
En mayo de 1948 un conglomerado de milicias judías atacó y destruyó múltiples ciudades y asentamientos a lo largo de toda la Palestina histórica. El evento marcó el inicio de la Nakba, término del árabe que se traduce a “catástrofe” y hace referencia al exilio al que fue sometida la población palestina como resultado de las violentas incursiones de los que, entonces, eran grupos paramilitares protoisraelíes de corte sionista.

En los hechos, la Nakba es hoy día un proceso inacabado, una herida supurante que crece con cada ofensiva del Estado de Israel sobre la Franja de Gaza o en la Cisjordania ocupada, cada vez que las Fuerzas de Defensa de Israel realizan la destrucción sistemática de hogares palestinos, siempre que las tropas desplazan a los gazatíes, cuando Benjamín Netanyahu decide bombardear hospitales, escuelas y campos de refugiados, cada vez que las Fuerzas de Seguridad israelíes permiten a sus conciudadanos expandir colonias ilegales sobre territorio ajeno y cuando las masacres quedan impunes.
Hace 77 años, más de 15,000 palestinos fueron asesinados en distintas masacres cometidas por milicias sionistas y, posteriormente, por tropas regulares del ejército de Israel entre 1947 y 1949; al menos 500 comunidades fueron deliberadamente destruidas, viviendas, negocios, templos y centros urbanos fueron hechos añicos para forzar el exilio palestino y negar el derecho a los gazatíes a existir en su propia tierra.

Desde 1948 a la fecha, la Nakba ha permitido al Estado de Israel anexionarse, ocupar o acaparar, 1,717,799 hectáreas de tierra palestina, lo que ha generado el desplazamiento forzado de al menos 8.36 millones de palestinos, cifra que incluye a los descendientes de la Nakba y que muy probablemente sumará a las generaciones futuras.
Hace solo semanas, el 5 de mayo, el primer ministro de Israel anunció que las fuerzas armadas han ordenado la movilización de miles de reservistas y que su país se prepara para “conquistar” la Franja de Gaza, enclave civil que ha mantenido bajo asedio desde hace casi tres meses, privando a la población del acceso a suministros médicos y alimento, destruyendo la poca infraestructura que queda en pie y negando el acceso a los territorios afectados a toda clase de ONG´s y organizaciones de ayuda humanitaria.
Las futuras operaciones de las FDI sobre Palestina anuncian el desplazamiento masivo de seres humanos, evento que el Estado de Israel acepta y ve como necesario, tanto que ha buscado “países dispuestos a recibir” a las decenas de miles de civiles que pronto serán expulsados de su país.

La Nakba, ese voraz torbellino de motivaciones genocidas alumbra epílogos devastadores mientras el mundo observa en la pasividad y las organizaciones internacionales hacen poco por proteger a los refugiados, detener el desplazamiento masivo, hacer valer el derecho internacional o exigir la rendición de cuentas y castigar los crímenes contra la humanidad.
Con motivo de la conmemoración del exilio, el embajador de Palestina ante la ONU pidió poner fin a la “injusticia histórica” de aquel desgarrador episodio y terminar “con la tragedia en curso” en Gaza; ambas memorias, sentenció Riyad Mansour, son una “vergüenza” para la comunidad internacional.

Para culminar con su intervención en la tribuna de las Naciones Unidas, Mansour dio lectura a un pasaje de la misiva enviada por Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina, al foro multinacional: “La guerra que Israel libra en la Franja de Gaza desde hace 19 meses, no es más que una prolongación de los capítulos de la catástrofe de la Nakba que no ha cesado desde 1948″, rezó el texto.