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Gloria y muerte del general Rafael Buelna, “El Granito de Oro”

Enero de 1924 estaba lleno de muerte. La rebelión delahuertista desató la furia de los obregonistas en el poder. A pesar de la dispersión, y de la ausencia de un mando efectivo que diera coherencia y capacidad, la sublevación militar logró, en algunas regiones del país, avanzar y hacerse de pueblos y ciudades. La incursión rebelde en el Bajío les costó la vida de un joven general del que sus cercanos aseguraban que tenía madera de héroe. Pero, se sabe, los elegidos mueren a corta edad.

historias sangrientas

Rafael Buelna (sentado a la izquierda de Venustiano Carranza), tuvo una carrera militar que
duró poco más de una década.

Rafael Buelna (sentado a la izquierda de Venustiano Carranza), tuvo una carrera militar que duró poco más de una década.

La ráfaga de ametralladora tomó por sorpresa a los delahuertistas que ya se sentían dueños de Morelia. Se crispó el rostro de niño eterno de aquel hombre, que lucía los galones de general de brigada: una bala le había atinado en el vientre. Sus hombres se movieron con rapidez: ¡el general Buelna estaba herido! ¡Le dieron al Granito de Oro! Y aunque aquella jornada de fines de enero de 1924 acabaría por darle la victoria a los rebeldes, que entrarían triunfantes a la capital michoacana, Rafael Buelna Tenorio ya no estaba en el mundo de los vivos para celebrar con sus tropas, que tanto lo querían.

A los subordinados inmediatos de Buelna, la vida de su jefe se les escurrió entre las manos: no bien se dieron cuenta de que el Granito de Oro se derrumbaba con un tiro en el cuerpo, lo recogieron y, esquivando la metralla de los federales, lograron poner al herido sobre una mesa, dentro de un vagón de ferrocarril. No bien lo tomaron en brazos, supieron que se les iba a morir: lleno de sangre y tierra, el general Buelna estaba paralizado de la cintura para abajo; no sentía nada, no podía tenerse en pie, no podía correr. Los obregonistas habían herido de muerte a uno de los generales más populares del delahuertismo que se movía por el Bajío mexicano.

La pronta reacción de los hombres de Buelna solamente permitió darle un poco de paz a los últimos minutos de la vida del general: la bala había entrado por el estómago, despedazándolo por dentro, y se había quedado alojada en la columna vertrebral.

En esos últimos instantes, aquel sinaloense rubio y tragaaños, intentó ser optimista, aunque sentía a la muerte tomándolo de la mano. Quienes lo acompañaron al final de su vida dijeron después que el general intentaba, en medio de su creciente debilidad, sonreír: qué diablos, esperen que se me pase un poco, y háblenle a los doctores; qué caray, la vamos a librar.

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Pero Rafael Buelna no la libró. Era el 23 de enero de 1924. Todavía habría de transcurrir día y medio para que su gente, los delahuertistas que peleaban a las órdenes del general Enrique Estrada, se apoderaran por completo de Morelia. Hasta el día 25 pudieron enterrar al Granito de Oro en la ciudad tomada. Por macabro que pueda parecer, mientras sus compañeros de armas luchaban, se resguardó el cadáver hasta que fue posible enterrarlo. Hasta había dado tiempo para que llegara a Morelia la viuda del general.

En un parpadeo, como si le hubiera caído un rayo, Rafael Buelna Tenorio, El Granito de Oro, con su eterna cara de chamaco, se había ido al mundo de los muertos.

EL TORBELLINO DELAHUERTISTA

La disparidad de la rebelión delahuertista tuvo un destello de poderío continuo: el general Enrique Estrada, jefe de operaciones militares en Jalisco, fue el primer mando militar, fuera del refugio veracruzano del antiguo secretario de Hacienda convertido en jefe revolucionario, que anunció su adhesión al levantamiento en contra del presidente Obregón. No solo eso: no bien Estrada anunció su rompimiento con el obregonismo, se fue a conversar con el gobernador de Oaxaca, Manuel García Vigil, y con el jefe de operaciones de aquel estado, el general Fortunato Maycotte, para que se unieran a la sublevación. La fuerza de aquella fracción rebelde creció a grado tal que ser hablaba de “estradismo”.

El sinaloense Buelna Tenorio estaba involucrado en el delahuertismo de manera inevitable. Tras la muerte de Carranza, aquel militar de 34 años había sido ascendido a general de brigada había trabajado en la ciudad de México como secretario particular de Enrique Estrada, designado subsecretario de Guerra y Marina al comienzo de la presidencia de Álvaro Obregón. Después fue enviado a Jalisco como jefe de operaciones militares en el Estado, y Buelna se fue con él, como parte de su Estado Mayor.

Que se hubieran ido al Occidente no quería decir que se hubieran alejado de la densa grilla capitalina. Estrada era uno de los militares que estaban de acuerdo en rebelarse contra el presidente manco… siempre y cuando Adolfo de la Huerta se dejara de dudas y vacilaciones, y asumiera el papel de jefe militar. Con un pequeño empujón propinado por sus colaboradores más cercanos, De la Huerta se había hecho a la idea, finalmente y a principios de diciembre de 1923, de que él era la cabeza de la oposición armada, y entonces empezaron a conocerse los pronunciamientos rebeldes, en diversas regiones del país. Las fuerzas de Estrada librarían intensan batallas, y Buelna, apodado El Granito de Oro por su cabello rubio, retomó la vida de las campañas militares, que había iniciado hacía más de una década.

DE LÍDER ESTUDIANTIL A GENERAL DELAHUERTISTA

Rafael Buelna era de Mocorito, Sinaloa. Allí había nacido en 1890. Era animoso, alegre, como si su cara de niño, que no se desvaneció al dejar atrás los días de infancia, le fuera a durar toda la vida. Le gustaba la poesía, la literatura; no supo de angustias, quebrantos y miserias en sus primeros años. A los 17 años era alumno de un prestigiado colegio sinaloense, el Colegio Civil Rosales. Quería ser abogado, y a veces le publicaban alguna cosilla en El Correo de la Tarde, diario de Mazatlán.

Como tantos otros muchachos de aquellos años, el antirreeleccionismo lo atraía. ¿Qué esperaba el viejo don Porfirio para irse a su casa? En 1909 Buelna anduvo promoviendo una candidatura “anticientífica” para la gubernatura de Sinaloa: la del periodista José Ferrel. Colocarse en el bando equivocado le costó la expulsión del Colegio Rosales, pero a Buelna no le importó demasiado, porque ya era un líder político, al asumir la presidencia del Club Democrático de Mazatlán.

El aparato represivo porfiriano persiguió a José Ferrel y a sus seguidores. Buelna juzgó que era momento de irse de su tierra, y se estableció en Guadalajara, donde pudo volver a estudiar derecho. Un periódico, La Gaceta, le dio espacio en sus páginas. Durante la campaña presidencial de 1910, Buelna conoció al coahuilense chaparrito, vegetariano y espírita que se atrevía a disputarle el cargo a don Porfirio. Se llevó una impresión excelente de Francisco Ignacio Madero. Cuando Madero llamó a la rebelión, por medio del Plan de San Luis, Buelna no lo dudó: se unió a los revolucionarios, a las órdenes del general Martín Espinosa, en el noroeste de Jalisco. Por méritos, Buelna alcanzó el grado de coronel. Cuando Espinosa ocupó la jefatura política de Tepic, llevó consigo a Buelna como secretario de Gobierno.

En los días en que Madero fue presidente, Rafael Buelna volvió al Colegio Rosales. Pero al enterarse de los cuartelazos que le costaron la vida al presidente y al vicepresidente Pino Suárez, “se fue a la bola”, nuevamente a las órdenes de Espinosa. Así empezó su carrera militar.

Con su juventud, su habilidad y su cara de niño, se ganó un apodo afectuoso: “El Granito de Oro”. Peleó hasta la caída de Huerta, y como no había de otra, hubo de tomar partido en la Convención de Aguascalientes: se distanció de Venustiano Carranza, tenía viejas rencillas con Álvaro Obregón -una anécdota asegura que Buelna estuvo a punto de mandar a fusilar al sonorense. Por un tiempo apoyó al villismo, pero luego, al no verle futuro a la lucha de facciones, se autoexilió en Estados Unidos. Rencoroso, don Venustiano volvió la decisión de Buelna un mandato: el Granito de Oro no podía regresar a México.

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Pero, finalmente, Carranza le tenía alguna simpatía al joven general, y miraba hacia adelante: decidido a que su sucesor habría de ser un civil y no un militar revolucionario, el Primer Jefe convertido en presidente levantó el veto contra Buelna y le permitió regresar, respetándole su grado militar. Más aún: lo ascendió a general de brigada, a las órdenes de Enrique Estrada. Ahí fue donde lo levantó el torbellino delahuertista.

LA GUERRA EN MICHOACÁN Y LA TUMBA DEL GRANITO DE ORO

Enrique Estrada desarrolló una estrategia encaminada a apoderarse de la ciudad de México, no bien Adolfo de la Huerta fue reconocido como jefe revolucionario. Las tropas estradistas se movieron por Michoacán. Allí, Buelna había derrotado a otro joven prometedor, Lázaro Cárdenas, y en vez de mandarlo fusilar, lo envió a Guadalajara a ser atendido, pues en el combate Cárdenas había sido herido.

No contento con tomar a Cárdenas bajo su protección, el Granito de Oro liberó a los subordinados del michoacano, y continuó sus movimientos hacia Morelia.

Se requirieron dos días para que los estradistas se apoderaran de la capital de Michoacán. Abatido por la muerte de Buelna, el general Manuel M. Diéguez quería que todo mundo liara sus tiliches y se largaran de Michoacán. Pero Enrique Estrada paró el arranque: vencerían al día siguiente, auguró.

Había sido laborioso sitiar Morelia, pero finalmente se abrieron paso y ganaron la ciudad. Algunos colaboradores del gobernador, Sidronio Sánchez Pineda, alcanzaron a escapar, entre ellos, y salvoconducto en mano, un poblano, Manuel Ávila Camacho. Era el 24 de enero de 1924 y la ciudad caía en manos de los delahuertistas, que, al día siguiente, a las 3 de la tarde, sepultaron en Morelia al sinaloense Rafael Buelna, caído en combate.

LA MEMORIA DEL GRANITO DE ORO

Aunque en la capital mexicana es fácil que los héroes y personalidades de la historia regional se desvanezcan, lo cierto es que Rafael Buelna es muy recordado en su tierra natal. Cada año, en Sinaloa, se recuerda al Granito de Oro como joven inquieto y preocupado por su país. De hecho, el Día del Estudiante Universitario se celebra el 23 de mayo, aniversario del nacimiento del general que murió, como dicen los antiguos, “en la flor de la edad”. De vez en cuando, alguien vuelve a descubrir al general: hay una o dos obras biográficas, una pieza teatral. Felipe Cazals le hizo una película, un poco como rescoldo de las conmemoraciones de 2010. A estas alturas, el filme, “Ciudadano Buelna”, es casi una curiosidad. El Granito de Oro acaba de cumplir un siglo de muerto, y es quizá una de las figuras más notorias de aquella experiencia fracasada, el delahuertismo.