Nacional

Un criminal, un pobre diablo: el “Jack mexicano”

En la historia del mal hay huellas que no se borran con facilidad de la cultura popular. En un septiembre de hace 61 años, un extraño indicio perturbó la l tranquilidad de las autoridades policiacas de la ciudad de México: parecía que un asesino múltiple estaba decidido a sembrar el terror en los bajos fondos capitalinos, y decidió que bien podía ser el sucesor de uno de los peores homicidas del que se tenga memoria.

Historias sangrientas

Un hotel de paso fue la escena del crimen en que apareció un extraño mensaje firmado por

Un hotel de paso fue la escena del crimen en que apareció un extraño mensaje firmado por "Jak"

La fuerza de una sola mano fue suficiente para estrangular a la desdichada mujer que encontraron muerta en la habitación 216 del Hotel Drigales, en la calle de Mosqueta de la colonia Guerrero. Acaso el homicidio, tan parecido a muchos que la policía capitalina había indagado antes, hubiera acabado en un enorme alterón de expedientes de los que nadie se preocupa y nadie quiere en realidad aclarar. Esa hubiera sido la ruta cómoda, el camino sencillo, de no ser porque en el espejo de aquel cuarto el asesino dejó un mensaje, escrito con lápiz labial: “Jak Mexicano, reto a Cueto”.

Era 20 de septiembre de 1962. En la cultura popular mexicana tenía mucho que se había acomodado el pequeño dato, la información mínima sobre uno de los grandes enigmas policiales de todo el mundo: los asesinatos de prostitutas cometidos en 1888 por un hombre que envió brutales cartas a la policía londinense, firmadas como “Jack”. En la segunda mitad del siglo XX, Jack el Destripador era tan conocido como Peter Sellers o la reina Isabel II, hasta por la policía de la ciudad de México, que, al encontrar aquel burdo mensaje en el espejo, empezó a darle vueltas a la posibilidad de tener suelto, en la capital del país, a un asesino múltiple, aficionado a quitarle la vida, quién sabe por qué oscuras razones, a las desdichadas que, no teniendo modo de ganarse la vida, optaban por dedicarse a la prostitución.

¿Un Jack mexicano? Así lo dejaba asentado el asesino de Julia González Trejo, nombre de la víctima, que pudo establecerse casi por azar. Cuando la policía interrogó a Pedro Madrigal, dueño y administrador del hotel, describió a un hombre que llegó acompañado por la difunta y que se registró como Fernando García. ¿Algún detalle peculiar que el caballero pudiera recordar? Entre los nervios y la impresión -¡qué descrédito para el negocio!- Madrigal aseguró que ese personaje llevaba en la mano un pequeño maletín, “como de médico”. A los gendarmes que interrogaban se les erizó la piel.

Si era cierto o no el asunto del maletín, acaso no importara tanto como otros elementos que fueron detectando al reconocer la escena del crimen: el asesino se había llevado casi todas las pertenencias de su víctima; solamente dejó el calzado, un par de zapatillas de charol, y el bolso de mano. Al revisar el contenido de la bolsa, encontraron la tarjeta de visita de un hombre que resultó ser amigo de la muerta. Por él identificaron a Julia González Trejo, y supieron cuál era su periplo nocturno: todas las noches asistía, en busca de clientela, al cabaret Imperio, que se encontraba en la esquina de Allende con Libertad.

Lee también

La falsa suicida y un marido asesino

Bertha Hernández
En el caso de María Luisa Bertrand, los peritos forenses lograron demostrar que su esposo la había asesinado, y que la declaración de aquel hombre, en el sentido de que ella tenía impulsos suicidas, era falsa.

Por feo que sonara, era un caso de tantos… con un detalle perturbador: la firma del “Jak mexicano”. Tanto ruido le hacía el gesto a la policía capitalina, que fue el mismísimo director del Servicio Médico Forense, el doctor Miguel Gilbón, quien realizó la autopsia de Julia González. El peritaje también reveló que aquella pobre mujer peleó por su vida, que había intentado defenderse.

El extraño mensaje en la escena del crimen hizo que la policía capitalina pensara que se enfrentaba a un asesino serial.

El extraño mensaje en la escena del crimen hizo que la policía capitalina pensara que se enfrentaba a un asesino serial.

Eran años en que la policía operaba con prontitud, o acaso era que sus superiores estaban inquietos ante la aparición de “Jak”. Lo cierto es que, en la madrugada del 21 de septiembre, detectives comisionados para investigar el caso llegaba a una casa humilde en la colonia Agrícola Oriental, donde vivía Julia al lado de su madre. Una larga conversación con los parientes de Julia dibujó la biografía de una mujer que poco conocía de felicidades, y sí de penurias, de malos tratos, de abandono. Con parejas inestables, había ido criando a cuatro hijos. Sus familiares no sabían mucho de su manera de ganarse la vida porque, dijeron, si bien Julia vivía con su madre, sus actividades diarias eran prácticamente desconocidas para su familia.

Es probable que la policía capitalina hallara en el mensaje de “Jak” varios asuntos preocupantes: poco a poco, como quien saca líquido de un gotero, se podía formar una triste colección de mujeres asesinadas en cuartos de hoteles de paso, todas estranguladas. Nadie había caído en cuenta de que eran más de 12 casos, con probables puntos en común, hasta que “Jak” dejó su mensaje con el lápiz de labios de su víctima.

Antes del asesinato de Julia, el caso más reciente era el de una mujer a la que no se había podido identificar, encontrada en una habitación del Hotel Ámbar, ubicado en la esquina de José María Pino Suárez y San Jerónimo. La víctima, de unos 35 años, aparte de estrangulada, había sido golpeada con crueldad.

Tal vez no era tanto la gana de hacer justicia, como el hecho de que el asesino había dejado un reto para Luis Cueto Ramírez, general y jefe de la policía capitalina. ¿Era un homicida múltiple al que las habilidades policiacas de Cueto no habían detectado? Muy probablemente ese fue el impulso que echó a andar la maquinaria policial que empezó a peinar los bajos fondos de la ciudad de México.

LA BÚSQUEDA…

Naturalmente, a la fuente policiaca le encantó que hubiera un tipo firmando como “Jak” suelto en los barrios populares de la ciudad de México: le compraron el boleto. Al día siguiente, las secciones policiacas de todas las publicaciones periodísticas empezaron a hablar de “el Jack mexicano”. A todo mundo le quedó clarísimo que el “asesino de mariposillas”, de “horizontales” (ambos términos de la jerga reporteril de la época para referirse a las mujeres que ejercían la prostitución) cuando escribió “Jak” en el espejo, no se refería a otro modelo que al célebre pero desconocido asesino inglés. El asunto emocionó todavía más a los reporteros cuando a las redacciones de algunos periódicos llegaron algunos anónimos salidos, aparentemente, de la pluma de “Jak”, y que reiteraban su reto para el jefe de la policía: “Cueto no es pieza”.

El impacto del suceso creció tanto que hasta ameritó una conferencia de prensa donde un psicólogo, Pablo García Rodríguez, especialista del Instituto de Capacitación Criminalísitica, dio un perfil de la personalidad de “Jak”. Al haber dejado un mensaje a la vista de todos, consideró García, podía inferirse que se trataba de un hombre con una enorme necesidad de atención, que había matado con premeditación, pues había sido cuidadoso en no dejar sus huellas en la escena del crimen. Era probable, aventuró el psicólogo, que “Jak” fuera apresado con relativa prontitud para luego hacer declaraciones públicas en actitud cpinica, como el muy famoso “Pelón” Sobera de la Flor.

Se interrogó a toda la gente que, en el cabaret Imperio, solía tratar con Julia. María del Carmen Martínez, amiga de la muerta, defendió la memoria de la muerta: “solo trabajaba para sus hijos”. Pudo recordar que la noche de su asesinato, Julia estuvo bailando con un sujeto de aspecto provinciano, que había llegado al Imperio con otro hombre, de baja estatura. Después de un rato de conversación, Julia aceptó irse con el sujeto que la abordó inicialmente, mediante un pago de cien pesos.

Lee también

Tiempos violentos: el asesinato del senador Field Jurado

Bertha Hernández
El asesinato de Francisco Field Jurado desbloqueó la ratificación de los Tratados de Bucareli.

La policía prosiguió con su indagación. En el camino, encontraron a Carlos Segura, padre de dos de las hijas de Julia. Segura, que aseguró no saber cuál era la verdadera ocupación de Julia, la visitaba semanalmente y le dejaba algún dinero para sostener a sus dos niñas. Él creía que ella vivía de ser costurera.

La policía volvió con el dueño del hotel, que, al sentir presión, se derrumbó. De hecho, ni siquiera había visto a la pareja. Estaba cenando en su casa, en el último piso del establecimiento, cuando Jak y Julia llegaron pidiendo un cuarto. Los atendió el asistente de Madrigal, Jesús Fabián. Cuando “Jak” dejó el hotel, Jesús avisó a su patrón, porque el hombre se comportó de manera extraña. Subieron a la habitación y encontraron el cadáver de Julia. Asustados, empezaron a darle vueltas al asunto pensando en cómo alertar a la policía sin meterse en demasiados problemas. Acabaron llamando a las autoridades dieciocho horas después del crimen.

La declaración de Jesús Fabián dio más pistas: mediante el pago de 12 pesos, entregó a la pareja la llave de la habitación 216. Los acompañó, y cuando se retiraba, escuchó cómo Julia le pedía a “Jak” el pago por adelantado. Agregó Jesús que el hombre se molestó mucho. Ya se retiraba el empleado cuando Julia le alcanzó a decir: “Cuando venga Carmen, dile que estoy en este cuarto y que me espere”. Tanto Julia como Carmen eran habituales del Hotel Drigales. Pero cuando la amiga de Julia llegó, Jesús y el dueño del hotel le dijeron que ella no había andado por ahí esa noche. Después, todo se les vino abajo. Por unos días, Madrigal y Fabián fueron considerados los principales sospechosos del asesinato.

UN POBRE DIABLO

El 28 de septiembre la prensa amaneció con la novedad de que se había encontrado a “Jak”, que resultó ser un policía preventivo, placa 2301, registrado como Fernando Ramírez Luna, pero resultó que en realidad se llamaba Macario Alcalá Canchola.

Fernando o Macario era un pobre diablo, al que en su vida nada le había salido bien. Fue soldado de infantería, policía raso en diversos cuerpos de vigilancia. En todos los casos, por descuidado, por inepto y por mala conducta, lo habían corrido. Recién había ingresado a la Escuela de Capacitación de la Jefatura de Policía para reingresar a la Preventiva. Vivía en un cuarto de vecindad en Libertad 61, en Peralvillo. Sus vecinos contarían que estaba separado de su esposa y que era usual que anduviera por ahí en estado de ebriedad.

El 19 de septiembre, Tras cobrar su primera “decena” como policía en capacitación, Fernando o Macario se fue a comer tacos con unos compañeros. Luego, insistió en que fueran al Imperio para bailar y ver si encontraban mujeres. Con rapidez se emborrachó. Sus amigos lo perdieron de vista por espacio de una hora, y luego volvió con ellos. Al día siguiente, en la escuela, los compañeros advirtieron los grandes arañazos que llevaba en la mano. “Tuve una bronca”, se desafanó. Y luego les contó: “anoche, sacaron a una señora del cabaret y la ahorcaron”. Después, los colegas de Fernando declararían que se les hizo raro no ver nada en la prensa del día siguiente. ¿Cómo se había enterado su amigo?

La policía rastreó a todo aquel que la noche del crimen hubiera estado en el Imperio. Por eso dieron con los policías preventivos, y con Fernando contando un chisme del que nadie podía haber estado enterado.

No bien lo aprehendieron para interrogarlo, Fernando o Macario se desmoronó. Reconoció el crimen, pero pasaron horas para que explicara los sucesos, porque, dijo, después del asesinato de Julia agarró una borrachera de tres días y no recordaba nada.

Se supo que del ejército había desertado y por eso vivía con otro nombre. Cada vez que se quedaba sin trabajo, el comandante Salvador Islas lo ponía a apoyar a sus hombres en las razzias para que se ganara unos pesos. Tenia resentimiento contra la policía por haberlo corrido en otras ocasiones, pero también deseaba ser el mejor guardián del mundo. Tenía esposa y una amante, y a las dos, públicamente, les pidió que no lo fueran a abandonar ahora que iba derecho a la cárcel.

Los peritos grafoscópicos demostraron que era el autor del mensaje en el espejo. La prensa lo interrogó: ¿Por qué “Jak”? ¿Por qué desafiaba al general Cueto?

La prensa policiaca se entusiasmó con el mensaje que parecía retar al jefe de la policía capitalina.

La prensa policiaca se entusiasmó con el mensaje que parecía retar al jefe de la policía capitalina.

Desesperado, Macario se sinceró: “¿Y yo por qué iba a saber cómo se escribe “Jack”?”, dijo, desilusionando a los reporteros que estaban fascinados con la idea del “Jack mexicano”. “¡Eso fue una puntada de borracho, y de verdad que yo no quería ser grosero con el general Cueto! ¡No quería insultarlo!” Abatido, contó que hacía unos días que había visto en el cine Victoria unos cortos de una película de Jack el Destripador. En su cerebro, nublado por la violencia, las frustraciones y el alcohol, surgió el impulso asesino que le quitó la vida a Julia, y lo lanzó por la carretera de un crimen brutal, que quiso disimular con una tonta fantasía que fue, por unos días, nota de primera plana.