Metrópoli

Mi día con las radicales

 Recién anunciada la desaparición de las feministas de las instalaciones del Metro, una visita guiada a su bazar-protesta permite no sólo corroborar que siguen ahí, sino que se abre su vida, su lucha, incluso una ternura radical que muchos no sospechan en ellas

Feministas

Protesta y bazar faminista

Protesta y bazar faminista

Jamás imaginé verme a mí misma saltando los torniquetes del Metro para no pagar boleto. Cuando estaba por pasar mi tarjeta por el lector, la feminista que me conduce advierte: “Nosotras nos pasamos así, los policías ya saben”. En efecto, el policía nos ve y no hace nada, fuimos las únicas que lo hicimos, acaparamos la atención.

Normalmente me hubiera sentido preocupada, pero ir con ella me armó de valor. Respeto mucho a quienes usan diariamente el Metro pues cada vez es más la inseguridad para hombres y mujeres; yo soy de las personas que procura no usar el celular, ni voy escuchando música y nada de anillos, cadenas o pulseras. Pero ese día la compañía de mi radical me hizo sentir la mujer más segura del lugar; recorrimos 10 estaciones y ni siquiera ví el mapa del Metro para saber a dónde me conducía. Es como si hubiera superado una prueba, con el plus de saltar los torniquetes. Me ha dicho ‘haz esto conmigo’ y yo me he atrevido a hacerlo. ¡Me sentí orgullosa de haberlo hecho!

El empoderamiento se contagia

Protesta y bazar feminista

Protesta y bazar feminista

Mi guía en el tour por los espacios feministas (tomados) del Metro de la CDMX es más alta que yo, 1.70, y llama la atención por su outfit: peculiar corte de cabello, una coleta que deja ver que la mitad de su cabeza está rapada; leggins con short; una camiseta sin mangas de Pink Floyd con la portada de “The Dark Side of the Moon”; aretes gigantes de hongo y, la cereza del pastel, una diadema de orejas de gatito. Es bastante tierna para ser alguien tan ruda, o al menos así me pareció.

Una persona bastante agradable, sincera, sencilla y tierna. Recordar a alguien con la escena de una peli, con una verdura o una fruta no es lo ideal, pero sirve para describir lo que yo pude ver. Me hizo recordar la escena de Burro hablándole a Shrek sobre “las capas de la cebolla”… El aspecto de ruda, guerrera y fuerte por fuera, pero que al escucharla hablar y compartir sus vivencias durante el trayecto en donde me presentó a sus compañeras de lucha, las que instalaron un bazar sororo (de solidaridad entre mujeres) al interior de las instalaciones del Metro, trasluce que es una persona tierna, sencilla, amable, positiva y cariñosa. Incluso dice “chi” o “ti” para decir “sí”. Mi radical es una sandía, de cáscara dura, pero dulce por dentro. 

Llegamos a la interconexión entre la línea café y la naranja. Mi radical me presenta a un par de sus compañeras de lucha estaban claramente a la defensiva, no les agradó la presencia de una reportera en su territorio, “porque ya nos han defraudado”. A lo lejos observé cómo una de las radicales se negaba a recibirme, a que habláramos y les tomara fotos. Sus caras reflejaban el rechazo, pero mi radical abogó por mí, para que fuera bien recibida y cedieran.

“Bienvenida, toma asiento”, dijo una de ellas finalmente, señalando el espacio del suelo donde debía sentarme, en medio del pasillo, estorbando un poco el paso de los usuarios. Fue entonces cuando hice otra cosa que no pensé hacer en mi vida: me siento en el suelo del Metro, a un lado de la mantilla en la que una de ellas exhibe los objetos que vende. Nos sentamos todas, éramos siete, ocupábamos una buena parte del pasillo.

La radical que más se negaba a recibirme, me dijo que anteriormente han llegado algunos medios de comunicación que se conducen con mentiras, diciéndoles que las van apoyar y al final, cuando encuentran las notas, las calumnian y piden al gobierno las quite de los pasillos porque “estorban, se ven mal y no es seguro para el usuario del Metro”.

De hecho, esta travesía comprobó también que lo dicho por autoridades del Metro, quienes hace apenas unos días aseguraron que “los pasillos están libres de feministas” no es verdad.

Mientras mis anfitrionas radicales contaban lo que han tenido que pasar para mantener esta forma de protesta al interior del Metro, la gente se acercaba a preguntar el precio de los artículos de segunda mano del puesto: acetatos, libros, algunas playeras, suéteres y sudaderas colgados en la pared. La radical a cargo se levantaba para atender: “te lo bajo mami, mídetelo, por ver no se paga”.

Lo que descubrí es un grupo de mujeres unidas, que buscan ayudarse e invitan a las mujeres que se interesan por sus mercancías a participar en pláticas y que no dudan en ayudar cuando alguna requiere encontrar ayuda psicológica o legal ante violencia de género. Siempre motivan a alzar la voz cuando es necesario.

Cada una de ellas, se hizo evidente, piensa diferente; alguna, quizás la más radical (es también la que más llamó mi atención) se dijo cristiana, que cree en Dios. Comparte el evangelio, pero odia a los hombres.

A pesar de la contienda de opiniones entre ellas, se hizo evidente que siempre se apoyan, realmente son como hermanas.

Al final, creo que logré ganar su confianza, ellas pudieron compartir sus historias conmigo durante horas, pero se hizo tarde y me vi en la necesidad de romper el círculo. Eso sí, nos tomamos una foto privada para recordar el encuentro y tener una prueba de demostrar a quienes cuente esta anécdota y no me crean, que realmente me senté en el suelo con mi grupo de radicales. 

Del brinco sobre el torniquete, por desgracia, no hubo foto.

La venta feminista

La venta feminista