
No lejos de la momia de Lenin, expuesta al público en un mausoleo en la plaza Roja de Moscú, están enterrados en la necrópolis del Kremlin los restos de lo que fue otra momia, la de Stalin.
De 1953 a 1961, los cuerpos embalsamados de los dos líderes de la URSS yacían juntos, hasta que la momia de Stalin fue retirada por orden del entonces líder soviético, Nikita Jruschov, como parte de la desestalinización que limpió el país de estatuas del defenestrado “zar rojo”. Entre las “víctimas”estaba la enorme estatua de mármol en la estación de metro Taganskaya de Moscú, en el que se ve al Otets Narodov (Padre del Pueblo) flanqueado por trabajadores que lo veneran y niños que le ofrecen flores.
Seis décadas después de la profanación de la momia de Stalin, la comunidad internacional y una parte de la sociedad rusa asisten inquietas a un fenómeno impensable hasta hace poco tiempo: el regreso a los pedestales del segundo mayor genocida del siglo XX, causante, entre otros crímenes de la Gran Purga (más de 800 mil ejecutados tras ser señalados como “enemigos del Estado”), la Gran Deportación (1.6 millones de muertos deportados a Siberia), los Gulags (600 mil muertos en campos de trabajo forzado) o el Holodomor (el genocidio de 6 millones de ucranianos, muertos por hambruna tras la colectivización de la tierra y la incautación masiva de grano de trigo).
El último paso para sacar del ostracismo al líder comunista que gobernó con mano de hierro la extinta Unión Soviética durante tres décadas (el apodo Stalin viene de la palabra rusa stal: acero) ha sido, precisamente, la inauguración en mayo de un réplica de la misma estatua paternalista de Stalin, en la misma estación moscovita donde estaba la original hasta que fue destruída.
El impacto de los moscovitas al encontrarse de nuevo la estatua de Stalin mirándoles a los ojos tuvo que ser para muchos lo que sentirían los alemanes si vieran una estatura de Hitler en el metro de Berlín; pero, la realidad es que cada vez más rusos se muestran de acuerdo con la “reestalinización” y blanqueamiento de la imagen del exdictador soviético.
Según una encuesta de 2025 del Centro Levada, una institución independiente de demoscopia en Rusia, la figura de Stalin ha experimentado un notable repunte en popularidad en los últimos años, hasta alcanzar un asombroso 70%, mientras que la percepción negativa ha caído a un histórico 17%.
¿Qué ha cambiado en Rusia?
Para entender por qué la sociedad rusa ha pasado de ni siquiera mencionar su nombre a erigir nuevas estatuas de Stalin hay que tener en cuenta dos palabras —humillación y patriotismo— y fijarse en tres fechas claves de su historia moderna: el 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el muro de Berlín y los países del este de Europa abrazaron la democracia liberal y se cubrieron bajo el paraguas defensivo de la OTAN; el 29 de diciembre de 1991, cuando el Soviet Supremo firmó el acto de defunción de la URSS y permitió la conversión de sus 15 repúblicas en estados independientes; y el 25 de abril de 2005, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, dijo que “la caída de la URSS fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” y que causó que “de la noche a la mañana, 25 millones de rusos se despertaron fuera de Rusia”.
Entonces nadie supo interpretar que detrás de la queja amarga de Putin se escondía un sentimiento que ni Mijail Gorbachov ni Boris Yeltsin lo dijeron en voz alta —la humillación rusa por haber perdido su imperio y haber salido derrotada de la Guerra Fría—, pero las palabras del presidente ruso escondía también otro sentimiento: el del orgullo patriótico, que ha ido creciendo a medida que ha ido conquistando territorios mediante la fuerza bruta.
De esta manera, Putin armó a los rebeldes prorrusos que declararon la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, en 2008; invadió militarmente la rusófona Crimea y la anexionó a Rusia en 2014, y ahora trata de someter a Ucrania mediante una invasión en 2012 y una guerra todavía en marcha, cuyos resultados es la anexión de gran parte del este del país.
La conexión, por tanto, de Putin con Stalin es que, mediante la fuerza militar en el exterior, la represión interna y la eliminación de los disidentes (Troski, por orden de Stalin, Navalni, por orden de Putin…), se puede mantener un imperio, o en el caso del actual líder ruso, reconstruirlo.
De hecho, desde la llegada de Putin al poder en el año 2000 se han instalado aproximadamente un centenar de monumentos en honor de Stalin, tendencia que se aceleró desde la anexión de la península ucraniana de Crimea en 2014.
“Justicia histórica”
El último paso para la rehabilitación de la figura de Stalin (cuya ambición era mantener sin fisuras a la URSS como una única superpotencia autocrática), en detrimento de la figura del propio Lenin (partidario del derecho de los pueblos a la autodeterminación, algo que no consiente Putin) ocurrió este mismo domingo, cuando el Partido Comunista de Rusia aprobó durante su congreso una resolución en la que tacha de “erróneo y políticamente sesgado” el informe presentado el 25 de febrero de 1956 por Jruschov.
La resolución subraya que el alegato presentado por Jruschov para desestalinizar la URSS contenía “hechos manipulados y acusaciones falsas contra Stalin”.
El número dos de los comunistas rusos, Dmitri Nóvikov, explicó que el objetivos es restablecer “la justicia histórica” en relación al hombre que dirigió bajo un régimen de terror la URSS desde la muerte de Vladímir Lenin en 1924 hasta su fallecimiento en 1953.
En el XX congreso del PCUS, Jruschov acusó a Stalin de promover el culto a la personalidad, de romper el principio de decisiones colegiadas y de ser responsable personalmente de la represión y deportación de millones de personas.
La cuestión es, ¿por qué los comunistas rusos han llegado precisamente ahora a esta rehabilitación de Stalin, luego de seis décadas defenestrado? Fácil: porque le tienen miedo a Putin y si este dice que la historia estaba mal escrita y los crímenes de Stalin estaban justificados en nombre de que la Madre Rusia sea grande de nuevo, pues hay que creerle.
A fin de cuentas, Rusia casi no sabe lo que es vivir en democrácia y lleva toda su vida acostumbrada al culto a la personalidad y cuanto más fuerte sea el zar de turno, más temido y admirado será.