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Kadirov, el aliado salvaje de Putin en Chechenia al que miran con pavor los ucranianos

 Más de 120 mil rusos firman para pedir al presidente que no siga apoyando al tirano que domina la república separatista caucásica, pero los planes del Kremlin son otros: instalar a otro halcón prorruso en Kiev, aunque para ello tenga que invadir el país

El hombre fuerte de Chechenia, Ramzán Kadírov, junto a un retrato de su protector, Vladimir Putin

El hombre fuerte de Chechenia, Ramzán Kadírov, junto a un retrato de su protector, Vladimir Putin

La peor pesadilla para cualquier ucraniano —aunque probablemente opinen lo contrario los separatistas prorrusos más radicales— es que Ucrania no sólo corte lazos con Occidente y siga forzada a orbitar en torno a Moscú, sino que en el palacio presidencial de Kiev se siente un tirano de los que al presidente Vladimir Putin le gusta coleccionar, como el sirio Bachar al Asad, el bielorruso Alexander Lukashemko o el checheno Ramzán Kadírov, conocido por ser, básicamente, un sádico al servicio del Kremlin.

En un hecho poco habitual en la nunca consolidada democracia rusa, más de 120 mil rusos firmaron la semana pasada y en apenas dos días de recolección de firmas una petición para que Putin eche del poder a Kadírov, presidente de Chechenia —una de las 22 repúblicas de la Federación Rusa—, acusado por activistas, opositores y organizaciones humanitarias nacionales e internacionales de ser un criminal que usa su poder absoluto para la persecución implacable de activistas, gays, periodistas, feministas y opositores a su gobierno regional o al Kremlin, y sobre quien recae decenas de denuncias por desapariciones, torturas en cárceles y asesinatos que quedan impunes.

En plena escalada bélica en la frontera ruso ucraniana, Kadírov ha vuelto a ser el centro de todas las miradas después de que se conociera que el 20 de enero, un comando de las fuerzas de seguridad chechenas secuestrara en su departamento en la ciudad de Nizhni Novgorod, en Rusia central, a la madre del activista checheno Abubakar Yangulbaev, a la que obligaron a regresar a Grozni, donde fue encarcelada sin que las autoridades federales hicieran nada por evitarlo… o peor, con la sospecha de que el Kremlin consintió la operación.

Tras ser arrestada por el cargo de “vandalismo leve”, Kadírov corrigió a su propio fiscal para afirmar en su cuenta de Telegram —la plataforma rusa, polémica por no censurar ninguna amenaza o insulto de odio— que la madre del activista “está a la espera de una plaza en prisión o bajo tierra” y que los familiares de Yangulbaev “ya no podrán pasear libremente disfrutando de la vida” porque, aseguró, han “mancillado gravemente el honor de los chechenos”.

Más explícito aún, su aliado en la Duma chechena (parlamento), el diputado Adam Delimjanov compartió en Instagram un video en el que lanzaba directamente una condena a muerte a toda la familia del disidente: “Los perseguiremos hasta que les cortemos la cabeza”.

Pero ¿cómo llegó Kadírov al poder y a convertir a Chechenia en un Califato del terror, y por qué Putin tiró a la basura la petición de los más de cien mil firmantes?

Los tres mil “kadirovtsi”

El hombre fuerte de Chechenia es un traidor de la lucha separatista chechena, que cambió de bando en cuanto vio la llegada de tanques rusos, al igual que hizo su padre, Ajmat Kadiróv, nombrado por Putin presidente de Chechenia en plena guerra contra los que luchaban por la independencia de esa república norcaucásica de mayoría musulmana.

Y no hay nada peor que un converso: en su ánimo de contentar a Putin, Kadírov creó un ejército de tres mil milicianos a los que instruyó en el arte de la desaparición y tortura de separatistas y familiares. Pronto los milicianos a sus órdenes fueron siniestramente conocidos como los “kadirovtsi” y ayudaron a los soldados a las órdenes de Putin a ganar la segunda guerra chechena, en 2009.

Para ese entonces, el treintañero Kadírov hijo ya tenía dos años de presidente de Chechenia, luego de sustituir a su padre, asesinado por los separatistas en un atentado en el estadio de Grozni. Subió al poder el 15 de febrero de 2007, sólo cuatro meses después de que acribillaran a balazos a Anna Politkovskaya, en el elevador de su departamento en Moscú, la periodista a la que Kadírov amenazó de muerte por denunciar los asesinatos, secuestros y crímenes de guerra cometidos en esa república norcaucásica por sus “kadirovtsi”, junto con las tropas de Putin.

Aunque el presidente checheno admitió en una ocasión que hay “elementos canallas” entre sus milicianos, niega que se dediquen sistemáticamente a cometer terrorismo de Estado. Pero los que sufrieron el terror de los “kadirovtsi” demuestran lo contrario. Uno de ellos fue Umar Israilov.

Prisiones para gays

El 13 de enero de 2009, Israilov, checheno de 27 años, abandonó el piso de Viena donde se escondía para comprar yogures a sus hijos. Y fue en el momento en que salía de la tienda cuando intuyó las intenciones asesinas de los hombres que se le aproximaban. Intentó huir, pero le dispararon por la espalda mientras corría a plena luz del día por la tranquila capital austriaca. Lo remataron en el suelo.

El “delito” de Umar fue haber huído de Rusia y relatado en Occidente los horrores que vió cuando fue obligado a punta de pistola a formar parte de la guardia pretoriana de Kadírov. En vez de luchar por la causa independentista, que es lo que él quería, fue literalmente secuestrado por los “kadirovtsi” para que se uniera a ellos “o de lo contrario iba a presenciar cómo eran violadas su madre y su abuela”, relató el padre al diario español “El ¨Periódico de Catalunya”.

"Durante el tiempo que estuvo con los kadirovtsi lo vio todo: las sádicas palizas, las ejecuciones, las torturas con electrochoques e incluso alguna violación",explica el padre de Umar. Todas estas acusaciones, han sido incluidas en una denuncia presentada ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Otra víctima del terror checheno, cuyo caso denunció Human Rights Watch es el de un hombre que responde a las siglas A.D. y que ayudó a que el mundo conociera las cárceles chechenas para homosexuales, donde son sometidos a todo tipo de vejaciones, como violaciones con palos y descargas eléctricas, en algunas de las cuales participó el propio Kadírov.

“Para los chechenos, ser homosexual es lo peor”, relató dice el refugiado checheno. “Es peor que un crimen. Nos golpeaban porque somos homosexuales. Creen que se supone que debemos morir y que no se nos debe permitir vivir”.

Veneno, allá donde estés

Siguiendo fielmente el manual del dictador, Kadírov, señalado por el asesinato de Anna Politkovskaya, amenazó de muerte recientemente a la periodista Yelena Miláshina, la periodista más laureada del “Nóvaya Gazeta”, el diario moscovita que resiste valientemente la embestida del Kremlin contra la prensa crítica, y que le valió a su director, Dmitri Murátov, la concesión del premio Nobel de la Paz 2021.

Tras ser acusada de “terrorista” por Kadírov, lo que equivale a una condena a muerte en la cárcel, Yelena huyó de Rusia la semana pasada, tras pedírselo el director para que no corriera el mismo destino que el de su compañera Anna, que trabajaba también en el mismo diario, o el de la activista de derechos humanos chechena Natalia Estemírova, secuestrada y ejecutada en un bosque cerca de Grozni, por investigar las “actividades” del presidente.

La disidente rusa, una más, tuvo que emprender el camino del exilio, pero no ha revelado su destino para evitar acabar como el checheno tiroteado en Viena o el exespía Alexander Litvinenko, envenenado en 1998 con polonio radiactivo en el té que tomó en Londres con dos “enviados” del Kremlin.

Como comprobó demasiado tarde León Trotski, no hay lugar seguro bajo el sol para los disidentes rusos condenados a muerte, ni antes bajo el terror de Stalin, ni ahora bajo el terror de Putin y sus aliados regionales. Ni lejos, como un escondite en una casa de Coyoacán, ni tan cerca como la muralla del Kremlin, donde murió acribillado a balazos en 2015 el líder opositor Boris Nemtsov, mientras paseaba con su novia, o como su sucesor en el liderazgo contra Putin, Alexei Navalni, quien, como logró sobrevivir a un té envenenado en 2020, fue enviado a la cárcel nada más pisar suelo ruso.

Ucrania, la nueva Chechenia

No es, por tanto, casualidad que Kadírov —condecorado por Putin por “pacificar Chechenia”— sea un rabioso partidario de que Rusia invada Ucrania y someta a los “traidores”, como él hizo con los separatistas, mediante un gobierno leal a los dictados de Moscú.

Ya lo advirtió la inteligencia británica en enero: Putin ni siquiera ambiciona una anexión de Ucrania a su “imperio ruso”, sino que le basta con aplicar la fórmula chechena: un gobierno títere y autoritario, que proscriba los partidos y los partidarios de un acercamiento a Europa.

“En mi opinión, Putin está planeando una guerra relámpago con el objetivo de convertir a Ucrania en la nueva Chechenia'', alertó Boris Johnson.

Por desgracia, en muy poco tiempo podremos comprobar si el premier británico tenía razón o no.