DALLAS, Texas.- Me encontré esta anécdota —¡Otra vez!— buscando por Internet.
En un foro, donde reprodujeron una de mis columnas, uno de los participantes se quejaba que era muy común que “mexicanos” en Estados Unidos se avergonzaran del español.
De “ser mexicano”.
Y lo explicó contando una anécdota: Según dijo, una vez que viajó a una ciudad texana de la frontera, “se indignó” al ver cómo la cajera de una tienda “no supo” responderle cuando él le hizo una pregunta en español.
El tipo se “indignó” profundamente cuando la jovencita, apenada, le confesó que no hablaba nada de español.
Pobre. Mejor le hubiera ido si hubiera confesado ser marciana. O republicana.
Vanagloriándose, y mostrando su “indignación”, el sujeto (“mexicano orgulloso”) procedió a poner en ridículo a la joven en medio de la tienda. Entre divertido y burlón, les gritó a sus amigos (también mexicanos) que esa pobre “pendej...” no sabía hablar español... siendo que tenía el nopal en la frente.
El sujeto se fue muy orondo, alegre de haber “puesto en su lugar” a una “malinchista”, una entregada. Una hija malagradecida de la venerable raza del Anáhuac.
¿El pecado de ella? Capital: No hablar español.
Bueno, independientemente de que uno sea o no “malinchista”, yo creo que muchos mexicanos pecamos de intolerantes contra los que no son como nosotros.
(Precisamente esto es lo que criticamos a muchos gringos, a quienes tachamos de racistas).
¿Ku-Klux-Klanes mexicanos? Parece que sí. Y lo peor es que discriminan no a negros, sino a otros latinos.
Antes que nada, una aclaración: Aunque suene a mentira, hay muchos “mexicanos” que NO hablan español. En serio.
Por ejemplo, los indígenas. Váyase a cualquier comunidad rural de Oaxaca, Veracruz, Guerrero, Chiapas y tantos otros estados, y verá cómo se puede ser mexicano aún sin hablar el idioma de Cervantes.
Entonces, si aún DENTRO de México existen “mexicanos” que no hablan español, ¿por qué no habrían FUERA de México?
“La muchacha se veía mexicana, hasta con rasgos indígenas”, explicaba el sujeto de la tienda. Pero si nosotros pensamos así de la gente, basándonos sólo en la apariencia física, cometemos el mismo error de los racistas: sólo reflejamos nuestra ignorancia.
Por principio: Hay muchos ciudadanos americanos que parecen mexicanos... pero no lo son (Aunque ellos se digan “La Raza”. Aunque ellos se digan y se sientan “mexicanos”).
Otros no tienen nada de mexicanos. Aunque nosotros les veamos “el nopal en la frente”.
Por ejemplo, muchos de ellos son indígenas puros, americanos. Hablaban un idioma indígena, antes de aprender inglés, no español. La cultura europea que les impusieron fue la anglosajona, no la hispana.
¿Que tienen nombres como Juan Pérez o María Domínguez? Eso no significa que sean mexicanos, chicanos, o pochos. Muchos de éstos son descendientes de los indígenas originales, a los cuales los misioneros españoles “bautizaron” con nombres “cristianos”... aunque por sus venas no corra ni gota de sangre ibérica.
Estas personas a duras penas estaban aprendiendo a hablar español cuando sus territorios pasaron a manos de Estados Unidos... y debieron aprender inglés.
Cierto, cualquiera se puede ir con la finta: Se ven morenos, indígenas, y hasta mestizos. Visten como nosotros, y hasta se llaman como nosotros.
Pero no son mexicanos. Son indígenas.
Por eso, no tenemos derecho a burlarnos de ellos porque no hablan español. Aunque tengan “el nopal en la frente”.
Otros sí son hijos y nietos de mexicanos, pero ya perdieron el español.
Uno podrá criticarlos por eso. Pero es una postura muy cómoda: Es fácil burlarse de un chicano que no habla español, pero nunca sufrimos lo que ellos.
Durante los siglos XIX y XX, los padres y abuelos de estas personas fueron castigados y hostilizados por hablar español. Eran épocas extremadamente racistas, en las que los maestros gringos tenían autoridad para pegarles y castigar a los alumnos por hablar español.
Cierto, algunos chicanos desprecian el español, y a México. Pero la inmensa mayoría perdieron el idioma español no por gusto, sino por amenazas.
No es que quisieran, es que no tenían de otra.
Además, los idiomas “paternos” se pueden perder muy fácilmente. ¿Cuántos hijos o nietos de inmigrantes libaneses y chinos en México ya perdieron los idiomas de sus ancestros? ¿Y los criticamos por eso?
¿A poco andamos burlándonos de ellos porque no hablan chino o árabe, a pesar de que tengan la flor de loto o el pan árabe “en la frente”?
¿Alguna vez nos burlamos de ellos porque no pueden leer el Corán en su idioma original, aunque se apellidan Ahmed o Jasso?
(Al contrario: Seguro que si éstos no hablaran español, sí que los haríamos objeto de críticas. ¿Por qué no hablas español si estás en México, y eres mexicano?, les diríamos.)
Estas actitudes burlonas y críticas de los turistas mexicanos contra los pochos en Estados Unidos parece que son muy comunes, según me platicaba un amigo, Germán.
Germán nació en El Paso, de padre venezolano y madre mexicana. Me contó que tuvo varias experiencias similares con turistas mexicanos cuando trabajaba de mesero en restaurantes de Texas.
Una vez, llegaron varios turistas de Monterrey y se sentaron en una mesa de uno de estos restaurantes. A Germán le tocó servirles.
Como todo mesero en Estados Unidos, se presentó y les ofreció la carta... en inglés.
¡Huy, no hubiera hecho eso!
De inmediato dos personas, un hombre y una mujer, comenzaron a criticarlo en voz baja. En español, claro, a sabiendas que él no lo hablaba.
“Estos pinches pochos, son tan burros que no saben hablar español”, decían.
Germán como si nada, siguió pidiendo las órdenes. En inglés.
Varios otros comensales del grupo, hay que decirlo, ordenaron en inglés. Un inglés mocho, pero fueron atentos.
Cada vez que Germán iba a la mesa, a dejar los platillos, los dos turistas mexicanos lo criticaban en voz cada vez más alta. “Mira nada más, aquí viene este hijo de su ... Ni español sabe el pobre, y mira la carota de indio que tiene. Pobres pendej...s”.
Germán seguía sirviéndoles. Y hasta les sonreía a sus críticos. Éstos se burlaban en su cara: “Miren, ni siquiera sabe lo que estamos diciendo, pobre idiota”.
Al final, pidieron la cuenta. Algunos de los mexicanos del grupo se despidieron de Germán en inglés. Él les respondió atento.
Cuando sus dos críticos se levantaron, Germán los tomó de la mano. “Muchas gracias por haber venido, ¿eh?”, les dijo irónicamente. En impecable español.
“¡Hubieras visto!”, se carcajea ahora Germán, al contar la anécdota. “La pinche vieja se hizo chiquita, chiquita, chiquita. El otro imbécil abrió los ojotes como canicas y no supo qué decir. Todos sus amigos se rieron de ellos”.
Hizo una pausa, recordando. Me miró sonriendo irónicamente: “Para que se les quite lo mamones. Pendejos. Qué se creen.”
Suspiré. “Mexicanos, Germán. Somos mexicanos”, le dije, moviendo la cabeza.
Y como tales, con muchas virtudes... pero también con muchos defectos.
Como todo ser humano.
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