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“Los migrantes vamos solos por el mundo…”

John llegó a instalarse a un albergue para migrantes que las autoridades locales montaron en la alcaldía de Tláhuac en marzo pasado; John dice que ya conoció Ecatepec y lo que más le llamó la atención son sus casas de colores que hay sobre la colina de la Sierra de Guadalupe.

historias de migrantes

Francisco Mejía

Francisco Mejía

Para los migrantes haitianos que han llegado a la Ciudad de México las calles son el mejor lugar para sentirse libres o aparentemente libres “salimos temprano del albergue o del departamento a comer tamales, vamos a la plaza y vemos aparadores; vamos allá al poste para el internet y si sabemos que llegará dinero de familia, nos vamos al banco… Sí, todo el día vagamos, somos libres y vamos solos por el mundo…”.

John llegó de Puerto Príncipe a Chile hace siete años y hace un año arribó a México “primero a Chile en avión, buses, una nave por el agua y caminando, siempre caminando, huyendo de policías, migración y rateros…”.

Dice que cruzó la selva del Darién, allá entre Panamá y Colombia junto con cientos de migrantes de todos los países que ahí se dan cita a diario. Comieron enlatados y agua de garrafón que llevaban pero cuando esto se a cabo, consumieron lo que encontraban en su camino: algunas frutas, hierbas, animales e insectos de la selva… O nada, hasta llegar a alguna aldea o pueblo.

“Nos dicen que ahí hay animales, leopardo o changos, no, están lejos y cuando están cerca no hacen nada, los espantamos o se retiran; los malos son los rateros, los secuestradores, los violadores, ahí no hay autoridades, estamos solos… La policía roba, como en México”.

Llegó a instalarse a un albergue para migrantes que las autoridades locales montaron en la alcaldía de Tláhuac en marzo pasado; John dice que ya conoció Ecatepec y lo que más le llamó la atención son sus casas de colores que hay sobre la colina de la Sierra de Guadalupe.

“Allá en Puerto Príncipe tenemos un cerro que está igual: las casas son azules y rosas o rojas y verdes…

Solo que es peligroso las pandillas matan, persiguen, secuestran y la policía no está…”.

Por eso salió huyendo de Puerto Príncipe la capital de Haití “allá no hay futuro, no hay trabajo, no hay comida, no hay nada, bueno aquí tampoco hay nada, nosotros no tenemos nada y yo solo quiero trabajar para tener dinero y enviar a mi esposa e hija”.

Con sus 32 años a cuestas, un deseo irrefrenable de llegar con su hermana que vive en los Estados Unidos y con unas rastras secas por días, John va por la calle a medio comer pues el día que lo encontramos en la calle, solo había consumido una garnacha con salsa verde que le supo deliciosa; al amanecer, cuando “las tripas se pelean una con otra, desayune un tamal con café, fue todo”.

Pero no es el único, hay cientos o miles de sus compatriotas y migrantes de otros países que desde hace seis meses o más, mucho más, esperan su anhelada Tarjeta de Visitante y poder seguir su camino hacia su destino final: los Estados Unidos.

Ese sueño americano que persiguen miles de migrantes que hoy en día, como nunca se había visto, van por las calles de la Ciudad de México vagando sin rumbo; buscando algún trabajo momentáneo de lo que sea para pasar el día o con su celular en la mano escuchando música.

Se les ve sentados en cuclillas, recargados en muros y postes o en banquetas o jardineras, esperando algo por las calles de la colonia El Mar, Villa Centroamericana, Villa de los Trabajadores del Distrito Federal o El Rosario en Tláhuac o en Cananea, Jardines de San Lorenzo, Plaza de las Antenas en Iztapalapa e incuso en la colonia Moctezuma en la Venustiano Carranza y más allá, como en la colonia Golondrinas de Álvaro Obregón. Una familia de haitianos pide dinero en la calzada Ignacio Zaragoza al ingresar el ducto que lleva a la Ciudad Deportiva; otra pareja llegada de Guatemala con sus dos niños, pide dinero sobre Periférico y Canal de Chalco… Están por toda la ciudad.

Los que aun llevan dinero en la bolsa o esperan algún envío de dinero de sus familiares en Estados Unidos como John, han optado por rentar algún departamento o casa, donde viven en parejas o en grupos.

Ahora, John renta en la Villa de los Trabajadores del Distrito Federal, junto con otros doce de sus compatriotas. Informa que es un departamento con sala comedor, cocina, dos recámaras y un baño. Todo a nivel miniatura; claro y sin muebles.

Su equipaje como el de todo ellos se compone de una mochila con menos de 15 kilos de peso donde lleva la foto de su esposa, hija y él sonrientes. Atrás de ellos está una casa de muros despintados. “es mi casa y familia…”, presenta sonriente.

Dice que carga con una cobija, un par de pantalones, un par de calzones, un par de calcetines, unas botas, ahora calza unos tenis; una libreta de apuntes, bolígrafo y un libro. Carga también con algunos artículos de limpieza y un par de recuerdos o amuletos de la buena suerte. Es todo.

Se le pregunta qué es lo que lee y para qué lleva una libreta de apuntes. “Yo estudie para agrónomo y me gusta leer, ahora leo una novela que me encontré en la selva y escribo apuntes de lo que siento o veo…”. Se le pide que recuerde lo último que escribió “estábamos en el fango y unos hombres se llevaron a una mujer se metieron a la selva y ella gritaba y lloraba…”.

John no lo sabe o quizá sí lo sabe, pero no son muy libres como él lo dice; miles esperan que su trámite finalice para seguir su camino, esperan dinero de las familias en Estados Unidos o en tanto, solo esperan comer y dormir bien el día de hoy que será igual que mañana o pasado mañana…

Otros migrantes no rentan pues van sin dinero; permanecen en el albergue de Tláhuac que está, según ellos mismos lo aceptan bastante saturado “casi dormimos unos arriba de otros…”.

Y sí, basta asomarse al campo con lona de protección para las lluvias, donde han tendido sus casas de campaña para constatar que en efectos duermen sobre cartones y están ahí, ya por meses, cuerpo con cuerpo. Como pegados por una misma causa.