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La radio, la modernidad y los mexicanos

Del juguete científico a la vida transformada; de los entretenimientos en teatros y cines, a la función musical en la sala de la casa. La llegada de la radio comercial a México cambió hábitos, creó costumbres, modificó la vida en algunos barrios y formó audiencias masivas de verdad. Surgieron verdaderos éxitos melódicos y los ídolos de masas parecían estar al alcance de cualquiera que pudiera pagarse uno de esos aparatos fantásticos que encerraban diversión, disfrute y un pedacito de futuro

historia en vivo

Niño con audífonos. México 1920

Niño con audífonos. México 1920

Especial

Mientras los directivos de dos publicaciones periodísticas, El Mundo y El Universal Ilustrado, se desesperaban por tener al presidente Álvaro Obregón en el lanzamiento de sus estaciones de radio, la emisora que les había ganado por unas pocas semanas la salida a la vida pública, El Buen Tono, se contentaba con una visión del mundo acaso menos compleja, pero igualmente entusiasta: aquellos deseaban imprimir en sus transmisiones la huella de su quehacer informativo e incidir en esa zona de la vida pública donde se discutían los grandes asuntos del país, que, hace un siglo, en 1923, eran bastantes. La Estación del Buen Tono, con mucho sentido práctico, veía una herramienta para expandir su estrategia publicitaria, al tiempo en que proporcionaba a los mexicanos buena y sana diversión por medio de lo que a todos gustaba y a todos entretenía: la transmisión de música.

Faltaban décadas para que se inventaran las tecnologías que permitieran grabar los contenidos de una emisora de radio. Por tanto, todo lo que se dijera frente a un micrófono con algo que podríamos llamar “propósitos radiofónicos” era en vivo, en presente, para bien y para mal, con aciertos clamorosos y errores inolvidables. Este hecho, que podría parecer una obviedad, tuvo diversas repercusiones: para empezar, cambió la tónica de los barrios donde se asentaban las emisoras. La del Buen Tono cambió radicalmente el barrio de San Juan, pues, a pocos metros de la enorme fábrica de cigarros, se montó la emisora.

Bien podría decirse que El Buen Tono había cambiado la vida del barrio de San Juan: la empresa fundada por Ernesto Pugibet, que ocupaba un enorme terreno limitado por las calles que hoy llamamos de Luis Moya, Pugibet, Delicias y Buen Tono, poco a poco fue instalando diversificaciones y complementos de la cigarrera original: en la plaza que todavía existe, funcionaba un bazar de artículos varios, desde cucharas hasta juguetes, “mucho más baratos que en las casas comerciales del Centro”. También funcionaba la Farmacia del Buen Tono, y fue la empresa cigarrera la que costeó la construcción del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, que se inauguró en 1912, con la asistencia de Sara Pérez, esposa del presidente Madero. El agregar a ese conjunto de negocios una estación de radio iba a tener consecuencias para el barrio entero.

Si algo tenía la directiva del Buen Tono era inventiva. Llevaba años discurriendo nombres y recursos ingeniosos para promover su mercancía, cigarros de diversos tipos, desde los más sencillos y baratos hasta los elegantes y costosos. En un país con un muy viejo hábito fumador extendidísimo, El Buen Tono tenía mercado asegurado, pero no se dormía en sus laureles. Fueron pioneros también en el uso de historietas cómicas con fines publicitarios. El dibujante Juan B. Urrutia hizo, para El Buen Tono, más de 500 historietas que se insertaban como anuncio en los periódicos de principios del siglo XX.

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Por eso, cuando las posibilidades empresariales de la radio empezaron a ser visibles, los cigarreros vieron una oportunidad impresionante para expandir su clientela. Tal vez no se dieron cuenta de que, al lanzarse a la aventura de la emisora radiofónica, se estaban volviendo pioneros de algo que no alcanzaban a calibrar. Pero al cabo de poco tiempo descubrieron las potencialidades del medio.

La radio, el entretenimiento y la vida urbana

Claro que El Buen Tono quería su emisora para promover sus productos. No en balde había creado unos cigarros que promovió intensamente hace, exactamente, cien años: se llamaban Radio. Pero también tenía claro que, para que la gente escuchara la emisora, cuyas siglas iniciales fueron CYB (andando el tiempo se convertiría en la XEB), tenía que haber algo más que anuncios de tabaco de todas las marcas de la empresa.

Al Buen Tono no le interesaba llenar su tiempo al aire con las conferencias sobre salud pública del doctor Gustavo Baz, como hizo la emisora de El Mundo. Pensó muy pronto en que su estación tendría mucha y buena música popular. Y para eso se necesitaban cantantes. Y músicos. Y algunos de ellos tendrían no uno, sin varios espacios en los periodos de transmisión. Y por eso, mientras llegaban los turnos convenidos, los locutores, los comentaristas, los músicos y los cantantes, necesitaban algún sitio donde, pudieran, por lo menos, echarse un café con leche o comerse unas enchiladas. Entonces llegaron los nuevos restaurantes y cafeterías, donde no sería extraño encontrarse a las estrellas del momento, merendando o comiendo como simples mortales mientras les tocaba plantarse ante los micrófonos.

Esos negocios florecieron en la calle de Ayuntamiento y algunos se acomodaron en la cercana calle de López. No eran pomadosos restaurantes para estrellas, sino modestos comederos con cartas sencillas pero sustanciosas, con una provisión de buen pan tradicional. Algunas cantinas también se beneficiaron de aquella irrupción de la modernidad en el barrio de San Juan.

Cuando la radio comercial probó sus bondades, surgieron otras emisoras en el mismo rumbo, como la XEW o la XEQ, de modo que aquellos comercios emergentes tuvieron, por décadas, clientela asegurada, y solo hace un par de décadas empezaron a desaparecer. Fue la de Ayuntamiento la calle de la radio a partir del establecimiento de la emisora pionera del Buen Tono.

Llegar a muchísima gente, al mismo tiempo, de manera diferente, era la gran promesa de la radio. De quienes le entraran al reto dependía, literalmente, qué decir ante los micrófonos, para llegar a un auditorio al que no veían y al que tuvieron que empezar a imaginarse.

Canciones y deportes

Lo más sencillo era pensar en segmentos musicales alternados con buenos anuncios de la cigarrera. Pero, ¿qué más se podía hacer? Los recursos del entretenimiento, más que probados en los teatros, saltaron a la radio. El cine, como escribieron Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán bajo el seudónimo de “Fósforo”, daba movimiento a la imagen, le faltaba color y sonido. La radio daba sonido y poco a poco se descubrió que tenía un enorme poder: el de la evocación, y que, por esa razón, el teatro llevado al nuevo soporte, podía ser un enorme éxito. De ahí a la invención de las radionovelas con las que México entero se emocionó durante décadas, no hubo sino unos pocos pasos.

Pero una cosa llevó a la otra: si se podía hacer teatro por radio, y si la gente se emocionaba con buenas narraciones, ¿por qué no hablar del futbol del día anterior? ¿Por qué no hablar del desfile del 16 de septiembre? Todo estaba por hacerse, y cuando en 1924, ya con un pie fuera de la SEP, a José Vasconcelos se le ocurrió que no estaría mal una “radio educativa”, se sembraba la semilla de un medio que florecería a lo largo del siglo XX y que ha acompañado a los mexicanos en los días de felicidad, los de fiesta y los de tragedia. En estos tiempos de redes sociales e inmediatismo de la información, la memoria familiar de muchos sigue anclada en la radio, que, jovencísima, apenas cumple cien años.