
(Primera parte)
La única vez en mi vida que mi voto se tradujo en una victoria electoral ocurrió el 6 de julio de 1997. El próximo jueves se cumplen 20 años de las elecciones que le dieron la victoria en la Ciudad de México al PRD y a Cuauhtémoc Cárdenas como su primer jefe de gobierno electo.
Aquella noche, ya muy tarde, terminamos festejando en el Zócalo de la Ciudad de México. Rescato para los lectores de hoy una crónica, sentida, acaso juvenil, alegre y cívica, que en ese entonces escribí sobre aquella jornada, memorable para la historia de la democracia mexicana:
1. “El pueblo votó y Cárdenas ganó”
Hay consignas en el menú de las movilizaciones populares de izquierda que se siguen gritando a pesar de que el paso del tiempo las ha despojado de su sentido original y por lo tanto se han vuelto obsoletas. Es el caso, por ejemplo, de aquellas que plantean disyuntivas entre revolución o muerte, o que veneran a nuestras viejas insignias épicas como el Che Guevara o el 2 de octubre; hay otras que, como la música de la estación de radio 620, “llegaron para quedarse“ y adoptaron carta de naturalidad cosmopolita: the people united, will never be destroyed se grita en varios idiomas y se seguirá gritando con los años; pero hay otras que con el tiempo se renuevan y adquieren significados distintos, esas consignas atraviesan por la historia como un testimonio condensado del momento exacto en el que fueron expresadas.
Una de ellas se gritó con fuerza, con furia, con orgullo extasiado la noche de este domingo en el Zócalo capitalino. Es una consigna que en México se ha gritado en tres ocasiones y en cada una de ellas tuvo un significado distinto: “el pueblo votó y Cárdenas ganó” aparece entonces como una sinfonía opositora en tres movimientos que arranca en 1988, continúa 1994, y culmina en 1997.
Como denuncia rabiosa y casi desesperada, primero; después como evasión esquizofrénica; y finalmente como un gesto de confirmación y de asombro festivo, jubiloso, demoledor.
Si al momento en que fue acuñada por vez primera, en 1988, se gritó para denunciar el fraude y el despojo de lo que se pensaba un triunfo en las urnas, en 1994 inútilmente se buscó reeditar el expediente del fraude para omitir que se había fallado en la campaña y que las circunstancias políticas habían sido adversas para el PRD. Pero ahora, en la tercera vez, que según la conseja popular es la vencida, no era denuncia impotente, ni autoengaño, era nada más que la pura verdad: “El pueblo votó y Cárdenas ganó”.
Esto lo saben, lo gozan y lo ratifican a cada nuevo grito los asistentes espontáneos a la concentración de la victoria del PRD. Quienes acudieron hasta el Zócalo lo hicieron con una inocultable sed de festejo, movidos por ese tipo de pasión que es hija de una necesidad aplazada e incumplida por décadas, tal y como los futboleros colman la columna de la Independencia para celebrar a una selección nacional que ha pasado la mayor parte del tiempo del lado de los perdedores, pero que de cuando en cuando logra algún resultado esperanzador.
Los perdedores de siempre son los triunfadores de esta noche; los opositores seculares, sistemáticos, persistentes, llegan al Zócalo en este día inédito acaso sin advertir que ya no lo son más, que a partir de ahora serán gobierno, tendrán poder, cargos, responsabilidades. ¿De qué consignas se puede echar mano en medio de esta confusión de una identidad que transita de la marginalidad opositora a la toma del poder? A cambio de una nueva personalidad política, que en todo caso ya vendrá con el tiempo, los asistentes a la fiesta perredista del Zócalo prefieren celebrar como si aún fueran oposición, es decir, lanzando imprecaciones contra el gobierno, contra Salinas, contra Zedillo, contra Televisa.
No gritan, por ejemplo, “¡Vamos a gobernar bien!, algunos por el contrario prefieren expresar con cierta pasión nostálgica: “¡El pueblo se cansa, de tanta pinche transa!”. O simplemente celebran, aplauden e imaginan con un gusto casi morboso, casi sádico, al PRI derrotado. Al-PRI-Derrotado-en-La-Capital-del-país, vaya hazaña.
No puede negarse por lo tanto la magnitud histórica de esta fecha, la noche del 6 de julio de 1997 como culminación feliz ‑al menos en un sentido inmediato y local‑ de la larga espera. El sueño de justicia electoral por fin se ha cumplido en esta noche de verano en el que, paradójicamente, en la oscuridad de la noche brilla el sol del PRD en la gran plaza.
Recuerdo entonces a Heberto Castillo y me duele pensar que no pudo ver este día; pienso también en Fidel Velázquez y me imagino que su muerte lo salvó de la incomodidad de haber tenido que decir algo en su conferencia de los lunes; y pienso finalmente en mí mismo, en lo que para mí también significa esta noche.
Hoy es de esos días en el que la emoción y el sentimiento —esos tesoros secuestrados por los piratas de la razón— aparecen y me instalan en una vaporosa atmósfera interior que no todos los días me es dado sentir. Me acepto conmovido y le pido perdón, como Silvio, a los muertos de mi felicidad.
Edgardo Bermejo Mora
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