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¿Por qué ordenó Putin la guerra en Ucrania y por qué no parará?

A un año de la invasión de Ucrania, el mundo se pregunta qué empujó al presidente ruso a tamaño crimen y hasta dónde está dispuesto a llegar. La respuesta en ambos casos es la misma porque lo que impulsa sus actos no es odio ni venganza, es algo peor: es humillación

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EFE

En algún momento de la madrugada del 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin pudo haber cambiado el rumbo de la historia, si en vez de ordenar la invasión de Ucrania —como seguramente tenía decidido medio año antes, cuando empezó a enviar artillería pesada a la frontera para “maniobras militares”— hubiese dado marcha atrás en el último momento y hubiese frenado la locura bélica que vino después. Pero no lo hizo y arrastró al mundo a la actual situación geopolítica más peligrosa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Analistas y líderes de todo el mundo llevan desde esa fatídica noche escudriñando la mente del maquiavélico presidente ruso, rastreando su pasado, su dura adolescencia, cuando trabajaba para el KGB, su meteórico ascenso al poder, sus respuestas airadas a sus subalternos, su complicidad con el patriarca ruso Kiril, sus silencios, lo que oculta detrás de sus amenazas a Occidente mientras acaricia el botón nuclear… cualquier pista que aclare por qué ordenó invadir un país que no resultaba una amenaza creíble para Rusia , y sobre todo, que sirva para ver si hay alguna oportunidad de que algo le haga sentarse a una mesa de negociaciones y acepte un acuerdo de paz, que no sea un rendición del presidente ucraniano Volodimir Zelenski y de sus tropas.

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Llegados a este punto, cuando se cumple el primer año de guerra de la que no se ve el final, la pregunta del millón es: ¿Hay algo más que explique este comportamiento despiadado de criminal de guerra de Putin que le impide dar marcha atrás, pese a la carnicería que está cometiendo, no ya el pueblo ucraniano (por el que no siente ninguna compasión), sino por los miles de soldados rusos que están muriendo en el campo de batalla? La respuesta es que no le mueve el odio o la venganza, sino algo más profundo y siniestro: la humillación, que lleva a muchas de las víctimas humilladas a actuar de forma cruel e irracional.

Víctima de una doble humillación

Putin se siente víctima de una doble humillación: una directamente contra él y otra contra el pueblo ruso, que él considera suyo y lidera con mentalidad de dictador vitalicio.

Cuando Putin declaró con amargura que “la desintegración de la URSS fue la mayor tragedia geopolítica del siglo XX” no sólo se refería a la pérdida de Moscú de un inmenso imperio territorial, conformado por 15 repúblicas soviéticas y seis países de Europa del este, sino a la humillación que supuso en su orgullo herido la idea de que su país, la URSS —la superpotencia militar surgida sobre la victoria de los nazis en 1945—, no sólo fue derrotado en la Guerra Fría por la otra superpotencia enemiga —Estados Unidos—y se acabó desintegrando, sino por el maltrato, a veces condescendiente otras con manifiesto desprecio mostrado por Washington y sus aliados europeos hacia Rusia, especialmente los del centro y este de Europa que durante décadas orbitaron bajo el paraguas militar de Moscú (Pacto de Varsovia) y luego se echaron eufóricos en los brazos de la OTAN.

Para Putin fue particularmente humillante el trato que recibió del presidente estadounidense Barack Obama, a quien le hizo saber en reiteradas ocasiones que había un acuerdo verbal entre su antecesor, George Bush padre, y el primer presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, sobre no caer en provocaciones, como desplegar misiles de la Alianza Atlántica cerca de la frontera rusa.

Lejos había quedado ya cuando Putin tocó tímidamente la puerta de la OTAN, a finales del siglo pasado, por si había oportunidad de que Rusia entrara en la Alianza Atlántica, y lo que recibió fue un educado portazo en las narices. Cómo habría cambiado la historia si Occidente hubiese permitido el ingreso de Rusia a la OTAN. Casi con certeza no estaríamos hablando de guerra ahora.

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Obama no sólo apoyó la ampliación de la OTAN al este de Europa, como hicieron Bill Clinton y luego George W. Bush, sino que autorizó en 2010 el despliegue de misiles en Polonia, hacían oídos sordos a la ruidosa protesta del Kremlin.  

Cuando cuatro años después, en 2014, Putin se anexionó Crimea tras un paseo militar de las tropas rusas, Obama reaccionó  con una nueva humillación. Degradó a Rusia a una simple “potencia regional", en una declaración claramente despectiva: “Rusia es una potencia regional que amenaza a sus vecinos inmediatos basándose no en la fuerza sino en la debilidad”.

José Durão Barroso, entonces presidente de la Comisión Europea, detectó la metida de pata y se echó las manos a la cabeza: “Obama dice que Rusia es solo una potencia regional. Esto no ayuda porque nutre el resentimiento y, para mí, Putin es esencialmente un producto del resentimiento que proviene del declive de Rusia tras el hundimiento de la Unión Soviética”.

Tenía razón el líder europeo. La soberbia de Obama le impidió percatarse de que, tras los muros del Kremlin, se estaba gestando un monstruo que rumiaba venganza por las humillaciones, pero empoderado con una victoria territorial en Crimea que Occidente trágica y erróneamente le permitió.

Vladímir Putin, este miércoles 21 de diciembre de 2022 en Moscú.

Vladímir Putin en Moscú.

EFE / Sergey Fadeichev / Kremlin / Pool

De hecho, como recuerda el analista inglés John Carlin, la humillación que sufrió Donald Trump durante la cena de Obama con los corresponsales en 2011, con todos los presentes riéndose de las burlas del presidente al magnate, fue lo que detonó su deseo de vengarse presentándose a las elecciones de 2016, que ganó a Hillary Clinton.

La humillación es lo que impide a Putin dar marcha atrás en la guerra y retirar sus tropas de Ucrania, porque ese mismo acto en sí sería la peor humillación que podría sufrir.

Mientras Putin esté al frente de Rusia no cederá en su “operación especial” en Ucrania, hasta que Kiev acepte sus términos de rendición (básicamente anexionarse medio país y vetar la OTAN). En otras palabras, tendrían que sacarlo con los pies por delante del Kremlin para que acabara la guerra.

Y esto será así porque una persona humillada y enferma de odio y poder no logra ver otra salida que la huída hacia adelante y tenemos al ejemplo más terrible de que esta historia trágica se repite casi un siglo después: Adolf Hitler.