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1969: El México que vio llegar al hombre a la luna

Nada era como antes: abierto a los fenómenos culturales externos, e involucrado en el orden mundial que la Guerra Fría, el país aún sufría el dolor de la herida de la represión al movimiento estudiantil. La vida cotidiana cambiaba; los hábitos de consumo y las maneras de entretenerse comenzaban a ser distintas, y para los que se acuerdan de aquellos días, ser testigos del gran triunfo de la carrera espacial, los volvía, después de la gran oleada modernizadora que implicaron los Juegos Olímpicos y no sin dificultades, un poco más ciudadanos del mundo.

Nada era como antes: abierto a los fenómenos culturales externos, e involucrado en el orden mundial que la Guerra Fría, el país aún sufría el dolor de la herida de la represión al movimiento estudiantil. La vida cotidiana cambiaba; los hábitos de consumo y las maneras de entretenerse comenzaban a ser distintas, y para los que se acuerdan de aquellos días, ser testigos del gran triunfo de la carrera espacial, los volvía, después de la gran oleada modernizadora que implicaron los Juegos Olímpicos y no sin dificultades, un poco más ciudadanos del mundo.

1969: El México que vio llegar al hombre a la luna

1969: El México que vio llegar al hombre a la luna

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El México de 1969 había dejado de contemplarse a sí mismo en el espejo del nacionalismo puro. La evolución de las expresiones musicales en otros países ya no les eran ajenas a los jóvenes que experimentaban el shock de la represión del año anterior. La radio sonaba diferente y la palabra “revolución” se había convertido no solo en una constante en los discursos políticos de medio planeta; era también un éxito musical. Los beatlemaníacos mexicanos, como los de otras latitudes, pasaban horas escuchando las complejidades del Álbum Blanco.

Fue el año del primer trasplante de corazón, fue el año en que el hombre tocó la luna, y nuestro país no era ajeno a esa transformación que también le impactaba.

Se empezó a hablar en México, abiertamente, del movimiento hippie y hubo jóvenes que abrazaron aquella causa, que pregonaba la total libertad y la ausencia de prohibiciones. Algunos vieron en aquella manifestación colectiva la respuesta a la búsqueda generacional que había detonado en 1968.

Para una sociedad aún conservadora,  que la generación lastimada por la violencia contra el movimiento estudiantil empezara a buscar otras maneras de ver y vivir sus vidas, resultó muy inquietante: por eso terminó en escándalo el estreno, el 5 de enero del nuevo año, en el puerto de Acapulco, del muy controvertido musical Hair, dado a conocer en Broadway en abril de 1968 y, en Londres, en septiembre de ese mismo año.

¿Qué tenía de aterrador Hair? Los detalles y los chismes corrían de boca en boca: “había desnudos”; se agita el espantapájaros de la droga: “fuman mariguana en el escenario”, se apela a la clásica falta: “dicen malas palabras”. La entrada es carísima: 400 pesos por boleto. A los fotógrafos de prensa les piden, amablemente, que dejen sus cámaras  afuera. El final del primer acto es aguardado con expectación por los que han ido al Teatro Acuario —el antiguo Cine Acapulco— porque en ese momento, actores y actrices, desnudos, efectivamente, se muestran en el escenario. Algunos de ellos portan carteles que realmente no son tan profundos, pero que en el clima de expectación se vuelven inquietantes: “Jesucristo usaba el pelo largo”, o, incluso, MUY preocupantes. Testigos dicen que aparece un cartel con la leyenda: “El PRI toma LSD”, y otro que demanda “Recuerde el 2 de octubre”. Agregue el lector poca ropa y el aspecto, definitivamente “jipi” de los actores, y tiene la fórmula del escándalo perfecto.

Al día siguiente, el presidente municipal, Israel Nogueda, determina la prohibición de Hair en el puerto,  y asegura que Acapulco es totalmente “ajeno a la inmoralidad y a la depravación”, y reitera que no se permitirán “espectáculos que atenten contra las buenas costumbres”. Los productores de la obra, entre los que se cuenta un nieto del presidente Plutarco Elías Calles, intentan torear la bronca. Aseguran que no había ninguna referencia al 2 de octubre y sí, en cambio, una  alusión a Cristóbal Colón, porque el cartel de marras decía —así lo afirman ellos— “Recuerde el 12 de octubre”.

En Estados Unidos, Hair aguanta 1472 representaciones en el teatro Biltmore. En Londres, 1998 funciones en el Shaftesbury Theatre, a la par que se desata una encendida polémica que acaba con la censura en los teatros británicos. En México, la obra, que ni siquiera se montó en la capital, es flor de un día.

De todas maneras, las marejadas musicales hacen lo suyo. En la radio suena el disco con la música de la obra, que puede comprarse en las tiendas mexicanas. Es el grupo Fifth Dimension, la Quinta Dimensión, que desde el mundo de la AM clama, en inglés: “este es el amanecer de la Era de Acuario”,  habla de “sueños de ilusiones doradas” y advierte que en estos nuevos tiempos, “vendrá la verdadera iluminación de la mente”.

Son ecos de las influencias psicodélicas y orientales que han inspirado a las grandes estrellas del rock en inglés. La combinación resultaba más aterradora para las buenas conciencias del México de entonces, que la película El bebé de Rosemary, o, como se conoció en español, “La semilla del diablo”, que también se exhibía en los cines mexicanos, eso sí, solo para adultos.

Por más que el mundo “adulto” se esforzara, emocional, intelectualmente, el país seguía en transformación: todos en México se enteraron del festival de música de Woodstock, en Estados Unidos, donde se presentaron las figuras de la modernidad musical sesentera: Joan Baez y Ravi Shankar;  Grateful Dead y The Who; Creedence Clearwater Revival y Jefferson Airplane; Janis Joplin, Jimmy Hendrix; Blood, Sweat &Tears y Crosby, Stills, Nash & Young. Un mexicano que empezaba en las grandes ligas, Carlos Santana, hacía presencia.

Era un espectáculo demasiado luminoso para que pasara desapercibido en tierras mexicanas, máxime que, en marzo de aquel año, John Lennon y su nueva pareja, la japonesa Yoko Ono, desde una cama del Hotel Hilton de Amsterdam, llamaban a la paz del mundo, donde los debates por la guerra de Vietnam y el control de la natalidad también estaban presentes en nuestro país.

Pero la producción musical mexicana seguía siendo abundante y popular; tenía aún sus ídolos, entre nuevos y consagrados: Muchos lamentaron la muerte, en 1969, de Álvaro Carrillo, el autor de Sabor a mí y Luz de Luna; Armando Manzanero triunfaba con Felicidad, Marco Antonio Muñiz con Qué bonita es mi tierra, y el nuevo ídolo juvenil, Roberto Jordán, con Amor de estudiante. La vida diaria comenzaba a acelerarse, a entrar en un ritmo que ya no se detendría.

LA VIDA CAMBIANTE. El México de 1969 asume como propias las invenciones de la modernidad. Se habitúa a los supermercados, donde se vende todo eso que se necesita en casa, y hasta lo que uno no se imagina. Nombres como Minimax, Aurrerá, Gigante, Sumesa, le ganan terreno a los viejos mercados, porque, además, para promocionarse, patrocinan las series de televisión que tanto gustan a todos. Surge, en el sur de la que es aún una ciudad relativamente pequeña, el primer centro comercial; un “mall" como los que abundaban ya en Estados Unidos. Se llama Plaza Universidad y parece tener el universo en sus entrañas: hay supermercado, hay cine, hay tiendas. Plaza Universidad es, en los días de su inauguración, más que un conjunto de tiendas. Con su aparición y multiplicación empiezan a modificarse los hábitos de consumo, primero del capitalino, y después de los habitantes de las ciudades importantes del país.

Aparece un nuevo pasatiempo urbano: visitar el centro comercial no necesariamente para comprar algo, sino para perder las horas bobeando delante de los escaparates. Poco a poco, la idea de “ir al centro” cuando se necesita comprar algo, desde cinco metros de manta de cielo para los pañales del recién nacido —porque los pañales desechables NO eran de uso común— hasta el abrigo nuevo para papá, fue haciéndose menos indispensable, en la medida en que la ciudad de México se iba convirtiendo en la megalópolis que es hoy.

Las pequeñas cosas de la vida diaria también cambian: aparecen en el mercado las cámaras fotográficas “instamatic”, a prueba de principiantes, el coche de moda es el Impala y Telesistema Mexicano arranca la grabación de otra telenovela histórica: La Constitución, que se espera con mucha emoción porque la estelariza nada menos que La Doña, María Félix, que sí sabía de historias revolucionarias, pero que apenas debutaba en el apasionante mundo de las telenovelas. Quien la vio actuar, juró después que fue la primera en aprenderse sus diálogos, y la más disciplinada, pese a grabar en locaciones incómodas e inhóspitas.

A este país que sigue en su esforzada transformación, lo sorprende la muerte cuando, el 4 de junio, en un accidente de aviación, fallece Rafael El Pelón Osuna, gloria del tenis mexicano, que se lleva la eternidad el título de “el mejor de todos los tiempos”. A bordo del mismo avión viaja el político tabasqueño Carlos A. Madrazo, exgobernador de su estado, exdirigente del PRI, cuya muerte, desde entonces, aparece en el mar de especulaciones que teje en México la historia de los probables asesinatos políticos.

SEÑORAS Y SEÑORES:
CON USTEDES, EL METRO.

“Voy en el Metro, que grandote,

rapidote, que limpiote/

Que diferencia del camión de mi

compadre Gilemón que va al panteón/

Aquí no admiten guajolotes,

ni tamarindos, tecolotes/

Ni guacales con elotes ni

costales con carbón”

Con habilidad de pintor-cronista, Chava Flores retrató la sorpresa de los capitalinos, que iniciaron su compleja relación de amor-odio con el Sistema de Transporte Colectivo Metro el 4 de septiembre de 1969. Cientos hacen fila para entrar. El presidente Díaz Ordaz, rodeado de colaboradores, entra en el viaje inaugural. Muchos de los primeros pasajeros se han asomado a ver las formidables excavaciones, la nueva transformación de la ciudad. Dos líneas, una azul, una rosa, con símbolos para cada estación que no solo se ven bonitas, sino que ayudan a esos adultos, que en 1969 aún son muchos, que no saben leer y escribir.

Sí es grande, sí es rápido, sí es limpio. Por un peso se viaja por la zona céntrica de la ciudad en cuestión de minutos. En un pestañazo se llega al Zócalo; en dos a la Normal de Maestros. Cruza el Centro y ninguno de los viejos edificios virreinales se ha despeinado siquiera. El informe de la nueva institución impresiona: la magna obra, asombro de extraños y orgullo de propios, ha ayudado a rescatar nada menos que 70 toneladas de piezas arqueológicas provenientes del pasado mexica. Mejor combinación entre la herencia más antigua del país y la pujante modernidad, no puede darse. Aunque los ferrocarriles aún no entran en desuso, la Secretaría de Educación Pública actúa con presteza: en la lección donde le habla a los niños de tercer año del progreso de la segunda mitad del siglo XX, sustituye la ilustración del moderno tren por el veloz convoy anaranjado. Y, en los años que siguieron, los habitantes de la Ciudad de México se dieron maña para meter al Metro objetos más insólitos que los guajolotes o los costales con carbón.

En ese México de 1969, una novedad decembrina: el 22 de diciembre se publica en el Diario Oficial de la Federación el decreto que establece la ciudadanía para todo aquel mexicano, hombre o mujer, que alcance los 18 años.

Algo sí había cambiado en el país.

EMOCIÓN Y SORPRESA: EL HOMBRE A LA LUNA.  

Armstrong, Collins, Aldrin. Sus apellidos suenan y resuenan en noticieros y periódicos; son los hombres más famosos en el verano de 1969 y eso incluye a los mexicanos. Están infatuados de Luna: hay influjo del satélite de la Tierra en las Moon Drops, lo más reciente en materia de tratamientos de belleza de una marca estadunidense; una marca de cerveza mexicana presume que sus botellas tienen “Técnica espacial Milipore”. La publicidad hace suyo al módulo lunar y lo cuela en cualquier cantidad de productos, repentinamente contagiados de progreso espacial.

El alboroto crece al amparo de la cobertura televisiva mexicana, que estará a cargo del licenciado —que siempre se anunció como tal— Miguel Alemán, de Jacobo Zabludovsky. Telesistema Mexicano se luce: dirige toda la operación técnica Roberto Kenny; el productor en Houston es Salvador Espinosa y el de Cabo Kennedy es Gabino Carrandi. La señal se multiplica por todo el país: en el 2 para el DF, para Guadalajara, para Acapulco, para Ciudad Juárez; en el 3 para Coatzacoalcos, el 4 para Tampico, para Los Mochis, para Ciudad Obregón. El norte queda cubierto, pero el sur y el sureste del país se quedan sin señal que les lleve, a las salas de las casas, el viaje, el logro supremo del ser humano. No verán a “los astronautas” pisar el suelo lunar. Tendrán que contentarse con ver la maravilla en repetición.

La transmisión es larga. Hay quien pide vacaciones en el trabajo para no perdérselo, en la comodidad de su casa. Cada día, en diferentes canales, se invoca a Amado Nervo, quien vuelve del más allá por un poema, El Gran Viaje, que hace la gran pregunta, la que mira al futuro, porque la llegada a la Luna es, dicen los optimistas, el primer paso de un largo camino interestelar: “¿Quién será, en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?”

Pero los habitantes de la Tierra de 1969 no se quedan en el sueño futurista. Ya se miran en la Luna. ¡Con decir que ya son miles en todo el mundo que quieren apartar boleto para los primeros viajes turísticos que vayan a la Luna! Los voceros de Pan American Airways se pasan de optimistas y abren la boca de más: aseguran que “dentro de poco”, habrá vuelos colectivos a la Luna. Todo mundo les cree, y los mexicanos no son la excepción: Víctor Romero y señora, que viven en la colonia Portales, escriben a la Revista Teleguía para ver si pueden apartar boletos; Víctor Zfaz, de la Condesa, es médico y también quiere ir a la Luna. El ingeniero Carlos Sánchez, y su esposa, vecinos del Parque San Andrés, también se apuntan.

Mientras, con toda la zona del país que puede verlo en vivo, todos ellos asisten, con el corazón emocionado, a la larga, muy larga transmisión. Ninguno de estos mexicanos llegará a cumplir su sueño. Pero son testigos silenciosos de la maravilla. Ya no son habitantes “normales” del siglo XX. Podrán contarles a los hijos y a los nietos que ellos sí vieron EN VIVO, a Armstrong, a Aldrin y a Collins en esa ocasión irrepetible, esta sí, histórica. Muchos escolares aprenderán la lección en los libros de texto, modificados para consignar la que se llama entonces, “mayor hazaña del hombre”.

El poeta chiapaneco Jaime Sabines le es leal a la Luna. Escribirá después: “Hace tres días regresaron los hombres de la Luna. Nadie habla de otra cosa. Fue un viaje magnífico y aterrador”. Pero el poeta prefiere quedarse con su Luna de siempre: “un hermoso sueño, una distante luz que nos penetra, un suave amor profundo y quieto en nuestro corazón”.

Desde entonces, los seres humanos hemos aprendido a llevar la Luna en la imaginación y en los libros de historia, como empezamos a hacerlo desde julio de 1969.