
El arma más precisa de China en su guerra comercial con EU no son los aranceles ni los discursos, sino el dominio quirúrgico sobre los cuellos de botella globales.
Con un sistema de licencias de exportación modelado sobre los controles estadounidenses, Beijing ha afianzado una estructura de vigilancia industrial que le permite identificar con detalle qué compañías dependen de qué recursos… y cuándo detenerlos.
La pieza clave de esta estrategia son los imanes de tierras raras, componentes esenciales para motores de vehículos eléctricos, sistemas de guiado de misiles y otras tecnologías avanzadas.
Desde abril, China agregó a su lista de control de exportaciones los tipos más sofisticados de estos imanes, obligando a todos los exportadores a tramitar licencias ante una unidad de apenas 60 personas en el Ministerio de Comercio.
Esta decisión, aparentemente técnica, se ha convertido en un torniquete para industrias enteras en Europa, Japón y EU.
Un sistema inspirado en Washington
“China se inspiró originalmente en el régimen de sanciones de Estados Unidos para desarrollar sus propios métodos de control de exportaciones”, explicó Zhu Junwei, investigador del think tank Grandview Institution, con sede en Pekín. “Desde entonces ha buscado construir su propio sistema para usarlo como último recurso”.
Lo que alguna vez fue una amenaza vaga se ha convertido en realidad. El llamado telefónico entre Donald Trump y Xi Jinping el jueves fue interpretado por analistas como una señal de que ambos líderes intentan evitar una escalada, pero también como la confirmación de que el nuevo sistema llegó para quedarse.
“Estamos resolviendo algunos puntos, principalmente sobre imanes de tierras raras y otras cosas”, dijo Trump tras la conversación. Sin embargo, no aclaró si China se comprometió a acelerar las licencias, tras la presión de Washington por lo que percibe como una estrategia dilatoria.
Licencias con precisión quirúrgica
Mientras la administración Trump ha intensificado restricciones tecnológicas a China —como limitar la venta de software de diseño de chips y motores para aviones—, Beijing ha contraatacado apuntando donde duele: las materias primas esenciales que solo ella puede procesar.
China produce el 70 % de las tierras raras del mundo, pero prácticamente tiene el monopolio en su refinamiento. Desde que se impusieron las licencias, empresas europeas han tenido que parar líneas de producción.
Aunque la medida forma parte de un paquete más amplio de represalias por los aranceles estadounidenses, su aplicación es global y no requiere justificación específica.
“No se puede probar que China lo esté haciendo con dolo, pero la tasa de aprobación es una señal clara de presión”, comentó Noah Barkin, asesor del grupo Rhodium. “Es una forma de condicionar futuras negociaciones comerciales con Estados Unidos”.
La estrategia de Beijing ofrece más que control: le da información. Al centralizar la autorización de exportaciones, China accede a datos privilegiados sobre la estructura de las cadenas de suministro, algo a lo que ningún otro gobierno tiene acceso por su complejidad y dispersión.
Europa y el nuevo campo de batalla
De acuerdo con un negociador que ha intermediado ante el gobierno chino, cientos de proveedores japoneses necesitarán en las próximas semanas obtener licencias para evitar interrupciones críticas en sus cadenas. Algunos ya las han solicitado, sin resultados visibles.
“No se trata de controlar imanes, sino de ganar ventaja sobre Estados Unidos”, dijo un ejecutivo estadounidense que trabaja en una empresa dedicada a crear una cadena de suministro alternativa. “Están afilando el bisturí chino”.
En Europa, varias plantas automotrices debieron detenerse esta semana por falta de suministros. Si bien las empresas esperan que se agilicen los permisos tras la llamada Trump-Xi, la incertidumbre sobre los criterios de aprobación y la falta de transparencia generan desconfianza.
Las primeras alarmas sobre la posibilidad de que China usara su poder en las cadenas de suministro como arma surgieron en 2010, cuando Pekín impuso una prohibición temporal a las exportaciones de tierras raras a Japón, en medio de una disputa territorial.
Pero los indicios datan de mucho antes. Ya en 1992, el entonces líder chino Deng Xiaoping advirtió: “El Medio Oriente tiene petróleo, China tiene tierras raras”.
Desde entonces, Pekín ha tejido con paciencia su sistema de control. La Ley de Control de Exportaciones de 2020 amplió las restricciones a cualquier producto o tecnología con implicaciones para la seguridad nacional. En paralelo, China ha invertido miles de millones de dólares en mecanismos alternativos para sortear los bloqueos impuestos por Estados Unidos.
En 2022, Washington prohibió la exportación de chips avanzados a China por temor a que fueran utilizados para potenciar capacidades militares o de inteligencia artificial. Sin embargo, los analistas coinciden en que la medida no logró frenar los avances chinos en estos campos.
Un año después, Beijing respondió con licencias de exportación para galio y germanio —minerales críticos para semiconductores— y más recientemente agregó productos de grafito y cinco metales esenciales para los sectores defensa y energía limpia.
Una de las claves del sistema chino no es solo la ralentización de exportaciones, sino el valor de la información obtenida. Cada solicitud revela qué empresa usa qué tipo de imán, en qué producto y con qué proveedor intermedio. Ningún país occidental tiene acceso a este nivel de detalle sobre la dependencia de sus industrias respecto a insumos estratégicos.
“Es virtualmente imposible saber qué porcentaje de licencias se aprueban, porque los datos no son públicos y las empresas no quieren admitirlo”, explicó Cory Combs, analista de minerales críticos en Trivium China. “Pero lo que está claro es que el nuevo sistema le da a China una herramienta de inteligencia industrial que ningún otro país posee”.
Esta asimetría está generando preocupación en altos niveles gubernamentales, especialmente porque la falta de transparencia permite a Beijing mantener una postura ambigua: puede alegar que sigue procesos administrativos normales, aunque las consecuencias sean disruptivas.
El futuro de la guerra comercial
La llamada entre Trump y Xi no parece haber desmontado la trampa. Si bien algunos analistas consideran que China podría flexibilizar temporalmente las aprobaciones para descomprimir tensiones, el sistema ha sido diseñado para permanecer. Y con él, la capacidad de Beijing de usar su supremacía en tierras raras como un “bisturí” que opera con precisión en las vulnerabilidades de la economía occidental.
A diferencia de los aranceles, que son visibles y cuantificables, las licencias son opacas y difíciles de rastrear. Su impacto no es inmediato, pero cuando se siente, paraliza.
Mientras la administración Trump sigue reforzando sus controles sobre exportaciones tecnológicas, China responde con la misma moneda… pero con una herramienta más aguda: el conocimiento detallado de cómo el mundo depende de sus minerales. Una estrategia comercial con aspiraciones geopolíticas que lleva décadas en desarrollo, y cuyo filo ahora empieza a sentirse más allá de las fronteras de Asia (con información de agencias).