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La budista Myanmar comete genocidio contra su minoría musulmana

El tercer país budista del planeta niega la ciudadanía y persigue sin piedad desde hace décadas al pueblo rohinyá. La llegada de la democracia al país no ha servido de nada, y el mundo apenas empieza a despertar de su ignorancia mientras la limpieza étnica se intensifica

Persecusión

La budista Myanmar comete genocidio contra su minoría musulmana

La budista Myanmar comete genocidio contra su minoría musulmana

AFP / Manan Vatsyayana

Gracias al Dalái Lama, el budismo se ha labrado en todo el mundo y a lo largo de décadas la imagen de conformar un pueblo de paz y armonía. Una imagen que debe ser destruida inmediatamente.

Desde el pasado 9 de octubre, hasta 21 mil personas de los aproximadamente 1.5 millones que componen la población de la minoría musulmana rohinyá han abandonado la región birmana de Rakáin para refugiarse en Bangladés, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones.

Allí, Amnistía Internacional denuncia que a menudo son detenidos y, en muchos casos, devueltos a Myanmar, puesto que, explican, el gobierno bangladesí no los reconoce como refugiados. En el mejor de los casos, acaban en campos de refugiados.

La situación ha empeorado si cabe en estas últimas semanas, y los ataques por parte de la policía y el ejército de Myanmar se han intensificado contra esta minoría.

TERROR Y FUEGO

“Cortaron el cuello a cuatro miembros influentes de nuestro pueblo delante nuestro. Pusieron a 50 personas en fila, agarraron a las chicas más lindas, se las llevaron al bosque y a las colinas y las violaron. Pegaron a mi hijo en plena calle y me violaron". Es el relato que Mohsena Begum hacía al rotativo inglés The Independent en un video, mientras agachaba la cabeza para que no se la reconociera. Osman Gani, refugiado rohinyá denunciaba, en el mismo video: “El ejército birmano nos disparó desde helicópteros. Quemaron viva a mucha gente". “Lo grabé", añadía Gani, mientras mostraba las terroríficas imágenes a cámara en su teléfono celular.

En otro video, para BBC, una mujer describía sus razones para huir de Rakáin a Bangladés: “Quemaron nuestras casas y mezquitas; mis dos hijos están desaparecidos”, relataba. “¿Dónde deberíamos vivir?”, se preguntaba a cámara, rota de angustia.

El gobierno lo niega absolutamente todo y acusa a los rohinyá de atacar a los soldados e incluso asegura que queman sus propias casas para culpar a las autoridades. A la vez, Myanmar no permite la entrada de periodistas internacionales a la región.

VERGÜENZA NOBEL

Las oleadas de violencia contra los rohinyá son cíclicas, y de nada ha servido que el país asiático haya finalmente abandonado la dictadura militar y se haya transformado en una democracia, aplaudida por el mundo y encabezada por la Nobel de la Paz de 1991, Aung San Suu Kyi.

Suu Kyi se negó en 2012 en una entrevista con la BBC, en medio de una crisis que dejó 100 mil desplazados, a condenar la violencia contra los rohinyá, y rechazó que exista una limpieza étnica.

De hecho, este pasado día 2, en una entrevista con Channel News, Suu Kyi acusó a la comunidad internacional de hostigar la división entre budistas y musulmanes, “exagerar” la situación e ignorar presuntos “ataques contra puestos policiales” el 9 de octubre. La líder birmana dijo querer mejorar la situación en la región, pero desde que ganó los comicios a finales de 2015 la Nobel de la Paz no ha dado un solo paso para terminar con la pesadilla de los rohinyá.

ÉXODO Y PERSECUCIÓN

Esta pesadilla empezó hace siglos. Se estima que se instalaron en la provincia de Rakáin en el Siglo XVI, pero tras la anexión británica de la región, en 1826, las autoridades les invitaron a emigrar a la vecina Bengala, así como a bengalíes a instalarse en Rakáin, entonces llamada Arkáin. Se inició así una migración que resultaría problemática. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, e independizarse Birmania y Bangladés, su desamparo empeoró, generando una tímida insurgencia muyahidín.

Tras llegar al poder en 1978, la junta militar birmana consideró a los rohinyá inmigrantes ilegales de Bangladés, y en 1982 retiró la ciudadanía a todo aquél que no pudiera demostrar que tenía antepasados viviendo en Rakáin antes de la invasión británica. El imposible. Empezó su forzosa concentraron en guetos empobrecidos en la capital provincial, Sittwe, y su restricción de movimientos.

LLAMADO A LA ACCIÓN

Pese a la alarmante indiferencia internacional, algo está empezando a cambiar. Si bien no en el mundo Occidental, sí en la región. Esta pasada semana, el primer ministro de Malasia, Najib Razak, afirmó que “el mundo no puede simplemente sentarse y ver como ocurre un genocidio". “Naciones Unidas, hagan algo, por favor", suplicó Razak, pocas semanas antes de jugarse la reelección como líder de un país donde se calcula que hay 56 mil refugiados rohinyá.

Esto supone un cambio, porque tradicionalmente, la región ignora los problemas en los demás países como una manera de mantener el equilibrio político entre los 10 integrantes de la ASEAN, la Asociación de las Naciones del Sudeste Asiático. Y precisamente, el secretario de Juventud y Deportes de Malasia, Khairy Jamaluddin, pidió a ASEAN reconsiderar la membresía de Myanmar por la violencia “inaceptable”.

También Indonesia ha roto estas últimas semanas su silencio sobre la situación, y su primer ministro, Joko Widodo, se reunió el jueves en Bali con el ex secretario de la ONU Kofi Annan, que precisamente estos días está de gira por la región para tratar de recabar apoyos para los rohinyá.

Aún así, tanto Indonesia como Malasia impidieron el pasado año la llegada a sus costas de numerosas embarcaciones rebosantes de refugiados de esta minoría.

Esto muestra las enormes dificultades para resolver la crisis, pero también refleja un cambio. A la gira de Annan se sumaron este viernes las declaraciones de Vijay Nambiarm, consejero especial del actual secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, que destacó la “frustración y decepción internacional” por la absoluta pasividad de Suu Kyi. Nambiarm advirtió a la Nobel de la Paz que “sólo respondiendo concretamente a estas preocupaciones será el país capaz de resolver la crisis y preservar su posición internacional”.

Es poco probable que haya cambios a corto plazo y el sufrimiento y las matanzas cesen, pero si la presión internacional sigue creciendo, puede que “el pueblo con menos amigos de mundo”, como definió en 2009 a los rohinyá Kitty McKinsey, vocera del Alto Comisionado de la ONU para los refugiados, encuentren finalmente al menos un amigo.