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La solitaria muerte de Abraham González

En la debacle que desencadenó el golpe militar de Victoriano Huerta, la muerte, como la huella que genera una piedra arrojada al agua, se expandió, lenta pero segura, por todo el territorio mexicano. Las primeras víctimas serían los maderistas de la primera hora. Donde quiera que estuvieran, en la posición política en que se encontraran. Todos, a los ojos del huertismo, eran muy peligrosos. Había que desaparecerlos antes de que alcanzaran a reaccionar.

Historias sangrientas

Los restos de Abraham González se identificaron cuatro meses después de su asesinato, pero solo fueron llevados a Chihuahua hasta 1914, por órdenes de Pancho Villa.

Los restos de Abraham González se identificaron cuatro meses después de su asesinato, pero solo fueron llevados a Chihuahua hasta 1914, por órdenes de Pancho Villa.

Quien viaje por el norte mexicano, aun en estos tiempos de inseguridad brutal, no puede menos que asombrarse de la tremenda belleza del desierto. En ocasiones, aquellos paisajes monumentales, han sido escenarios de crímenes aterradores, dictados por la traición, por el “por si acaso”, por el “antes de que ellos nos madruguen a nosotros”. Entonces, las inmensas montañas del norte se convierten en las únicas testigos de la muerte que llega a mansalva, que no da margen a la defensa, porque se aparece arropada en el denso y negro sudario de la traición. Quienes pierden la vida así, en soledad, indefensos ante sus asesinos, corren el riesgo de desvanecerse, de fundirse con la arena, de volverse ceniza en el viento.

Solo la terquedad de Francisco Villa impidió que ese fuera el destino de los restos del chihuahuense Abraham González, maderista desde el principio, como él. Leal a don Pancho hasta la muerte, como él. Era 28 de febrero de 1914 y Villa es uno de los que cargan la urna que resguarda lo que quedó de don Abraham. Ha transcurrido casi un año desde que se lo llevaron “a la ciudad de México”, dizque “por órdenes de Victoriano Huerta”. Pero González jamás llegó a la capital.

La gran diferencia con otros crímenes del huertismo, es que los asesinos estaban bien identificados, que no había margen para que se contaran otras historias, o distorsionadas, o con unos pocos granos de verdad, o burdas mentiras. No en el caso de Abraham González. Sus asesinos tenían nombre, apellido y grado militar.

Villa se los aprendió, y se tardaría, pero lograría hacerle justicia al hombre que fue decisivo para que el antiguo cuatrero se convirtiera en el general revolucionario.

AL LADO DE DON PANCHO

Abraham González era, como Madero, un hombre moderno, que había aprovechado lo mejor de vivir casi en la frontera con Estados Unidos. Era de Ciudad Guerrero, Chihuahua. Fue alumno del Instituto Científico y Literario de Chihuahua y luego se fue a engrosar la lista de alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria en la ciudad de México. Es probable que su educación fuera uno de los puntos en común con los Madero, pues, como ellos, González había hecho estudios en una universidad estadunidense. Luego, de vuelta en su tierra, había sido cajero bancario y administrador de una compañía de tranvías. Luego se decidió por ganarse la vida comerciando con ganado.

González era de esos chihuahuenses a los que ni les gustaba el clan Terrazas, que se enseñoreaba en el estado desde los tiempos de Benito Juárez, y tampoco le gustaba Díaz. Su formación estadunidense lo había llevado al mundo de las ideas democráticas y lo que menos le gustaba del porfirismo eran las reelecciones sistemáticas del presidente.

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Por eso se involucró con diversos grupos críticos del porfirismo; en alguna época tuvo contacto con el magonismo y fundó un Club, al que llamó Benito Juárez. Cuando en 1908 Madero dio a conocer su best-seller “La sucesión presidencial en 1910”, a González no solo le gustó, sino que le entusiasmó. En 1909 estaba encabezando el Comité Estatal del Partido Antirreeleccionista. En el curso de unos pocos meses, trabaría amistad con otros convencidos antirreeleccionistas: los hermanos Vázquez Gómez, José Guadalupe González y Aquiles Serdán.

Naturalmente se sumó a la campaña presidencial de Madero. Naturalmente, la policía de Chihuahua empezó a vigilarlo, y no les faltaba razón, porque atendiendo al llamado del Plan de San Luis, al sobrevenir la derrota de don Pancho, propiciada por el fraude, Abraham González se levantó en armas. Ostentaba el grado de coronel. Quienes busquen las fotos de los maderistas en Ciudad Juárez, en 1911, lo verán sentado al lado de Madero. Ahí están muchos: los hermanos y el padre de don Pancho, los Vázquez Gómez, Pascual Orozco, Francisco Villa. Todos los que serán arrastrados por el torbellino revolucionario.

La famosa foto de Ciudad Juárez en 1911, muestra a muchos de los grandes revolucionarios de los años siguientes. González, de traje claro, está sentado junto a Madero.

La famosa foto de Ciudad Juárez en 1911, muestra a muchos de los grandes revolucionarios de los años siguientes. González, de traje claro, está sentado junto a Madero.

Al triunfo maderista, se le nombró gobernador interino de Chihuahua. Luego, en elecciones, ganó la gubernatura para el periodo 1911-1915. Hombre práctico, con talento de administrador, eliminó el cargo de "jefe político" y abolió el derecho de las empresas, en su mayoría extranjeras, a nombrar funcionarios en las comunidades ubicadas en sus tierras concesionadas y permitió que éstas eligieran a sus autoridades. Tal vez hoy se le llamaría tecnócrata; tenía una idea muy clara de cómo tratar con los empresarios -cosa que a Madero no acabó de dársele bien- pues creó una figura de arbitraje obligatorio en la solución de los conflictos obrero-patronales mediante un comité tripartita de representantes patronales, obreros y gubernamentales.

En Chihuahua, con Abraham González, desapareció el peonaje por deudas, la detención forzada de peones y sus familiares en las haciendas, y prohibió los juegos de azar. Mandó revisar las tasas fiscales de los grandes hacendados, y descubrió que los legendarios caciques Terrazas pagaban una bicoca, en comparación con el valor de sus haciendas.

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El enfrentamiento con los Terrazas fue brutal: los hacendados intentaron derrocar a González, y el pleito hubiera sido grave de no ser porque Francisco I. Madero, que tampoco tenía las cosas sencillas, lo llamó a la ciudad de México para que fungiera como secretario de Gobernación. Don Abraham pidió licencia para irse a la capital y el conflicto se desactivó, con gran descontento y decepción de los que habían confiado en el maderismo como solución a los abusos de los grandes terratenientes.

Al darse cuenta de que Chihuahua volvía a un estado de cosas que se parecía mucho al porfirismo, González dejó la Secretaría de Gobernación para volver a su cargo. Intentó negociar con el gobierno federal recursos para obras de irrigación y para comprar haciendas que serían fraccionadas y repartidas. Los esfuerzos eran pocos para el tamaño del descontento, por eso surgió como movimiento opositor el orozquismo. El antiguo aliado Pascual Orozco se convirtió en un quebradero de cabeza para Abraham González-

Pero sobrevino el cuartelazo que hizo caer al gobierno de Madero. El huertismo se apresuraría a ir en pos de Abraham González

LA MUERTE EN SOLITARIO

Chihuahua era un estado fundamental para contener la rebelión contra el gobierno de Victoriano Huerta. Eso lo sabían todos en la ciudad de México y en el norte. Podía ser la ruta para conseguir armas con qué sostener la resistencia, y era esencial para las comunicaciones entre Sonora y Coahuila. A los ojos de Huerta, era un objetivo esencial, y nadie esperaba, ni en sueños, que González reconociera al nuevo gobierno como había hecho Pascual Orozco.

Las instrucciones fueron precisas y dictadas desde la ciudad de México: el general Antonio Rábago, jefe de la zona militar, debería ocupar por la fuerza a la legislatura local y la obligaría a desconocer y a destituir al gobernador González. Rábago debería ser nombrado gobernador sustituto. A González se le mantendría encerrado en el Palacio de Gobierno. Entre la fuerza, la amenaza y la sorpresa, todo ocurrió como se había planeado.

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En otras circunstancias, el diputado Gurrión hubiera intentado conseguir que la región del Istmo se convirtiera en una entidad federativa separada de Oaxaca. Pero el enrarecimiento de la vida política nacional bajo el gobierno huertista, lo colocó en la lista de "rebeldes" y enemigos. Su destino era la muerte.

Encerrado, González pasó las horas acompañado por el cónsul mexicano en El Paso, Enrique C. Llorente. Después, los hombres de Rábago le comunicaron que había orden escrita de Huerta, según la cual habría de ser trasladado a la ciudad de México. Era, como muchos otros maderistas objetivo mayor del huertismo. Apenas empezaba marzo de 1913; todavía no se secaban las flores de la tumba de Francisco Madero en el Panteón Francés de la Piedad, y muchos de sus colaboradores cercanos y hombres de confianza, andaban por el país a salto de mata. Eran los primeros en la lista de rivales del huertismo.

La noche del 6 de marzo se hicieron los preparativos para el traslado. González viajaría en tren, bajo la vigilancia de los mayores Benjamín Camarena y Hernando Limón, el teniente Federico Revilla y el capitán Manuel Rodríguez. Salieron de noche.

Era la madrugada del 7 de marzo cuando el tren se detuvo entre las estaciones de Horcasitas y Bachimba, en una pequeña parada llamada Mápula. Los militares bajaron a González a la fuerza, lo ataron de pies y manos. Luego, la historia va de terrible a espantosa: una versión asegura que simplemente balearon al ex gobernador y dejaron su cadáver abandonado. Otra afirma que no solo lo acribillaron, sino que luego colocaron el cuerpo en las vías para que el tren lo despedazara.

Se supo que Abraham González nunca llegó a la capital. Era otro desaparecido. Pero cuatro meses después, se encontraron sus restos, ya devorados por los animales del desierto. Se le identificó por un trozo de chaqueta, con sus iniciales bordadas. Tenía el tiro de gracia.

El cadáver estaba cerca de la estación de Horcasitas. Alí mismo se le enterró de manera apresurada. Pasó casi un año. Pancho Villa, nombrado gobernador provisional de Chihuahua, mandó, casi de inmediato a rescatar aquellos despojos para homenajearlos en la capital y darle un entierro decente.

A Rábago, Villa logró capturarlo a los pocos meses. Naturalmente, negó tener responsabilidad en el crimen. Solo aceptó haber entregado a González a sus asesinos. No se salvó de la prisión, donde murió dos años después.

Tarde, pero la justicia le llegó a Abraham González.