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Transición demográfica y baja fecundidad: ¿crisis o transformación social?

La transición demográfica, definida por la caída de las tasas de mortalidad y natalidad, ha provocado cambios profundos en el tamaño y la estructura por edad de la población a nivel mundial. Aunque a largo plazo este proceso tiende a estabilizar el crecimiento poblacional, en su fase intermedia suele producir un aumento acelerado de la población debido a que la mortalidad disminuye mientras la fecundidad se mantiene elevada. De hecho, entre 1970 y 2020, la población mundial se duplicó, pasando de 4 mil millones a 8 mil millones de personas.

Sin embargo, en años recientes, el crecimiento demográfico ha comenzado a desacelerarse. La tasa global de fecundidad —indicador que estima el número promedio de hijos que tendría una mujer al final de su vida reproductiva si experimentara las tasas de fecundidad vigentes— se ubica actualmente en 2.2 hijos por mujer, un nivel cercano al umbral de reemplazo generacional (2.1). Esta tendencia ha generado preocupación en diversos países, donde comienzan a sonar alarmas ante una posible crisis por crecimiento poblacional insuficiente, que podría derivar en despoblamiento y envejecimiento acelerado. La baja fecundidad agrava, además el problema de la falta de cuidadores para la creciente población de adultos mayores.

Transición demográfica y baja fecundidad

Países con fecundidad muy baja: Corea del Sur, China y Hungría

Entre los países que muestran niveles particularmente bajos de fecundidad y que han intentado llevar a cabo políticas para revertir esta tendencia, se encuentran Corea del Sur, China y Hungría, cada uno con contextos sociales y respuestas gubernamentales distintas, pero enfrentando desafíos similares.

Corea del Sur ostenta hoy la tasa de fecundidad más baja del mundo. La periodista Jean Mackenzie (@jeanmackenzie), corresponsal de la BBC en Seúl, ha documentado testimonios de mujeres coreanas que, si bien en otras circunstancias hubieran optado por tener hijos, se enfrentan a condiciones laborales inflexibles y a una distribución desigual del trabajo doméstico. Muchas expresan el deseo de trabajar menos horas y compartir la crianza con sus parejas, pero sienten presión por parte de sus empleadores para abandonar sus carreras en caso de convertirse en madres. Este dilema entre familia y desarrollo profesional lleva a muchas a posponer o incluso renunciar a la maternidad.

En China, la fecundidad también ha caído drásticamente, provocando una reducción de la población por primera vez desde la década de 1960. La respuesta oficial ha sido promover el regreso de las mujeres al ámbito doméstico, exhortándolas a cuidar tanto de los hijos como de los adultos mayores. Sin embargo, muchas mujeres jóvenes y educadas, especialmente en las grandes ciudades, valoran su independencia económica y desconfían del matrimonio, que asocian con una carga desproporcionada de responsabilidades.

En Hungría, el gobierno del primer ministro Viktor Orbán ha implementado políticas explícitas para fomentar la natalidad, como exentar de impuestos de por vida a las mujeres que tengan cuatro o más hijos. Estas medidas se articulan en un discurso que privilegia la reproducción de la población nacional sobre la inmigración. Sin embargo, la tasa de fecundidad del país sigue siendo inferior al promedio de la Unión Europea.

Fecundidad y equidad de género: más allá del retorno al hogar

Las respuestas gubernamentales a la baja fecundidad frecuentemente omiten un elemento central: el papel que las mujeres desean desempeñar dentro de la sociedad. Pretender que regresen al ámbito privado no solo es inviable en contextos modernos, sino que ignora las transformaciones sociales en curso.

Algunos estudios han señalado que el aumento de la participación femenina en el mercado laboral puede tensionar las dinámicas familiares y reducir la intención de tener hijos (Goldscheider et al., 2015). Esta es la llamada primera fase de la revolución de género, en la que las mujeres se incorporan al espacio público. Pero, para que se complete esta revolución, se requiere de una segunda fase: la incorporación activa de los hombres al ámbito privado, en particular al trabajo doméstico y al cuidado de los hijos.

La evidencia es clara. Pinelli y Fiori (2008) encontraron que la participación de los padres en las tareas domésticas y en el cuidado infantil incrementa significativamente la intención de tener un segundo hijo entre mujeres trabajadoras. Aunque esta segunda fase de la revolución de género aún avanza lentamente, comienzan a observarse señales positivas en algunos países europeos y en Estados Unidos, donde los hombres están asumiendo un rol más activo en la vida doméstica.

Transición demográfica y baja fecundidad

El caso de México: ¿en qué punto estamos?

México ha sido testigo de una rápida transición demográfica en las últimas décadas. A inicios de los años setenta, la tasa global de fecundidad era de 6.3 hijos por mujer; en 1995 se redujo a 3.0, y para 2017 ya se ubicaba en 2.2 (Juárez, 2023). Esta caída coincide con el aumento de la participación femenina en el mercado laboral.

Diversos estudios han subrayado cómo la reducción en el tamaño de las familias ha liberado tiempo para las mujeres, facilitando su integración al trabajo remunerado. Aunque México ya ha alcanzado el nivel de reemplazo poblacional (2.1), si en el futuro surgen preocupaciones sobre la disminución del tamaño poblacional, generado por la baja fecundidad, la respuesta más eficaz podría encontrarse en la vida cotidiana de los hogares mexicanos: en cómo se distribuyen las responsabilidades de crianza y en qué tan posible es para mujeres y hombres desarrollar una vida familiar sin sacrificar sus aspiraciones profesionales.

Carla Pederzini es profesora-investigadora Departamento de Economía, Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.

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