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“Soy pata rajada, pero no soy acarreada”…

 Fue un trayecto entre estrujos y manoseos, cuya desmesura causó alerta en torno a la seguridad y estado físico del presidente. La marcha fue un espacio para avivar los anhelos presidenciales de las corcholatas, mofarse de los adversarios y colgarse de la figura presidencial.

En busca de AMLO

En busca de AMLO

Cuartoscuro

Ajado y sudoroso, toqueteado hasta el hartazgo, el presidente Andrés Manuel López Obrador llegó al Zócalo tras casi cinco horas de caminata desde el Ángel de la Independencia.

Había sido un trayecto entre estrujos y manoseos, cuya desmesura causó alerta en torno a su seguridad y estado físico. Hubo instantes de riesgo, no sólo para él sino para los asistentes, en especial niños y ancianos, devorados por una ola humana desorganizada y sin control.

Quienes le abrían paso a empujones sugirieron acercarle un vehículo y llevarlo directo a la plaza, pero él lo rechazó. A la altura del monumento a Cuauhtémoc, ante el creciente desenfreno, un par de uniformadas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la CDMX intentaron rescatarlo en una motocicleta.

-Es mucho el peligro para el presidente –coincidían los más ecuánimes.

-Sí, pero él quiso hacer esto, ¿quién lo manda a estar acá? -decía la agente Salinas, quien proponía el rescate.

En medio de la turba, las frases retrataban fervor extremo: “Si hemos de morir, que sea junto a nuestro presidente”.

Metros adelante del remolino demencial, algunos buscaban agilizar el paso: “Avancen, caminen, nuestro presidente ya viene cansado”.

Y eso parecía: en el centro del tumulto se alcanzaba a ver a un mandatario disminuido y maltrecho, ya sin la fuerza de aquellas marchas de antaño, orquestadas desde la oposición. La sonrisa acartonada de la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum se desdibujaba por instantes y el fastidio tiznaba el semblante del secretario de Gobernación Adán Augusto López, desacostumbrado a los vaivenes del pueblo. El canciller Marcelo Ebrard, quien se unió a la fila principal en el arranque, optó por la huida a medio recorrido.

BOCANADA. Como pudo, López Obrador arribó a la plancha, donde las horas y el bochorno habían mermado el ánimo, pese al estruendo del mariachi y las consignas frenéticas de los organizadores.

-¡Tenemos ya aquí a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador -se escuchó por el sonido, y la muchedumbre desempolvó el último aliento disponible para recibir con las porras clásicas al mallugado tabasqueño.

Fue quizás la bocanada de sus fieles o la certidumbre de sentirse respaldado, pero AMLO también recuperó fuerzas para sortear el tramo final rumbo al templete: regaló todavía abrazos pasajeros y se dejó apapachar por los gobernadores morenistas, aduladores profesionales, quienes formaron la valla final.

Aunque ya frente al micrófono alternaba los pies en busca de descanso, el presidente recetó un discurso de más de hora y media: letanía de todas sus obras y acciones, de todos sus proyectos y programas. Contrario a lo esperado, no hubo ni una sola alusión a la reforma electoral ni reproche al INE y consejeros.

Como había adelantado a media semana, propuso bautizar su movimiento como “humanismo mexicano”.

“El fin de un estado es crear condiciones para que la gente pueda vivir feliz y libre de miseria. Es fundamental desterrar la corrupción para destinar lo ahorrado en beneficio de la mayoría, en especial de los más pobres. Es ir a la segura para contar con el apoyo de muchos cuando se busca una transformación. ¿Quién respalda la 4T? El pueblo, por eso jamás vamos a traicionarlo, nada se logra sin amor al pueblo”.

“A los más jóvenes, si quieren dedicarse al noble oficio de la política, lo fundamental es querer al pueblo. La auténtica política es profundamente humana. Continuemos impulsado el cambio de mentalidad, hagamos realidad y gloria el humanismo mexicano”.

SANTUARIO. Sin espacio para la autocrítica ni los desafíos, el Ejecutivo habló de un relevo generacional en las calles; de avances en la batalla contra racismo, clasismo y discriminación en todas sus expresiones y describió al país como “santuario de las libertades”.

Aunque en el camino diversas voces lo alentaron a extender su presidencia, su respuesta fue terminante: “No a la reelección, nosotros somos maderistas: ´sufragio efectivo, no reelección´. Mi esposa, Beatriz, tampoco va a participar en ningún proceso electoral”.

Se habían cumplido casi siete horas de jornada, desde la caótica salida del Ángel.

“Soy pata rajada, pero no soy acarreada”…

El acarreo ya no fue nota. Podían diferenciarse los grupos amaestrados, con atuendos, banderines y arengas uniformes, de quienes inundaron la zona centro de la ciudad, convencidos de las bondades del actual gobierno.

Podían distinguirse también los bloques pagados por caciques, legisladores y politiquillos oportunistas de los genuinos seguidores de la 4T.

Al final, fueron más los auténticos, los espontáneos… Fueron más los embelesados, quienes reproducían en sus bocinas el discurso pronunciado por López Obrador en aquellos años del desafuero; los devotos al lopezobradorismo, a quienes poco les importan los traspiés desde Palacio. No los ven, no los oyen, no los sienten.

“El pobre será menos pobre si tiene la sonrisa de un amigo como el presidente”…

Y con una sonrisa se conformaron.

“Hasta donde sea, hasta donde tope, AMLO no se toca”…

Muchos más los leales, para quienes un simple ladrido o aullido canino sobre avenida Reforma era señal de esperanza:

-¿Por qué llora su perrito?

-Porque está emocionado de ver pasar al presidente…

La marcha fue a la par un espacio para avivar los anhelos presidenciales de las llamadas corcholatas, con souvenir y gritos alusivos a sus nombres y membretes: “Es Claudia”, “Yo voy con Adán”, “El bueno es Marcelo”.

Para mofarse de los principales adversarios: expresidentes y críticos como Anaya, Creel, Téllez y demás, una lista oscura con mentada de por medio a la cual se sumó ya Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE, y el senador Ricardo Monreal, tachado de traidor a cada paso.

Fue la marcha en la cual se aclamó a Gerardo Fernández Noroña y se ignoró a Alejandra Fraustro, en la cual se nombró al doctor Hugo López-Gattel “un héroe nacional”, y a la envilecida Layda Sansores “la diosa de los audios”.

Ahí estaban los colgados de la figura presidencial, los aprovechados del respaldo popular de López Obrador para limpiar sus acusaciones de corrupción, aún en tiempos de “cambio”: Rogelio Jiménez Pons, purificado ya tras las anomalías en Fonatur; Ignacio Ovalle, saneado de las irregularidades en Segalmex; Ricardo Peralta, inmaculado frente a los cochupos en Aduanas.

Del “Rey del Cash” se pasó a “El Rey que les quitó el cash: hazaña del presidente y su equipo cercano”.

Por eso López Obrador, vitoreado por su gente, se sobrepuso a cinco horas de zarandeos para detallar sus epopeyas durante 96 minutos más, e inaugurar una nueva era, la del “humanismo mexicano”…