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Glorias y miserias del Pensador Mexicano

 Escribió de manera febril, y sus páginas periodísticas se cuentan por cientos. Pero la mayor parte de los mexicanos se asomaron, por disciplina escolar, a las obras que lo hicieron famoso y con las cuales empieza la literatura en la América de habla hispana: sus novelas. Nació novohispano y defendió la independencia, y cuando la Nueva España desapareció, se convirtió en una de esas conciencias incómodas para el naciente Imperio Mexicano.

Fernández de lizardi

Glorias y miserias del Pensador Mexicano

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Imagine el lector a un personaje que anda por la Nueva España en busca de personalidad y destino, y que, de pronto, se encuentra a sí mismo en el mundo de la tinta y el papel. Imagine el lector a un hombre que se entusiasma con la idea de la independencia, y que confía desaforadamente en los preceptos de la Constitución de Cádiz, que garantiza la libertad de prensa, y sustentado en esa creencia se pone a publicar, y da con sus huesos en la cárcel. Imagine el lector a ese fervoroso independentista que, en medio de la euforia del joven Imperio Mexicano, se vuelve crítico del modelo de gobierno de Agustín de Iturbide. Este personaje existió, y con él empezó la novelística latinoamericana, porque José Joaquín Fernández de Lizardi se dio tiempo para escribir historias que, a quien las vuelva a leer en el siglo XXI, le enseñará cuáles eran las preocupaciones y las miserias de ese país que es el nuestro y que comenzaba a ser independiente.

UN JOVEN ESTUDIANTE

Aunque nacido en la ciudad de México, en 1776, Fernández de Lizardi pasó sus primeros años en el Real Colegio de Tepotzotlán, pues su padre, médico, estaba empleado en el muy prestigiado colegio de la orden jesuita. En ese espacio de intensa reflexión, no siempre apegada a los principios de obediencia y mansedumbre respecto del poder de los reyes de España, se crió aquel muchachito, que debió disfrutar el cielo limpio y la enorme huerta del convento. Con los jesuitas aprendió a leer y aprendió latín. Se esperaba de él que hiciera estudios universitarios, y efectivamente, en 1793 llegó al Colegio de San Ildefonso, donde estudió por espacio de cinco años. No pudo, sin embargo, y a pesar de tanta dedicación, graduarse como bachiller. Por aquellos días enfermó su padre, y el muchacho debió interrumpir los estudios para ir a ocuparse de él y de la familia. En sus propias palabras, “destripó el curso”, y jamás regresó a las aulas universitarias. En cambio, consiguió un empleo de esos que se toman cuando no hay mucho más, y que de alguna forma le permitía aprovechar los estudios: en la ciudad de Taxco le dieron el empleo de juez interino. Corría ya 1810, y aquel talento que todavía no alcanzaba su potencial, empieza a inquietarse por la política. Se conoce una carta enviada por él, todavía en su papel de juez interino, nada menos que al recién llegado virrey Francisco Xavier Venegas, donde le propone “engañar” a las fuerzas insurgentes que empiezan a moverse por el Bajío. El engaño consistía en recibir en las poblaciones a aquellas fuerzas rebeldes “con fiestas y vítores”.

La ocurrencia, definitivamente extraña a los ojos de la autoridad virreinal, tuvo consecuencias. Cuando en 1911 las tropas realistas entraron en Taxco, Lizardi fue encarcelado. Formado, finalmente, en el ejercicio del pensamiento ilustrado, aquel humilde juez interino exigió defender su causa ante el mismísimo virrey, y para ello se le trasladó a la ciudad de México. Lizardi logró demostrar que su propuesta estaba basada en la pretensión de proteger la integridad “y la felicidad” de los habitantes de Taxco.

Se le dejó en libertad, pero, acaso contagiado de la ebullición de la capital novohispana, consecuencia del movimiento independentista, Lizardi decidió que aquello de ser juez interino había sido una etapa de su vida que estaba rebasada. Así, decidió quedarse en la capital, y, sin tener propiamente un oficio, resolvió dedicarse al periodismo. No lo sabía cuando empezó aquella empresa, pero se ina a convertir en todo un personaje de la vida pública.

DEL PENSADOR MEXICANO A LA ALACENA DE FRIOLERAS

El primer texto conocido de Lizardi es un poema de 1808, dedicado a Fernando VII. No debe sorprender, porque los novohispanos estaban convencidos de que la invasión napoléonica a España nada bueno habría de dejarle a los reinos americanos, y entonces el joven rey, sucesor de Carlos IV, era visto como la gran esperanza de aquel imperio desgastado.

Pero, puesto a pensar en hacer periódicos, Lizardi debutó en la vida pública con la publicación que llamó El Pensador Mexicano, cuyo titulo se convirtió en el segundo nombre del periodista. Así se le conocería en los años por venir.

El Pensador Mexicano se publicó entre 1912 y 1814. Se empezó a convertir en una publicación incómoda, porque su creador tenía fe, por encima de todas las cosas, en la libertad de prensa, y la ejercía en cada número del periódico. Cuando empezó a criticar a la iglesia católica y a defender a los habitantes más humildes del reino, como los indios y las castas, ya no se le consideró un personaje que pudiera medrar en el orden novohispano. La gota que derramó el vaso fue un poema satírico dedicado al virrey Venegas, que, en plena guerra de independencia, no estaba para que ningún mordaz le anduviera dedicando majaderías.

El Pensador Mexicano fue clausurado, y Lizardi fue a dar a la cárcel. No era la primera vez, ni sería la última, pero ya estaba más que afirmado en el periodismo de la época, que, al no existir el concepto de noticia como lo conocemos hoy, abordaba reflexiones políticas y largas argumentaciones, propias del cambio profundo que empezaba a experimentar la Nueva España. Así, siguió haciendo periódicos, como la Alacena de Frioleras -título engañoso, porque sí abordaba temas trascendentes- y otro que tuvo el complicado título de Las Sombra de Heráclito y Demócrito.

Pero, como se ha dicho, Lizardi había sido formado en el espíritu ilustrado y las preocupaciones del pensamiento jesuita. Y probablemente el periodismo no le daba la amplitud de márgenes que necesitaba para volcar sus ambiciones pedagógicas. Entonces se puso a escribir la historia de un muchachillo, Pedro Sarmiento, que en su vida de estudiante se asomó a las grandes miserias de un segmento de la población novohispana. Como sus condiscípulos eran unas verdaderas alimañas, le pusieron un apodo -eran los tiempos en que poner sobrenombres era una costumbre de pésimo gusto- derivado de su nombre: el Periquillo Sarniento. Con él, nacía el primer gran personaje de la novela latinoamericana.

DE PERIQUILLOS Y QUIJOTITAS

El Periquillo se publicó por entregas en 1816: narraba las andanzas de este muchacho, que, en su recorrido por la vida estudiantil encontraba amistades a cual más perniciosa y perversa, que le iban enseñando una y mil mañas para sobrevivir en el mundo de los pobres novohispanos. Es El Periquillo una novela picaresca, donde, a fuerza de mucho ingenio y un poco de suerte, el muchacho Sarmiento no se convirtió en carne de presidio, sino que logró llegar a viejo, enmendado de todas las malas costumbres aprendidas en su juventud.

El Periquillo gustó mucho y fue muy leído en aquella su primera aparición en sociedad. Constaba de cuatro volúmenes, de los cuales solamente se publicaron tres, porque en el cuarto Lizardi criticaba con dureza la esclavitud y defendía la igualdad entre todos los hombres. Como las publicaciones pasaban por un sistema de censura inquisitorial, se descubrió el contenido de la última parte, y ya no llegó a las prensas. El Periquillo Sarniento íntegro, como lo conocemos hoy y lo leyeron muchos mexicanos -en alguna época fue una de las lecturas obligadas en las escuelas secundarias- solamente se publicó hasta 1830, tres años después de la muerte de su autor.

Como el tema de fondo del Periquillo era la educación, Lizardi puso de manifiesto su talante liberal al ocuparse, en otra novela, de la formación de las mujeres. El resultado fue una novela llamada La Quijotita y su Prima, donde se reveló como un autor de avanzada, planteando cuestiones como la necesaria asistencia femenina a las escuelas, la posibilidad y la necesidad de que las mujeres aprendieran oficios dignos para ganarse el sustento, y las malas consecuencias que tiene una mala crianza.

Hizo otras novelas, Don Catrín de la Fachenda y Noches Tristes y Día Alegre, pero convencido de que leer formaba parte importante de la vida pública, inventó algo que llamó la Sociedad Pública de Lectura, un gabinete donde, por suscripción, se tenía acceso a libros, a periódicos y a revistas.

EL LIBERAL INCORREGIBLE

Si en los últimos años de la vida novohispana hay alguien que merezca ser llamado “liberal”, ese es Joaquín Fernández de Lizardi. Cuando la Nueva España se independizó, era ya un conocido editor de periódicos, que muy pronto se hizo incómodo a los ojos del emperador Iturbide. Lizardi creía en la democracia, y, aunque había sido simpatizante del Plan de Iguala y de la trigarancia, puso fin a su luna de miel con un panfleto al que llamó “Cincuenta preguntas del Pensador a quien quiera responderlas”, donde criticó el proyecto imperial.

Vivió sus últimos años con cierto reconocimiento, por su contribución al movimiento independentista. Cuando murió, en 1827, se le sepultó en el cementerio del templo de San Lázaro, que fue arrasado en años posteriores y nadie se ocupó de rescatar sus restos. Lo que sí conocemos es el epitafio que deseaba para su sepultura: “Aquí yacen las cenizas del Pensador Mexicano, quien hizo lo que pudo por su patria”.