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Solón Argüello, un poeta devorado por la Decena Trágica

El golpe militar que empezó la mañana del 9 de febrero de 1913 cortó muchas vidas humanas. Algunas, que apostaron al antimaderismo, murieron casi sin darse cuenta. Otros, mantuvieron la fe en el presidente que había logrado derrotar al porfirismo, y creyeron que, finalmente, los más buenos ganarían en aquel momento de crisis. Todos se equivocaron.

historias sangrientas

Esta es la imagen más famosa de Solón Argüello: entusiasta, vitorea a Madero, que se asoma a la ventana de la Fotografía Daguerre.

Esta es la imagen más famosa de Solón Argüello: entusiasta, vitorea a Madero, que se asoma a la ventana de la Fotografía Daguerre.

Es, quizá, uno de los personajes más notorios en la historia de aquel oscuro febrero, y sorprende que su nombre sea casi desconocido. Ahí está, sonriente, el sombrero en la mano, confiado en que la legalidad prevalecerá y el hombre a quien le tiene toda la fe del mundo, ese coahuilense bajito, vegetariano, bondadoso y espiritista, saldrá victorioso de la crisis que empezó muy temprano por la mañana de ese domingo. Están a unos cuantos cientos de metros del Palacio Nacional. Francisco Madero ignora que ese será su último recorrido hacia la Plaza de la Constitución, y el nicaragüense Solón Argüello no alcanza a ver que la muerte los acecha a los dos.

Porque ese hombre, al que los recuentos gráficos de la Decena Trágica muestran, una y otra vez a lo largo del recorrido que la historia recuerda con el nombre de “Marcha de la Lealtad”, al que algunos anecdotarios mencionan pidiéndole al presidente Madero que reparta armas entre el pueblo para defender al gobierno legalmente constituido, no va a vivir más de seis meses más, devorado por la ola de violencia política que ahogará el sueño del antirreeleccionismo.

Y Solón Argüello es, en particular, poeta. Un poeta que creyó encontrar el México las promesas de la democracia convertidas en realidad.

Un día de agosto de 1913 la muerte lo recibirá en el camino que va de la ciudad de México a Querétaro, con las ilusiones rotas y el miedo a flor de piel. Son los días en que el huertismo se convierte en una máquina de matar que busca a los maderistas leales y a los que se atreven a hablar de la maniobra perversa que lleva a un general a la presidencia de la República.

Como a otros, a Solón Argüello lo asesinan fuera de la ciudad de México. Los hombres de Huerta creen, ingenuamente dentro de su perversidad, que esa es la manera en que sus crímenes pasarán inadvertidos.

UN NICARAGÜENSE MEXICANO

Para febrero de 1913, Solón Argüello era más mexicano que nicaragüense. Se había naturalizado en agosto de 1912. Era joven, tenía 34 años, y había llegado a México en 1902. Provenía de una familia distinguida y acomodada que vio con buenos ojos la vocación literaria de Solón, quien, desde Centroamérica, veía con simpatía y anhelo a nuestro país. Demócrata entusiasta, había tejido su vida en torno al oficio de enseñar, al periodismo y a las bellas letras.

En México hizo carrera de poeta y periodista. Si bien sus tres libros de poesía se publicaron aquí, muchos de sus textos periodísticos quedaron dispersos en la prensa de los dos países. Al llegar a nuestro país, se había ganado la vida con precariedad, escribiendo aquí y allá, ocupando puestos diversos en las publicaciones periódicas de entonces. Hubo momentos en que pensó en volverse a Nicaragua, tan difícil era ganarse el sustento.

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En otras circunstancias, el diputado Gurrión hubiera intentado conseguir que la región del Istmo se convirtiera en una entidad federativa separada de Oaxaca. Pero el enrarecimiento de la vida política nacional bajo el gobierno huertista, lo colocó en la lista de "rebeldes" y enemigos. Su destino era la muerte.

Hizo valer los estudios que lo acreditaban como profesor, y consiguió una plaza en la lejana Baja California, en Ensenada. Allá era maestro de primeras letras. Pero Baja California estaba tan lejos… por eso aceptó una plaza igual, pero en Tepic. Allá, también daba clases de taquigrafía. Los méritos del profesor lo llevaron por una temporada a ser director de un establecimiento educativo, la Escuela Superior de Niños. Al menos en Nayarit encontró vida literaria, publicó uno de sus libros de poemas y se involucró con la comunidad intelectual. Es 1905 y logra hacer colaboraciones para un periódico, El Correo de Mazatlán, que dirige un personaje audaz, con grandes aventuras en su haber, pero que está ya muy cansado: nada menos que Heriberto Frías. Entre el autor de “Tomóchic” y el poeta nicaragüense nace una cálida amistad.

Argüello no acaba de sentirse a gusto en Nayarit. Tiene una relación con el jefe político, el general Mariano Ruiz, que no es mala, pero Solón Argüello es demócrata, y no se calla que don Porfirio debe hacerse a un lado, que esa peculiar dictadura no puede proseguir. Evidentemente, se vuelve un personaje incómodo. Para aliviar la tensión inevitable, Frías hace correr la versión de que Argüello se regresa a Baja California a trabajar como maestro. Pero el general Ruiz tiene otros planes: lo nombra juez de primera instancia en la población de Santiago Ixcuintla, y, a poco de eso, lo manda a un sitio llamado la Yesca, como juez de paz. A nadie le parece un secreto que las intenciones del general Ruiz son de deshacerse sin violencia del nicaragüense. Como de todas maneras Argüello sigue siendo una voz que clama por la democracia, publicando donde puede, el jefe político de Nayarit emite una orden de aprehensión contra él. Tiene suerte Solón Argüello de que las limitaciones legales de los territorios sean tan precisas, porque, para escapar de la persecución, se marcha a la ciudad de México, donde en 1910 presencia las elecciones en las que Francisco I. Madero disputa la presidencia.

Muchos civiles caminaron junto a Madero en su ruta hacia Palacio Nacional en la mañana del 9 de  febrero de 1913. Argüello, que era su secretario privado, marchaba junto a él.

Muchos civiles caminaron junto a Madero en su ruta hacia Palacio Nacional en la mañana del 9 de febrero de 1913. Argüello, que era su secretario privado, marchaba junto a él.

Y aunque, como se sabe, ese es el inicio del proceso que desembocará en la revolución que mandará a don Porfirio al exilio, al nicaragüense le fascina lo que ve. Es testigo de unas elecciones donde la democracia se impone, y ve, entusiasmado, a los capitalinos vitoreando a Madero, una vez que la rebelión triunfa, se celebran elecciones y México tiene un nuevo presidente.

LA GLORIA Y LA CAÍDA

Solón Argüello se volvió maderista febril y emocionado. Su fama de poeta crece y le halaga que personajes como Pedro Henríquez Ureña elogie su obra. Para vivir, es interventor de sorteos en el pueblo de San Ángel. Le gustaría conocer al presidente Madero, estrechar la mano de otro demócrata, si se puede, colaborar con él. Su sueño se cumple en febrero de 1913. Qué corta puede ser una amistad que empezó en las mejores condiciones.

Se sabe que Gustavo Madero, hermano del presidente, fundó el diario Nueva Era para combatir todas las agresiones que la prensa antimaderista dedicaba a diario al gobierno. Argüello colaboró algún tiempo para aquel periódico, que se proclamaba el único verdaderamente leal al maderismo. Luego, en sociedad con Rogelio Fernández Güell, fundó su propia publicación, quincenal, si no eran millonarios: La Época, Bisemanario Político de Información y Variedades era una revista decididamente maderista.

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Tanta lealtad no pasó inadvertida: a fines del muy problemático 1912, Solón Argüello era el redactor en jefe del Nueva Era, y fue secretario privado de Francisco I. Madero. Para el poeta, a pesar de todas las complicaciones de la gestión maderista, fue un buen año. Tanto, que eligió naturalizarse mexicano. Tenía mucho trabajo; también era el jefe de publicaciones del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnohistoria.

Entonces, sobrevino la traición.

Asesinados Madero y Pino Suárez, el círculo cercano al presidente caído estaba en peligro. Argüello escapó rumbo a Veracruz, y se embarcó a La Habana, donde alcanzó a ver a los sobrevivientes de la familia Madero. Luego, decidió volver a México. Sabía que volvía a la boca del lobo: en Cuba denunció públicamente la traición de Huerta y lo acusó de la muerte del expresidente y su vicepresidente.

De La Habana a Nueva York, y de Nueva York a México. En mayo se reunió con Venustiano Carranza. Durante algún tiempo armó una pequeña guerrilla en Nayarit, en La Yesca. Pero las tropas huertistas no solo lo derrotaron, sino que lo hirieron. Decidió irse a la ciudad de México. Empezaba agosto de 1913. Su plan era muy arriesgado, descabellado, casi demencial. Pero nadie lo pudo detener.

Quería matar a Victoriano Huerta.

LA MUERTE VA EN FERROCARRIL

Solón Argüello llevaba meses jurando que vengaría al presidente Madero. Le contó a un amigo, Guillermo Mellado, que era muy sencillo: esperaría a Huerta en El Globo, donde era sabido que el militar traidor gastaba mucho tiempo.

“El sitio era bueno; yo penetraría allí, le daría una puñalada con el arma que me han recogido y saldría después a escape, me perdería entre los desocupados huyendo por la calle del Coliseo. Si me detenían, no me importaba. Había cumplido mi promesa”.

La traición echó todo a rodar. Alguien lo reconoció antes de que pusiera en práctica su plan. Lo delataron. Alguien le contó a los huertistas que Solón Argüello estaba escondido en la calle del Factor. De ahí lo sacaron agentes de la Inspección General de Policía. Indignado, Argüello confesó por las claras que sí, había vuelto para matar a Victoriano Huerta. Naturalmente sus declaraciones aparecieron en todos los periódicos. Como él también había sido periodista, accedió a darle a la prensa toda clase de detalles acerca de sus planes.

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En la Inspección dijeron que se lo llevaban para procesarlo. Pero lo subieron a un tren. Era 28 de agosto de 1913. Caía la noche. A la altura de la estación de Lechería, un batallón federal recibió al nicaragüense, y en algún punto entre los kilómetros 60 y 62 de la vía a Querétaro, lo fusilaron. Exaltado, ante la inminencia de la muerte, furioso porque no había conseguido matar a Huerta, les gritó a sus ejecutores: “¡Acérquenme un reflector! ¡Quiero que todos vean este pecho, que tantas veces combatió por la libertad!”

La muerte de Solón Argüello quedó, como tantas, impune. Y cada 13 de febrero, su retrato, sonriente, frente a la fotografía Daguerre, vitoreando a Francisco I. Madero, lo vuelve, por unas horas, a la vida democrática que soñó.