
1.- El olvido de Mahoma
El profeta murió en el año 632 sin dejar por escrito quién era su sucesor, y por tanto, quién iba a ser el guía espiritual y político de los musulmanes. Ese olvido fue el “pecado original” que mil 384 años después sigue causando división y, de manera creciente desde hace una década, enfrentamientos sectarios entre musulmanes.
Los seguidores de Alí, primo de Mahoma y su yerno (por ser esposo de su hija Fátima), aseguraban que el profeta dijo en uno de sus últimos discursos que su pariente era el heredero y líder de esa nueva religión. Los “partidarios” (chia, en árabe) de Alí y sus hijos fueron considerados “chiíes” o “chiitas”. Sin embargo, la mayoría sostenía que no era cierto y se decidió que un grupo de notables debía elegir al que se considerase digno de ser ungido. Estos fueron conocidos como “suníes” o “sunitas”.
La falta de acuerdo degeneró en sangrientas disputas, cuyo punto culminante fue la derrota de los chiitas en la batalla de Kerbala (Irak) en el año 680, donde Husein, hijo de Alí, fue decapitado por los vencedores sunitas, cuya corriente se expandió rápidamente por todo Oriente Medio y norte de África, hasta alcanzar su máximo esplendor con la conquista de España (Al Andalus).
2.- Siempre nos quedará Irán
En cuanto a los derrotados chiitas, estos convirtieron el recuerdo del martirio de Husein en su ritual y en la fuerza para mantener viva su fe al paso de los siglos, aunque se vieran obligados a vivir en minoría bajo la autoridad terrenal de los diferentes califas sunitas. Esa sumisión trajo calma relativa durante siglos entre ambos bandos, lo que permitió a los chiitas florecer en territorios muy amplios, como ocurrió en lo que hoy conocemos por Irán.
Hubo incluso intentos de reconciliación total entre sunitas y chiitas. Tras marcharse los colonizadores europeos de Oriente Medio, se dieron algunos intentos fallidos de unificación política y religiosa, como el movimiento panarabista que propusieron el sunita y líder iraquí, Sadam Husein, y el líder sirio de confesión chií, Hafez al Asad, padre del actual mandatario Bachar al Asad.
3.- La inquietante revolución de los ayatolás
Pero un acontecimiento dramático sacudió el tablero geoestratégico del golfo Pérsico y acabó con la relativa calma entre sunitas y chiitas: la revolución islámica en Irán, en 1979.
Su estallido marcó el comienzo de una “guerra fría” entre las dos facciones musulmanas, salpicada de conflictos sangrientos que se han agravado con la aparición del terrorismo yihadista y que, con la última crisis entre Arabia Saudí e Irán, amenaza estos días con transformarse en una auténtica fitna o guerra civil entre musulmanes.
Bajo el reinado del sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi, el golfo Pérsico era una balsa de aceite en cuanto a estabilidad, al menos para Estados Unidos, que tenía como aliados cercanos a las dos potencias de la región, al norte, Irán y al sur, Arabia Saudí. Pero, mientras el abundante petróleo y una estricta moral islámica han permitido hasta la fecha a la familia real saudí mantener a raya a la relativamente escasa población de ese país desértico, el petróleo iraní no parecía suficiente para pagar las lujosas extravagancias de la familia del sha y su occidentalizado estilo de vida, dejando en la miseria a su superpoblado país.
Bastó con que alguien denunciase la corrupción, la falta de temor a Alá y el servilismo del emperador iraní al “gran Satán” (Estados Unidos), para que fuese enviado junto con su familia al exilio, la embajada de EU clausurada y su personal tomado rehén durante más de un año. Ese hombre que llamó a las armas fue el ayatolá Ruholá Joemini.
De un día para otro, Irán dejó de ser aliado de EU para convertirse en enemigo y en una peligrosa potencia regional con una población y un Ejército que triplican al de Arabia Saudí, y con un Estado convertido en una teocracia chiita que amenaza con amenaza con incitar a la rebelión entre las comunidades chiitas repartidas en países de mayoría sunita, como son Yemen, Pakistán, Qatar, Afganistán o la propia Arabia Saudí. También países como Bahréin e Irak, donde los chiitas son mayoría, pero son gobernados por una élite sunita, se sintieron amenazados, al igual que en países donde existe un frágil equilibrio entre comunidades, como en Líbano, donde el movimiento chiita Hizbulá se rearmó gracias al apoyo de Irán y de su único socio en la región, Siria (el único país donde ocurre al revés: los chiitas son la élite que gobiernan sobre una mayoría sunita).
4.- El incendiario Sadam Husein
El primer gobernante en reaccionar a la “amenaza chiita” fue el sunita Sadam Husein, que vio en el triunfo de los ayatolás un peligro real para la unidad de Irak, con una población chiita superior a la sunita.
En 1980, un año después del triunfo de la revolución de Jomeini, Husein declaró una sangrienta guerra al país vecino, alegando una disputa territorial, que fue apoyada de forma entusiasta por EU y Arabia Saudí.
Casi una década y dos millones de muertos después, acabó un conflicto sin vencedores ni vencidos, pero que dejó a Husein armado hasta los dientes y convertido en un criminal de guerra protegido por Washington y Riad, que callaron las denuncias de que usó armas químicas contra sus enemigos. De ese silencio cómplice e impune surgió el deseo del tirano de Bagdad de hacer la guerra a otro enemigo mucho más débil que Irán. Pero se equivocó terriblemente y su perdición fue meterse con un aliado rico en petróleo de EU y Arabia Saudí: Kuwait.
5.- La invasión de Irak o el error más estúpido
La suicida aventura de Sadam en el pequeño emirato vecino causó dos guerras internacionales, una, encabezada por el presidente George Bush, para echar a los iraquíes de Kuwait, y otra, encabezada por el presidente George Bush hijo, para echar al presidente iraquí del poder. El mandatario republicano y sus halcones cometieron entonces un error geoestratégico gravísimo: expulsaron del Ejército a los sunitas y miraron a otro lado cuando se instaló un gobierno chiita vengativo. La consecuencia, además del ahorcamiento de Husein tras juicio sumarísimo, fue que miles de mandos de su guardia pretoriana se sumasen a grupos armados de sunitas que se vengaron de la pérdida del poder atacando de forma indiscriminada a la población chiita. Uno de esos sunitas sedientos de venganza se llamaba Abú bakr al Bagdadí, hoy más conocido como “califa” del grupo terrorista número uno del mundo: el Estado Islámico.
6.- Primavera árabe, infierno saudí
Las revueltas populares que estallaron en el norte de África contra los dictadores árabes en Túnez, Libia y Egipto, degeneró en guerra civil sectaria en Siria, donde el presidente chiita, Bachar al Asad, se aferró a su fiel Ejército para aplastar a la mayoritaria población sunita, que se levantó en armas tras décadas de represión.
En Bahréin, la única monarquía sunita del golfo Pérsico que gobierna sobre una población mayoritariamente chiita, el gobierno pidió ayuda a la vecina Arabia Saudí, que hizo lo propio contra los chiitas saudíes que se levantaron en reclamo de mayor libertad y respeto a esa minoría. Entre los que se levantaron estaba el clérigo chiita Nimr al Nimr, ejecutado el 2 de enero por las autoridades saudíes.
La comunidad chiita en todo el mundo (que como se señaló antes, surgió del martirio del hijo de Alí) convirtió de inmediato al clérigo saudí en un mártir de la causa y esto explica la enfurecida reacción, que degeneró en el ataque a la embajada saudí en Teherán y en la ruptura de relaciones entre las dos potencias de la región.
7.- ¿Peligro de fitna?
La crisis irano-saudí ha puesto de relieve el rencor acumulado de siglos entre las dos corrientes musulmanas, a veces latente, a veces en enfrentamiento abierto. La clave es si sabrán reconducir la escalada de la tensión o si estamos ante lo que en árabe se llama fitna o guerra entre musulmanes.
En realidad esta fitna ya comenzó en Siria hace cuatro años, de nuevo con las dos potencias totalmente involucradas: Irán, ayudando a su aliado Bachar al Asad, al que envía armas y combatientes, entre ellos los libaneses de Hizbulá; y Arabia Saudí, bombardeando del lado de los opositores sunitas, de igual manera que bombardea a los rebeldes chiitas en Yemen.
La crisis es grave, no sólo porque amenaza con una guerra abierta en la región de impredecibles consecuencias, sino porque entorpece las negociaciones para que todas las naciones musulmanes se unan para combatir a una amenaza aún mayor, no solo contra ellos, sino contra la humanidad: el yihadismo diabólico del Estado Islámico.
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