
El jefe del Pentágono, Pete Hegseth, insistió este jueves en que los bombardeos estadounidenses sobre tres instalaciones iraníes “destruyeron sin duda” las capacidades nucleares de Teherán y calificó de “éxito rotundo” la operación llevada a cabo la noche del sábado al domingo, pero eludió responder sobre el paradero del uranio enriquecido, superior a los 400 kilos, según la OIEA, que fue producido en las centrifugadoras distribuidas en las tres instalaciones atacadas, las centrales de Natanz y Isfahan y el búnker subterráneo de Fordó.
“No tengo constancia de ningún informe de inteligencia que haya revisado que diga que las cosas no estaban donde debían estar o que hayan sido movidas”, se limitó a responder Hegseth preguntado en una rueda de prensa sobre la posibilidad de que el Gobierno iraní haya trasladado el material necesario para fabricar las bombas atómicas a instalaciones secretas, antes de los bombardeos.
Un airado Hegseth defendió la efectividad de lo que llamó “la operación militar más compleja y secreta de la historia” de Estados Unidos (saltándose el legendario Desembarco de Normandía) y cargó contra la prensa por amplificar un reporte preliminar de inteligencia que estimó que tras el ataque estadounidense el programa nuclear de Irán se vería demorado por unos seis meses, no años, como ha asegurado Trump.
Este mismo jueves, Trump aseguró, también sin pruebas, que Irán no sacó nada de las instalaciones. ¡Tardaría demasiado, es demasiado peligroso y pesado y difícil de mover!“.
Sin embargo, expertos consultados por Bloomberg, este arsenal puede ser almacenado en 16 cilindros de casi un metro de altura, equivalentes a tanques de oxígeno para buceo. Cada ojiva tendría un peso de unos 25 kilos, lo suficientemente ligero como para ser transportada a un lugar secreto en un vehículo convencional o incluso a pie, en caso necesario.