores, su integridad como seres humanos.

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