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Adiós Coca-Cola, Fanta y Renault; hola Cool-Cola, Fancy y Moskovitch: Rusia se rusifica

Las duras sanciones por la guerra en Ucrania está obligando al país más grande del mundo a una sustitución de importaciones a marchas forzadas

guerra en ucrania

Los sustitutos de Coca-Cola, Fanta y Sprite en Rusia: Cool-Cola, Fancy y Street

Los sustitutos de Coca-Cola, Fanta y Sprite en Rusia: Cool-Cola, Fancy y Street

Moscow Times

Rusia se adentra en una incierta rusificación de su economía, ante la resignación de una sociedad que había abrazado con entusiasmo el hiperconsumismo capitalista y que llevaba tres décadas familiarizada con un universo de marcas estadounidenses, japonesas, europeas y también mexicanas, como Bimbo, cuya fábrica en Moscú daba trabajo a 365 personas, hasta que a mediados de marzo decidió sumarse a la ola de cancelaciones de multinacionales, en represalia por la invasión de Ucrania.

La lista de compañías que suspenden operaciones es abrumadora y sus marcas, globales, como Nike, Microsoft, Google, Apple, Airbnb, Zara, Honda, BMW, Lego, Ikea, Coca Cola, Pepsico, Siemens, Mercedes Benz, eBay, Ferrari, Toyota, Volkswagen, Amazon, Netflix, Chanel, Prada, Visa o Mastercard. Pero, por su simbolismo o peso específico, algunas suspensiones han sido particularmente dolorosas, como una de las últimas en anunciar su salida, la automotriz francesa Renault, que deja en el aire 15 mil puestos de trabajo, o McDonald, que daba trabajo a 62 mil personas en sus 850 restaurantes.

Adiós a un icono occidental

La apertura del primer McDonald ruso en la plaza Pushkin de Moscú a finales de enero de 1990 fue uno de los símbolos de la Guerra Fría. La URSS todavía existía, pero el muro de Berlín ya había caído unos meses antes. Los moscovitas se lanzaron en masa a probar el nuevo restaurante, icono del capitalismo del “enemigo americano”. Era el fin de una época. Ahora, más de 32 años después, la compañía estadounidense ha anunciado que deja el país. También acaba una era y entra en lo que parece irremediable: la rusificación o la desoccidentalización del país a marchas forzadas.

El pasado lunes 16 de mayo, la empresa rusa Ochakovo anunció el lanzamiento al mercado de sus propias bebidas gaseosas, Cool-Cola, Fancy y Street, un burdo plagio de Coca-Cola, Fanta y Sprite, apenas días después de que el gigante estadounidense, el mayor fabricante de refrescos del mundo, anunciara que abandonaba Rusia, tras una relación de amor-odio-adicción que empezó en la década de los 30, con el intento de la URSS por copiar la fórmula secreta estadounidense.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, la Coca-Cola quedó proscrita, pero surgió un serio inconveniente: el legendario mariscal Zhukov, el héroe soviético de las batallas de Stalingrado, Leningrado y de la caída de Berlín, se había aficionado a este refresco desde que el general Eisenhower se lo diera a probar durante la guerra común de las dos superpotencias contra los nazis.

La única manera de que el héroe nacional pudiera seguir con su vicio inconfesable, sin que la opinión pública supiera de semejante aberración capitalista, fue un plan surrealista para importar la bebida en secreto para su uso personal en una versión incolora embotellada en botellas que parecían de vodka con una estrella roja en la chapa. Y mientras el mariscal Zhukov bebía su Coca Cola blanca, en el bloque comunista se las ingeniaban para replicar la fórmula, de nuevo sin éxito.

Tras el reciente anuncio de la salida de Coca-Cola, y el más reciente aún anuncio de que sale una réplica “100% rusa”, habrá que esperar si los rusos se decantan masivamente por la versión local —por su sabor o por solidaridad patriótica— o si están dispuestos a pagar más del 200% de su precio normal por la original, hasta agotar existencias.

El Moskovitch, símbolo de la tecnología soviética

El Moskovitch, símbolo de la tecnología soviética

За рулем

Coches soviéticos para la Rusia de Putin

Donde se notará mucho este proceso de desoccidentalización de Rusia será en las calles y carreteras del país más extenso del mundo, cuando la mayoría de los coches actuales dejen de circular, por falta de refacciones.

Prácticamente todo las marcas que circulan en Rusia son estadounidenses, japonesas, alemanas, francesas, coreanas o italianas, y todas estas compañías han anunciado el cierre de sus plantas o han paralizado el envío de coches a Rusia, que sufre así el castigo por una guerra injustificada del país vecino, con miles de muertos y destrucción.

En este sentido, el gobierno ruso anunció la semana pasada la nacionalización de la mayor fábrica de Renault para adaptarla al montaje del popular carro de la era soviética, cuya compañía se declaró en bancarrota en 2002, abrumada por la competencia de coches con mucha más tecnología.

“He decidido incluir la fábrica como activo de la ciudad y reanudar la producción bajo la marca histórica Moskovitch”, anunció el alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin.

La medida parece ser la primera transferencia importante de activos privados extranjeros a manos del Estado, después de que funcionarios rusos amenazaran con nacionalizar las empresas occidentales que abandonaran el país.

En cualquier caso, el anuncio de nuevos refrescos y coches rusos difícilmente evitará que más de dos millones de rusos pierdan su empleo de aquí a final de año, y que el PIB retroceda este 2022 un 12%, lo ganado en la última década, como pronosticó el Centro de Investigación Estratégica, un grupo de expertos en Moscú, por mucho que Putin insista en que las sanciones, que podrían permanecer durante años o ser irreversibles, no afectarán a la economía rusa ni harán que cambie el curso de la guerra.