
Eva ha vivido entre las antigüedades y la odontología. Recuerda que llegó a la calle de Rayón, donde antes se ponía él Tianguis dominical de la Lagunilla, a la edad de 8 años.
Su padre, anticuario de oficio, le heredó el amor por “las chacharas” y desde entonces ella se dedica a vender.
“Yo vendo para suplir una necesidad o provocar nostalgia”, explica mientras señala un libro que oferta en 350 pesos.
Orgullosa presume que de la venta de antigüedades, sus padres Yolanda y Manuel, pagaron su carrera universitaria y la de su hermano.
Fue en el año de 1979 cuando el tianguis cambio de ubicación, primero a Comonfort y después a Bocanegra, donde se encuentra actualmente; las tres calles en el barrio de la Lagunilla.
Sentada en una silla de campismo ve pasar a la gente; muchos la saludan y le preguntan acerca de su mercancía; esa que acomodo con detenimiento y por grupos. Libros con libros, porcelana con porcelana, acetatos con acetatos….
“Es un lugar ecuménico, vienen de todas las religiones”, explica a Crónica mientras fuma un cigarrillo.
La mujer, de 57 años, ha visto pasar a personajes como Miguel de la Madrid, Chapa Bezanilla, María Félix, Luis Vivi Hernández, Irma Serrano, Jack Lemon, Paul Newman, Enrique Alvarez Félix, entre otros.
Mientras hace memoria de las personalidades que ha conocido en el tianguis, exclama, “el Pirulí vino aquí el día que lo mataron. Estaba con mi papá a las 6 de la tarde y en la noche lo asesinaron”.
Continúa su venta, y por un momento hace un pausa; llega al sitio, que más que un puesto ambulante es un exhibidor de vida, Jesús Medina quien se dedica a la venta de libros antiguos.
Se miran y se reconocen de inmediato; el hombre le asegura a la mujer que no ha encontrado en su andar a alguien como don Manuel, “el visionario de la fotografías”.
Medina cuenta a esta casa editorial que Manuel Martínez, padre de Eva, es uno de los mejores anticuarios que ha conocido en la Ciudad de México.
“El tenia una visión superior a la de los demás. El sabía que las fotografías y otras cosas se venderían caro. Su especialidad era guardar las fotos que llamaba instantes que quedan plasmados para la eternidad”, narra el hombre mientras echa un suspiro al aire.
Eva se dice dichosa del oficio que tiene; la venta de antigüedades le ha permitido conocer a cientos de personas de todos los estractos sociales; muchos de ellos, dice, aún permanecen en su vida.
“Nunca sabe uno con quién está tratando. Me ha tocado conocer a mucha gente, desde la que no tiene mucho hasta la que se lleva un todo”, cuenta.
La antigüedad más cara que ha vendido la mujer fue un bono por 120 mil pesos; esos que fueron guardados en el pecho camuflajeados en su ropa interior.
“Deja tu la venta, cuando ya iba para mi casa se descompuso mi camioneta en pleno Circuito Interior, tuve que llamar a una grúa y le dije que le pagaba en mi casa ni modo de sacarme el dinero del chicharrón”, intenta seguir contando mientras se ríe; se queda callada y mira a un hombre que está leyendo un libro que tiene a la venta; y sin más exclama “bueno este piensa que está en Sanborns”.
Eva también tiene un espacio en el tianguis de Cuauhtémoc, donde vende los sábados; la mujer agradece poder vender en ambos sitios ya qué hay una población cautiva que “siempre va a querer comprar este tipo de artículos”.
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