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La muerte del Dragón Rojo con Ojos de Jade: el asesinato del socialista Felipe Carrillo Puerto

En las primeras décadas del siglo XX, Yucatán fue tierra de rebeldía e ideas nuevas. El pueblo maya jamás abandonó por completo su espíritu sublevado contra las injusticias y los abusos de los hacendados henequeneros, la “casta divina”. Por eso, las ideas socialistas de aquel hombre, electo por abrumadora mayoría, lo convirtieron en un enemigo mortal de aquellos que practicaban una especie de esclavitud disimulada.

Carillo Puerto murió pidiendo que los indios mayas, a quienes tanto apoyó, no quedaran desamparados.

Carillo Puerto murió pidiendo que los indios mayas, a quienes tanto apoyó, no quedaran desamparados.

Veinte meses duró el sueño del primero gobernador socialista electo en tierra mexicana. En esos veinte meses, Felipe Carrillo Puerto vivió en un torbellino, trabajando para los más pobres del estado, para los indios mayas que, en el fondo de sus almas, jamás se resignaron a la pobreza, a la explotación y a la violencia. Aquel hombre, al que los hacendados henequeneros de Yucatán apodaron el Dragón Rojo de los Ojos de Jade, se había convertido en el enemigo de la llamada “casta divina”, que, poseedora de grandes extensiones de tierra, se creía también propietaria de cuerpos y de almas. Por eso, Carrillo Puerto no viviría para ver concretadas sus ambiciones: sus enemigos aguardaron la coyuntura propicia para enviarlo al mundo de los muertos.

La turbulencia política, que no se terminó con la muerte de Venustiano Carranza, ocurrida en 1920, habría de escribir terribles capítulos en tierra yucateca. Pero también, los movimientos revolucionarios habían impulsado nuevas ideas, nuevos proyectos. Había sido en Yucatán donde se efectuó, en 1916, el Primer Congreso Feminista, donde se habló de algo que, durante años, las mujeres de avanzada habían exigido y que no habían conseguido ni siquiera apoyando a Madero: la igualdad jurídica de hombres y mujeres ante las leyes mexicanas.

Tierra de extremos, en Yucatán convivían dos mundos: el casi feudal de los hacendados del henequén, y el vertiginoso y moderno nacido de la revolución. Cuando Felipe Carrillo Puerto fue electo gobernador del estado, por el 95% de los votos, aspiraba a transformar la vida de todos los habitantes de la península. Sus enemigos jurados, aquellos que veían peligrar sus bienes y sus caudales, decidieron que aquel hombre no duraría mucho en el gobierno estatal.

A Felipe Carrillo Puerto le apodaron el Dragón Rojo de los Ojos de Jade por sus ojos claros y sus ideas socialista. El sobrenombre provino de los hacendados henequeneros.

A Felipe Carrillo Puerto le apodaron el Dragón Rojo de los Ojos de Jade por sus ojos claros y sus ideas socialista. El sobrenombre provino de los hacendados henequeneros.

Tal vez, por que en su fuero interno presentía que no tendría larga vida, Felipe Carrillo Puerto gobernó Yucatán moviéndose por todos lados, corriendo en varios caminos a la vez. En aquellos veinte meses logró declarar de interés público la industria del henequén, el “oro verde” de la península, y creó organismos modernos para mejorar aquella rama productiva: creó la Comisión Exportadora de Yucatán y apoyó la creación de una Liga de Medianos y Pequeños Productores de Henequén. Con esas medidas, hirió en lo más sensible a los hacendados.

Pero no fue lo único que hizo: resucitó la repartición de tierras e implantó un sistema socializante en la producción de los ejidos.

El Dragón Rojo hizo realidad la demanda de las activistas: dio a las mujeres del estado el derecho a votar y a ser votadas. Tres mujeres ocuparon, por primera vez en la historia del país, cargos de elección popular: Elvia Carrillo Puerto, Rosa Torres y Genoveva Pérez. Fue Carrillo Puerto quien empezó a hablar de revocación de mandato, siempre y cuando fuera la población quien la demandara para gobernantes y funcionarios ineficaces o deshonestos.

En los meses del gobierno socialista de Carrillo Puerto, el yucateco también encontro el amor verdadeo: la periodista Alma Reed, para quien mandó componer la canción

En los meses del gobierno socialista de Carrillo Puerto, el yucateco también encontro el amor verdadeo: la periodista Alma Reed, para quien mandó componer la canción "Peregrina".

Los locos años veinte se caracterizaban por los vientos de transformación social que corrieron por todas partes. En Yucatán, y por iniciativa del gobernador Carrillo Puerto, se promulgaron leyes de Trabajo, de Inquilinato, de Divorcio. Proliferaron, auspiciadas por el gobernador, ligas feministas. Se instrumentaron campañas contra el alcohol y de control natal, y se hizo crítica abierta del fanatismo religioso. Carrillo Puerto llegó a fijar un impuesto al culto católico, con lo que se hizo de nuevos enemigos.

Lo que más inquietaba a sus rivales, era sus proyectos de socialización de la riqueza; llamaba al pueblo a “imponerse”, abriendo y saqueando las tiendas de los comerciantes acaparadores. “Hay que poner en práctica los principios bolcheviques. Hagamos ondear la bandera roja de las reivindicaciones”. Alentaba lo que llamó “torneos pedagógicos”, y aplicó un proyecto de educación al que llamó “racionalista” y creó la Universidad Nacional del Sureste, que hoy es la Universidad Autónoma de Yucatán. Miraba Carrillo Puerto al futuro. Echó mano de ese novedosísimo invento, recién llegado a México, la radio. Y creó una emisora: “La Voz del Gran Partido Socialista”, que difundía las ideas del gobernador, aderezadas con las melodías de la trova yucateca.

El surgimiento del Dragón Rojo 

¿De dónde había salido aquel huracán llamado Felipe Carrillo Puerto? Era el hijo segundo de una familia con 14 hijos, que trabajó en la tienda de abarrotes de su padre, vendedor de ganado y ferrocarrilero. Se había casado joven. Dejó el ferrocarril, y se dedicó al comercio entre las ciudades de Motul, donde vivía, y Valladolid. Esa vida a ras de tierra, mirando la miseria en que vivían muchos indígenas mayas, y la opulencia en que flotaba la Casta Divina, lo inclinaron hacia el socialismo.

El antiguo comerciante decidió entrar en la vida pública: fundó un periódico, El Heraldo de Motul, donde empezó a criticar a las autoridades y a algunos personajes adinerados. Así conoció al director de la Revista de Mérida, Delio Moreno Cantón, quien lo llevó a escribir ahí. Moreno Cantón compitió en 1909 por la gubernatura de Yucatán como candidato independiente, disputándole el cargo al antirreeleccionista José María Pino Suárez, y al porfirista Enrique Muñoz, quien ganó los comicios. En ese clima de efervescencia, y en defensa propia, Carrillo Puerto mató a un hombre que, según los rumores, había ido a Motul para asesinarlo. Fue encarcelado y lo liberaron en 1913. Un año después, estaba en Morelos, atraído por el ideario zapatista. Allí terminaron de cambiar sus ideas políticas. Estaba decidido a transformar por completo, y a fondo, la vida en el lejano Yucatán.

Carrillo Puerto fue fusilado con sus tres hermanos y con sus nueve colaboradores más cercanos.

Carrillo Puerto fue fusilado con sus tres hermanos y con sus nueve colaboradores más cercanos.

Cuando regresó a su tierra, en 1915, ya se había convertido en un convencido socialista. Gobernaba el estado el general Salvador Alvarado, y Carrillo Puerto se integró a la Comisión Agraria, encargada del reparto de tierras. Al mismo tiempo, se volvió promotor del sindicalismo obrero en el estado, y a difundir entre el pueblo maya, sus derechos. Hablaba bien el maya desde niño, y en los días de prisión había traducido la constitución al maya, para difundirla entre los indígenas.

Toda esa tarea política lo llevó a la fundación del Partido Socialista Obrero, que a la larga se convirtió en el Partido Socialista del Sureste, que lo llevó a la gubernatura de Yucatán en 1921. Era popular: ganó con el 95% de los votos. Partidario del presidente Álvaro Obregón, gozaba de apoyo en la capital de la República. Todo hacía pensar que el experimento socialista de Yucatán sería un éxito, y que Carrillo Puerto pasaría a la historia como un transformador. En esos días de gloria, hasta el amor verdadero apareció, en forma de una periodista de “ojos claros y divinos”: la estadunidense Alma Reed.

El hombre del que Reed se enamoró en 1923 había repartido ya más de 600 mil hectáreas entre 30 mil familias; promovía “bautizos socialistas” y bodas comunitarias. El yucateco y la norteamericana se juraron amor eterno. Él le regaló una antigua campanita de cobre, rescatada del fondo del cenote de Chichén Itzá, montada en un triángulo rojo, emblema del Partido Socialista del Sureste. En el reverso, había mandado a grabar una leyenda en maya: “No olvides a los mayas, hermosa Pixan Halal”.

Decidieron casarse. Alma marchó a su patria a fines de 1923 para preparar la boda, mientras México se encendía nuevamente a causa de la rebelión delahuertista. Ignoraba que jamás volvería a ver a Felipe Carrillo Puerto, víctima de los rencores de los hacendados y de la violenta coyuntura que lastimaba al país.

El zarpazo de la muerte

La rebelión delahuertista, que estalló en México en el otoño de 1923, no le dejó nada bueno a nadie. Ni a Adolfo de la Huerta, que entró en aquella espiral de violencia arrastrado por los militares inconformes con el gobierno obregonista, ni a quienes lo siguieron en aquella intentona. Ni siquiera El Mundo, el periódico capitalino que detonó la crisis política al dar la nota de la renuncia de De la Huerta al ministerio de Hacienda, sobrevivió. Poco a poco, la violencia se extendió por el país.

Partidario de Obregón, Carrillo Puerto combatió a los delahuertistas. Pero hubo de salir de la península, porque los hacendados dieron armas y recursos a los rebeldes, acrecentando su fuerza en la península. Salió de Yucatán por mar, pero el barco en el que viajaba naufragó. Sus enemigos le pisaban los talones. Con algo de fatalismo, el gobernador Carrillo Puerto se entregó a sus perseguidores. Fueron los representantes en Yucatán del Partido Cooperativista, que respaldaba la rebelión, quienes lo apresaron en Holbox, Quintana Roo, el 21 de diciembre de 1923. De ahí lo trasladaron a la penitenciaría Juárez, en Mérida.

Adolfo de la Huerta era un hombre honesto. Al enterarse de la captura del Dragón Rojo, envió una instrucción terminante: había de respetarse la vida del prisionero y de sus seguidores. Pero el coronel delahuertista Juan Ricárdez, que se autonombró gobernador de Yucatán, ignoró la orden. Él firmó la sentencia de muerte de Felipe Carrillo Puerto.

Aunque era un civil, el gobernador caído fue sometido a un juicio militar, que lo condenó a muerte. En un gesto de burla infame, la última noche de su vida la pasó en su celda, escuchando a los músicos que tocaban, una y otra vez, “Peregrina”, la canción que mandó componer para Alma Reed.

En la madrugada del 3 de enero de 1924, Felipe Carrillo Puerto fue fusilado, junto con sus tres hermanos y sus nueve colaboradores más cercanos. “¡No abandonen a mis indios!”, dijo, antes de que las balas le arrancaran la vida.

Los ecos del crimen

El asesinato fue un escándalo. La madre de los Carrillo Puerto, partida por la pena, se negó a ver los cadáveres de sus hijos. En Estados Unidos, Alma Reed leyó un telegrama que decía “Felipe Carrillo Puerto asesinado”, y creyó morir de dolor.

En la capital, Álvaro Obregón denunció el crimen: “El asesinato de Felipe Carrillo Puerto lleva pesar a las casas del proletariado y a muchos miles de seres humildes que, al recibir la noticia, sentirán lágrimas de dolor sincero deslizarse sobre sus mejillas. Don Adolfo de la Huerta comprenderá la monstruosidad de su crimen cuando reciba las protestas furiosas que lanzarán los trabajadores de todo el mundo”.

De la Huerta negó tener responsabilidad en la muerte del yucateco. Culpó al general rebelde Hermenegildo Rodríguez, y al poco tiempo, el verdadero asesino, Juan Ricárdez, fue fusilado en Honduras por petición de Luis N. Morones. Un periodista inglés, Howard W. Phillips, testigo de la rebelión delahuertista escribió: “El gobierno de los Estados Unidos ayudó al gobierno de Obregón con armas y cartuchos y estableció un embargo de las mismas mercancías para los rebeldes. Sin embargo, como De la Huerta recibía armas por parte de Belice y Honduras Británicas, era imperativo que mantuviera abierta la ruta de Belice, Yucatán y Veracruz. Esta, me parece, fue la razón por la que el gobernador de Yucatán, que permaneció leal a Obregón, fue asesinado”.

Alma Reed jamás se casó y fue una activa promotora de la cultura mexicana. Cuando murió, estaba en la pobreza más absoluta. Manos amigas llevaron sus cenizas al cementerio de Mérida donde sepultaron a Carrillo Puerto. Las colocaron en una tumba, frente a la del Dragón Rojo. Solo así pudieron concretar el sueño de estar juntos, cortado de tajo por la violencia política.