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La emergencia alfabetizadora de Jaime Torres Bodet

En 1944, cuando el mundo entero seguía con atención y con zozobra el desarrollo de la segunda guerra mundial, había, aunque suene extraño, quien, entre la oscuridad, alcanzaba a avizorar tiempos mejores una vez que pasara el conflicto. Y aquel hombre, que tenía alma de poeta y estaba contagiado de la pasión por llevar la educación a todos los rincones de México, decidió que urgía entrar en acción

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Campaña alfabetizadora en 1944

Campaña alfabetizadora en 1944

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Ahí estaban, en las calles, haciendo de papeleritos porque, o bien en su casa era necesario el trabajo de los más chicos, o porque, concentrados sus padres en ganarse el pan diario, no había quien los vigilase. Además, las escuelas de México, en ese lejano 1944, eran insuficientes. Y transcurridos 23 años desde la creación de la Secretaría de Educación Pública, eran todavía muchos los adultos que no sabían leer y escribir.

En todo ello pensaba el poeta y diplomático Jaime Torres Bodet, recién llegado a la titularidad de la SEP. Era un poco como volver a casa. En su juventud, casi recién salido de la adolescencia, el azar lo había llevado nada menos que a trabajar como secretario del primer secretario de Educación de los gobiernos posrevolucionarios, José Vasconcelos. Después, aquel hombre que parecía moverse con el fuego enloquecido de los que se sienten iluminados, le había encargado una tarea de las más importantes que había en el nuevo ministerio: jefe del Departamento de Bibliotecas, una de las tres grandes columnas en las que Vasconcelos había sustentado su proyecto educativo.

La vida, la política y los cambios de fortuna habían llevado a Torres Bodet a hacer carrera diplomática. Pero su gran amor era, para siempre, la gestión del sistema educativo y la vida le daría oportunidad de demostrarlo. Aquel muchacho que una vez, en actitud resuelta, se fotografió con su jefe y maestro, era un observador agudo, y su vida diplomática le dio la oportunidad de mirar las experiencias educativas en otros países. Tampoco olvidaba la frase con la que Vasconcelos resumía sus ambiciones en materia de educación: “libros, bibliotecas, bellas artes”. Pero dos décadas habían transcurrido desde aquellos días, y las esperanzas de 1921 no acababan de volverse realidad.

Ahora, la vida lo enviaba al despacho que alguna vez fue de Vasconcelos. Ahora, era su turno de guiar la enorme nave educativa de México. Y vio en el futuro inmediato oportunidades, posibilidades para su país.

Y empezó a arrastrar el lápiz.

Torres Bodet al frente de la SEP

Poco a poco, Torres Bodet se había ganado su lugar en la calle de Argentina. Entre 1929 y 1940, había sido representante diplomático en diversos países. Cuando regresó a México, en agosto de1940, el nuevo presidente, Manuel Ávila Camacho, lo designó subsecretario de Relaciones Exteriores. Poco a poco se forjó una peculiar amistad entre el “general caballero” y el joven Jaime. La prosa del diplomático gustaba al militar, quien empezó a hacerle encargos extra: discursos, correspondencia para responder. Así pasaron los primeros años del régimen.

Ávila Camacho tuvo dos secretarios de Educación en sus primeros tres años de gestión, uno a favor de la llamada “educación socialista” y otro en contra. En diciembre de 1943 llamó a Torres Bodet, ya de 41 años, a ocupar la cartera. Los retos eran enormes

La prisa pareció dominar al nuevo secretario: las cosas apenas si habían cambiado desde los días de Vasconcelos: el analfabetismo era de 48% nacional. Esa era la primera problemática por atender. Pero, ¿cómo instrumentar un mecanismo eficaz? Dándole vueltas, recordó los maestros misioneros de Vasconcelos. Torres Bodet, más práctico, y consciente de los cambios ocurridos en veinte años, afinó el mecanismo.

Decidió aprovechar la ampliación de las facultades presidenciales ocasionada por la entrada de México en la segunda guerra mundial, y propuso, con éxito, una ley emergente: todos los mayores de 18 años que supieran leer y escribir quedaban obligados a enseñar a, cuando menos, un mexicano más.

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Así nació la primera gran campaña alfabetizadora, después de la aventura vasconcelista. Los argumentos con los que Torres Bodet logró llevar adelante su propuesta de ley, no dejan de ser interesantes, pues estaban impregnados de visión de futuro. La guerra no duraría mucho más, aseguró. Y después del conflicto, el mundo se reordenaría; surgirían mercados, nuevos proyectos de alcance mundial, y si México quería beneficiarse de ellos, debería estar preparado.

¿En qué consistía estar preparado? En desarrollar una mano de obra razonablemente bien calificada, que pudiera desempeñarse con eficacia. Pero, para ello, lo mínimo indispensable era saber leer y escribir. De ese modo, Jaime Torres Bodet convirtió en prioridad nacional la alfabetización de México, y su ley emergente se convirtió en un mecanismo masivo de enseñanza.

Alfabetizadores en marcha

La ley emergente, por positiva, fue acogida en buenos términos por la prensa y por la población en general. Para concretarla también se necesitaban materiales de estudio. En consecuencia, Torres Bodet encargó a la SEP la elaboración de una cartilla, un pequeño cuaderno con lecciones cortas, sencillas y amenas con las cuales los maestros improvisados pudieran enseñar a leer y a escribir.

Cuando uno ve esos textos, se encuentra una curiosa mezcla de cultura cívica, amor a la patria y educación básica. Algunas de esas lecturas hablan de la vida diaria en tiempos de guerra, de la necesaria lealtad a México y de la entereza que todos los habitantes del país debían mantener para salir airosos de la prueba que significaba el conflicto mundial.

Se imprimieron 10 millones de cartillas. “ir a los más humildes, a los más pobres”, fue la instrucción del secretario.

Casi sin darse cuenta, Torres Bodet desarrolló lo que se convirtió en una de las acciones más trascendentes del régimen de Manuel Ávila Camacho. De aquella campaña quedan abundantes testimonios gráficos: el secretario recorría el país, para ver como los indígenas de comunidades apartadas entraban en contacto con las autoridades estatales, y poco a poco, laboriosamente, empezaban a escribir en enormes pizarrones. Consciente de la existencia de numerosas comunidades indígenas, en un país que no terminaba de entrar en un proceso de industrialización, creó, sobre la marcha, el Instituto de Alfabetización en Lenguas Indígenas.

La educación y la movilidad social

Es verdad que Torres Bodet no logró eliminar al ciento por ciento el analfabetismo. Pero en el curso de los dos años siguientes, es decir, la segunda parte de la gestion de Ávila Camacho, cerca de un millón y medio de mexicanos aprendieron a leer y escribir. El titular de la SEP dio informes sobre el avance de la ley emergente cada año. Estaba content por el resultado, aunque bien sabia que no era suficiente.

En esa ley hay que buscar algunos de los grandes temas educativos del siglo XX: Torres Bodet argumentaba que era la educación la gran igualadora social; que era el factor que permitía superar la cultura de creencias, supersticiones e imaginerías que, desde el siglo XIX, las élites intelectuales de corte liberal combatían. Torres Bodet se colocaba en una concepción formativa que lo mismo había defendido Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, que el poeta Amado Nervo. Torres Bodet tuvo las herramientas para convertirlo en una realidad que, si bien no resultó total, sí generó una corriente optimista para los mexicanos del siglo XX.