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A partir de datos de bienestar subjetivo, se examina cómo el ingreso, la desigualdad, la violencia y los vínculos sociales impactan la calidad de vida y qué políticas públicas pueden mejorarla

México y la felicidad

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Hoy por hoy, las métricas más generalizadas de bienestar y progreso siguen privilegiando los aspectos materiales, enfocándose en la capacidad de generación de nuevos bienes y servicios, que es lo que mide el Producto Interno Bruto o PIB, que sin duda es el rey de los indicadores económicos en el mundo. Sin embargo, como mencionó Robert Kennedy en aquel famoso discurso en la Universidad de Kansas en 1968, a fin de cuentas el PIB “mide todo excepto aquello que hace que la vida valga la pena”.

Es por ello por lo que se hace necesario ir “más allá del PIB”, mediante monitores más humanamente relevantes del progreso y el bienestar, como el “bienestar subjetivo” o “felicidad”, tema que se ha investigado ampliamente en las últimas décadas, especialmente mediante encuestas.

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La felicidad en México

Para el caso de México en particular, las encuestas que el INEGI ha producido en esta materia son muy reveladoras. De entrada, considerando la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE) de 2021, notamos que la mayor parte de las personas adultas del país reportan niveles de satisfacción con la vida relativamente altos, es decir mayores de 7, en una escala de 0 a 10. Sin embargo, el 3.0% responde entre 0 y 4 y el 8.7% entre 5 y 6. Es decir que cerca de diez millones de personas (el equivalente a la población total de países como Portugal, Hungría, Emiratos Árabes Unidos o Israel), manifiestan niveles de satisfacción con la vida sumamente bajos, lo que merecería la atención cuidadosa de parte de las autoridades, si es que en realidad se interesan por el bienestar de la población.

El promedio mexicano de satisfacción con la vida es de 8.45, aunque con algunas desigualdades sistemáticas, como la que ocurre entre hombres (8.53) y mujeres (8.37), con mayores niveles para ellos que para ellas en todos los grupos de edad y en la mayoría de las entidades federativas. En general las mujeres tienen emociones negativas más altas que los hombres y los hombres tienen emociones positivas mayores que las mujeres, lo cual parecería reflejar condiciones de vida sistemáticamente distintas para las personas de cada grupo, asunto en el que debieran poner atención todos y todas quienes estén interesados en la equidad de género.

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Algo que vale la pena destacar es que hay una asociación positiva entre la escolaridad y la satisfacción con la vida, es decir que las personas con mayor escolaridad reportan en promedio mayores niveles de satisfacción con la vida que el resto. Así mismo, el nivel de ingreso está estrechamente relacionado con la felicidad, es decir que a medida que consideramos deciles de hogares con ingresos mayores encontramos niveles sistemáticamente más altos de satisfacción con la vida; de manera que, si bien el dinero no es el principal determinante de las diferencias interpersonales en felicidad, sí influye en ellas de manera considerable.

Al contrario de lo que algunos temen en términos de que de cierta manera la cultura dominante pudiera hacer que las personas más pobres se contentarán con su situación al punto de que se sintieran tan felices como las no pobres, la verdad es que la evidencia disponible no sustenta esta preocupación, puesto que las cifras del INEGI claramente muestran que las personas más pobres reportan en promedio menor satisfacción con la vida que las menos pobres.

La felicidad está sin duda asociada con las condiciones materiales de existencia, pero también y de manera muy destacada, con los vínculos interpersonales. Así, por ejemplo, disponer de una red de amigos en quienes contar en caso de emergencia hace una diferencia importante. Asimismo, quienes se reúnen frecuentemente con familiares o amigos tienden a reportar niveles más altos de felicidad que quienes no lo hacen. Aspectos como la calidad de la relación de pareja juegan también un papel relevante.

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Adicionalmente, las formas de violencia que se puedan haber experimentado tienen impacto, en particular aquellas que ocurren en la persona que responde la encuesta o en personas muy cercanas a ella. Sufrir una amenaza de extorsión o un delito reduce el nivel de felicidad de las personas, pero parece reducirse aún más cuando se trata de alguna agresión física. Particularmente merece ser destacado que una forma de agresión física que merma de manera especialmente clara la felicidad es aquella que se ejerce por parte de alguien con quien se cohabita, lo cual nos remite directamente a la violencia intrafamiliar, de la cual son víctimas principalmente las mujeres.

Políticas públicas para la felicidad

La información disponible muestra que hay canales de transmisión relevantes entre la felicidad y las políticas públicas. Vemos, por ejemplo, que la disponibilidad de tiempo para disfrutar de otras personas es muy importante, por lo que las políticas que faciliten el trabajo en casa, que reduzcan los tiempos de traslado, que disminuyan las cargas de cuidado al interior del hogar y que favorezcan la disponibilidad de tiempo para el disfrute personal, especialmente entre las mujeres que trabajan, puede redituar en mayor felicidad de grupos amplios de la población.

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Evidentemente el ingreso cuenta, pero tenemos que verlo en términos más amplios ya que si centramos nuestra atención únicamente en la generación de ingresos, pero a costa de la calidad de las relaciones interpersonales y el tiempo para disfrutar de ellas, podemos terminar con personas más ricas, pero menos felices y no es eso lo que queremos. Sería muy triste que lo que ganáramos en desarrollo lo perdiéramos en tiempo para compartir con nuestros seres queridos. Lo que queremos es que haya una sociedad donde el disfrute de la vida sea cada vez mayor para tanta gente como sea posible. Parafraseando a Jeremy Bentham, lo que queremos es “la mayor felicidad para el mayor número de personas”.

Queremos que haya una menor desigualdad en la distribución de la felicidad, por lo que nos interesa atender a los grupos de personas, que se cuentan por millones en nuestro país, que manifiestan niveles muy bajos de satisfacción con la vida. Con frecuencia la baja satisfacción con la vida está relacionada con discapacidades o con condiciones de salud mental o con exclusión y pobreza, y estos son problemas susceptibles de ser abordados a través de las políticas públicas. La violencia, especialmente la violencia al interior del hogar es susceptible de ser atendida a través de políticas públicas y tiene una línea directa de comunicación con la felicidad de los individuos. También en el ámbito de la felicidad hay un desbalance de género que puede ser atendido mediante la acción directa de las capacidades del Estado.

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Es decir, que el enfoque de bienestar subjetivo nos permite ir más allá de los aspectos estrictamente materiales de medición del bienestar para transitar hacia una visión más holística, más completa, más significativa y más claramente humana de la calidad de vida, que reconozca los diferentes ámbitos que son relevantes para ésta y que los conecte con los elementos de políticas públicas que puedan ser accionados para mejorar los niveles de felicidad en el país, especialmente de aquellas personas que hoy por hoy y pese a todo, encuentran una larga lista de circunstancias que les complican acceder a un disfrute pleno de la vida

Análisis de especialistas de la Universidad Iberoamericana son presentados a nuestros lectores cada 15 días en un espacio que coordina el Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericanas, CDMX
Comentarios: pablo.cotler@ibero.mx
El autor es investigador del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (Equide)

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