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Rescatados de la Fosa común

La familia del hondureño Gibrán lo buscó durante seis años en hospitales, albergues y cárceles hasta localizarlo en Ciudad Juárez. El cuerpo lleva ahora tres meses en el Semefo a la espera de su repatriación

Exhuman cadáveres en el cementerio de La Piedad
Exhuman cadáveres en el cementerio de La Piedad Exhuman cadáveres en el cementerio de La Piedad (La Crónica de Hoy)

(Primera Parte)

Los restos del hondureño Gibrán García Sandoval llevan tres meses en el Semefo de Ciudad Juárez. Entre indiferencia, trámites excesivos, falta de dinero de su familia para repartir a funcionarios y exigencia de castigo, se ha retrasado su entrega. Pero al menos tiene ya un nombre, se sabe quién fue…

“Es un triunfo para los miles de migrantes que siguen en fosas comunes, sin nadie que los reclame; y un mensaje para muchas familias de que sí se puede”, cuenta Omar, su hermano.

Gibrán pasó seis años en una fosa anónima. Su identificación y rescate, apenas a principios de abril, sólo fue posible por el tesón de doña Cilia, su madre, quien viajó desde Honduras para buscarlo en México casi de casa en casa y quien, por un golpe del destino, murió de cáncer sin conocer dónde estaba su hijo… “Prométeme que encontrarás a tu hermano”, le pidió a Omar en la agonía. Y él cumplió.

Crónica documentó recién el descontrol en torno al uso de la fosa común, la falta de bases de datos nacionales sobre cadáveres ingresados a los servicios forenses como desconocidos y la ausencia de protocolos homogéneos de identificación. Y éstas son nuevas historias que, como ecos, resuenan desde el dolor…

Aunque semanas antes se había titulado como maestro y ya se le había asignado una plaza, a mediados de 2010 Gibrán decidió dejar el Puerto de Tela —su tierra—, para cruzar territorio mexicano y probar suerte en Estados Unidos. Sin necesidad económica, la familia interpretó esta decisión como un arrebato juvenil. Entonces él tenía 22 años. Mantuvo informada a su madre del viaje, pero de repente se perdió el contacto. Doña Cilia no resistió mucho la ausencia: empacó unas mudas de ropa y se trasladó a nuestro país. Visitó hospitales, servicios forenses, casas de inmigrantes y cárceles, pero no encontró rastros. Conoció a otras mujeres en desconsuelo y fundó Madres de migrantes centroamericanos desaparecidos en México, su frente de batalla hasta 2013, cuando la muerte le asaltó después de un recorrido por Ixtepec, Oaxaca. Y desde entonces Omar —antropólogo y doctor en ciencias de la educación— continuó la pesquisa.

Había registro de su hermano en una casa del migrante en San Juan del Río Querétaro. La ruta hacia el noreste no arrojó novedades, pero hacia el norte hubo más pistas: primero en Salamanca y luego en Irapuato, donde sale el tren del pacífico. El olfato apuntaba a tres estados: Baja California, Sonora y Chihuahua. Omar visitó una a una todas las fronteras de las dos primeras entidades y nada encontró. La última carta era Chihuahua y al fin, después de años de tribulación, en Ciudad Juárez se develó el destino trágico.

El 7 de junio de 2010 Gibrán ingresó a la casa del migrante Nuestra Señora del Refugio, donde salió el día 10.

“En esos días se vivió una espiral de violencia en Juárez: entre el 10 y el 14 de junio fueron encontrados alrededor de 60 cadáveres, siete de afrodescendientes. Ninguno portaba documentos y todos tenían tiro de gracia. Las autoridades no me permitían el acceso a expedientes y debí pedir ayuda a organizaciones sociales para presionar. Fueron tres meses de lucha, porque hasta abril pudimos revisarlos”.

—¿Y qué pasó? -se pregunta a Omar, entrevistado en la Ciudad de México, aún en busca de apoyo para concluir los trámites y retornar a su país.

—Lamentablemente uno de los expedientes era de mi hermano. Fue ejecutado y enterrado en una fosa sin nombre. Se le aplicó el protocolo de Viena, como suele ocurrir en Juárez después de todas las muertas que hubo: le retiraron los tejidos para conservarlos y el cadáver fue enviado a la fosa número 6 de un panteón destinado a los no identificados.

El cuerpo fue reconocido mediante fotografías del momento en el cual lo hallaron y cuando estaba ya en la plancha del Semefo, listo para la autopsia. Había sido encontrado el 13 de junio…

“La hipótesis es que se trató de una ejecución sumaria del crimen organizado. Iba acompañado de otros tres migrantes, los levantaron y quizá porque no tenían dinero les reventaron un tiro en la nuca, a Honduras jamás llamaron para pedir rescate”.

Gibrán medía 1.75 y era de complexión robusta; hacía ejercicio y una de sus principales pasiones era la enseñanza a niños. Sus restos ya fueron exhumados y se encuentran en una gaveta sellada, otra vez en el Semefo de Juárez, a la espera de ser cremados en presencia de su hermano, peritos de la PGR y de la procuraduría del estado y un visitador de derechos humanos.

“Y luego vendrá lo más difícil: la repatriación, hay que hacer procesos en Honduras y en México -dice Omar-. Aquí la embajada no sirve. Cuando ya tenía toda la información de Gibrán me comuniqué con ellos y dijeron que no tenían recursos para mandar un oficial de apoyo: ‘si quieres te lo mandamos, pero tú pagas todo’… Los mandé a comer mierda. ¿Cómo representan a mi país y me piden dinero? En los últimos meses he gastado nueve mil dólares y necesito todavía más. Fueron seis años de desgaste físico y emocional, de enfrentar a un sistema judicial corrupto e impune”.

—Pero al menos tenías la esperanza de encontrar vivo a Omar…

—No, sabía que estaba muerto.

—¿Por qué?

—Soy de la religión yoruba, a la que se le conoce como santería. Mi familia pertenece a garifuna, una etnia del sur de África cuyos santos son católicos pero con nombres africanos. De alguna manera los muertos y los santos te hablan, mi mamá también sabía que él ya no vivía; es una especie de conexión espiritual con nuestros muertos, por eso no lo buscábamos a él sino a sus restos.

Omar lleva en su cuerpo imágenes del Santo Niño de Atocha, conocido en yoruba como Elegua; de San Judas Tadeo, al que llaman Orula, y de San Miguel Arcángel, nombrado Shangó. 

Para los santeros la muerte es una puerta al más allá, un medio para trascender y motivo de juerga. El fallecido se convierte en guardián, a quien se podrá invocar y pedir cosas.

“Cuando al fin lleve los restos de mi hermano a Honduras haremos una fiesta, bailaremos y tocaremos los tambores, mataremos una vaca y se cocinará para todos los de la comunidad, la sangre del animal se regará donde él será enterrado: al lado de mi mamá, en el Puerto de Tela”…

Vacuna antiméxico

“Sabemos muy bien que La Bestia se convirtió en un negocio, no sólo para los operadores del tren, porque subirse tiene un costo… Muchos piensan que es gratuito, pero cada paisano debe pagar por lo menos 20 dólares para que le pongan el brazalete. Es una red de corrupción en la que participan policías municipales, estatales y federales, la gente del tren y el crimen organizado. Hay un lugar que se llama Aguas Blancas, en Veracruz, famoso por las patronas: señoras que reparten comida para los migrantes; es un cementerio, porque pasar por ahí sin dinero es tener más del 90 por ciento de la muerte asegurada. Eres abusado, y si eres mujer violada y puesta en manos de tratantes. Cuando las mujeres centroamericanas vienen a México ya saben que deben vacunarse. Un laboratorio —Bayer— elaboró una vacuna anticonceptiva a la que le llamamos antiméxico, que tiene un efecto de tres meses. Las mujeres van y se la aplican voluntariamente porque saben que invariablemente serán violadas, además de otras como la del papiloma humano. En Honduras colaboro con una iglesia pastoral del migrante y hemos buscado mil maneras para disuadir a los jóvenes de que ya no vengan a México”:

Omar García Sandoval

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