
“Desde que era un niño pequeño he visto un montón de westerns de Hollywood en los que, si eliminas mentalmente los papeles femeninos, la película se vuelve mucho mejor”, decía el cineasta italiano Sergio Leone, a propósito del éxito de la llamada Trilogía del dólar (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo), esos filmes que formaron parte de la época gloriosa del spaghetti western que nacieron en los 60 en Europa como una forma de clonar con bajos costos los verdaderos westerns de Estados Unidos.
Pero la mirada del cineasta estaba puesta en conquistar Hollywood. A mediados de los años 60, estaba convencido de que su próxima película sería su entrada triunfal a Estados Unidos: Érase una vez en América, una historia de gánsteres judíos durante la Ley seca en los Estados Unidos. Con el tiempo esa historia se convertiría en su testamento cinematográfico, pero en ese momento no fue así.
Paramount Pictures no lo había contratado para hacer cine de gánsteres, sino para comprobar como con un presupuesto muy ajustado podría hacer grandes sumas de dinero. Quería repetir la receta y así le pidieron que hiciera un nuevo western. Ya habría tiempo para su proyecto. Lo que sí le dieron fue un gran presupuesto y la posibilidad de trabajar con elenco de lujo.
“Sergio Leone me preguntó si quería hacer una película. Me envió el guión, lo leí y era tan malo que no me lo podía creer. Me reuní con él y comimos juntos. No había visto sus películas anteriores ni conocía su reputación. Él se dio cuenta de que no las había visto, así que organizó una proyección. Revisé unas tres horas y media de aquellas películas en las que salía Clint Eastwood. En una de ellas aparecía un amigo mío, Eli Wallach, así que le llamé por teléfono. Me dijo: ‘¡No lo dejes pasar, haz la película! Al infierno con el guión, ¡hazla! Te enamorarás de Leone, es maravilloso’”, explicó Henry Fonda sobre el momento en que fue invitado al proyecto.
“En los meses previos al rodaje me pregunté qué aspecto debería tener aquel tremendo hijo de puta al que yo iba a interpretar. Fui a un óptico, que me dio lentillas para convertir mis ojos azules en marrones. Me dejé bigote, intentando parecer un hijo de puta. Pero cuando llegué al estudio en Roma, Sergio me echó un vistazo y dijo: “¡oh, joder!”. Él estaba pagando por mis ojos azules. Él los quería así”, recuerda el mítico actor y concluye.
“Yo no entendí por qué, hasta que en la secuencia inicial ves a cinco o seis personajes saliendo de los arbustos con rifles y pistolas. Es un momento terrible, en el que hemos visto masacrar a una familia. Empiezan a caminar hacia el espectador. La cámara muestra un niño pequeño, petrificado, viendo cómo esos hombres se le acercan. Mientras, en primer plano, hay una figura que está de espaldas. La cámara empieza a rodearle lentamente para mostrar su rostro… Sergio me había contratado porque podía imaginar cómo en ese preciso momento el público diría: ‘¡Santo Dios! ¡Es Henry Fonda!’”.
La idea inicial con Leone consistía en reunir a su admirado Henry Fonda con Clint Eastwood en un simbólico adiós para el personaje del “hombre sin nombre” que había hecho mundialmente famoso a Eastwood, Como veía cierto parecido físico entre ambos actores, imaginó una parábola que enfrentaba al villano que representaba la figura del padre, Fonda, con el héroe encarnado por el hijo, Eastwood. Dicho de otro modo, el nuevo estilo del Western, personificado por Eastwood, acabaría con el viejo Western que representaba Fonda… o viceversa.
Sin embargo hubo un primer inconveniente ahora que Clint ya era una estrella que había decidido romper con Leone, con quien nunca se había sentido del todo cómodo trabajando. Sobre todo desde que en El bueno, el feo y el malo el director había dejado patente su preferencia por Eli Wallach.
Leone no se lo tomó tan mal, pues ahora tenía la oportunidad de apuntar a otro de sus antiguos objetivos, Charles Bronson, para el papel de héroe silencioso. Para su nuevo film, pues, tenía a los dos actores con los que había soñado cuando aún era un anónimo director de serie B. El reparto principal se completaría con Jason Robard, otro de sus actores favoritos.
Aquí llega la madurez de Leone, pues si bien antes sus películas parecían funcionar sin el protagonismo femenino, en este filme lo hizo con la inclusión de Claudia Cardinale, posiblemente se dio gracias al aporte de dos colaboradores esenciales en el guion y prometedores directores: Bernardo Bertolucci y Dario Argento (también sumó a Sergio Donati).
Hollywood significaba otro mundo para él. Ahora tenía la oportunidad de usar técnicos y sets de Cinecitta, locaciones exteriores de España y los monumentales paisajes de Utah y Arizona, además de uno o dos ferrocarriles arcaicos fabricados especialmente, una numerosa figuración, unos minuciosos y costosos decorados de época. Se diría que como en el caso de Polanski, Hollywood ha reconocido en Leone un europeo capaz de hacer cine norteamericano mejor que los actuales cineastas norteamericanos (…que empiezan a querer realizar cine “a la europea”).
Así nació Érase una vez en el oeste, que con el tiempo supuso una revolución en el cine, ya que Sergio Leone empleó unas tomas de cámara que no se habían hecho antes, y utilizando técnicas innovadoras, cambiando los clichés clásicos del género. Lo tenía todo: el ferrocarril, los pistoleros a sueldo, los bandidos, el personaje enigmático que llega de ninguna parte buscando venganza, los pioneros, la mujer de dudoso pasado, el carácter indomable y hasta ese tremendo homenaje a los grandes directores de westerns como John Ford y Howard Hawks, mientras rodaba en Monument Valley, en el desierto de Arizona.
Así comienza. Un grupo de pistoleros llega a una polvorienta estación de tren, en algún lugar del Oeste y pasa las horas muertas de la mañana a la tarde esperando, no sabemos por qué, la llegada de un tren. Se trata de matar, desde luego, pero por el momento sólo de matar el tiempo.
Una gota cae reiteradamente del techo sobre el sombrero de uno de los forajidos (al principio se diría que es sangre, luego parece ser agua); otro dormita, el tercero se entretiene en expulsar de su rostro, a soplidos, una mosca insistente, a la que termina por atrapar dentro del cañón del revólver, donde el insecto se agita y zumba, distrayendo a su captor con una desesperada, monótona melopea.
En el comienzo del filme de Sergio Leone, Erase una vez en el Oeste, no hay más que esta sorda espera. La cámara paladea golosamente los rostros, los objetos, el rústico decorado, el pesado sol que cae en el paisaje visto por las ventanas. Luego vendrá la acción, los relámpagos de violencia, los disparos, los cuerpos que saltan al ser tocados… para que otra vez aparezca esa lentitud a la vez desesperante y gozosa. Es el modo de hacer westerns de Leone, con él, el spaghetti western se convierte en western bel canto; el mito del Oeste se convierte en el rito del Oeste.
No obstante en un principio no fue interpretada de esa forma. El éxito del filme en Europa, en donde fue catalogado como “rey del vanguardismo popular”, no fue el mismo en Estados Unidos. Tal y como le ocurrió a Fonda, al público estadunidense le costó entender cuáles eran las intenciones del nuevo Sergio Leone. Esperaban un film tan entretenido y repleto de aventuras como El bueno, el feo y el malo, pero se encontraron con una obra de ritmo lento y contemplativo, más melodramático; aún peor, más estético y filosófico. Curiosamente fue una película adulta que había sido consumida mejor por los jóvenes del momento.
Más aún, el fracaso provocó que la distribuidora perdiera los estribos y cometió el error de recortar el filme, con la intención de hacerla más ágil, pero en realidad mutilaron el equilibrio dramático. La crítica aumentó en contra. Muy pocos captaron la enormidad de semejante obra de arte, mientras otros la consideraron pretenciosa y aburrida. No fue hasta años después, con la reivindicación pública de Hasta que llegó su hora por parte de nombres como Martin Scorsese, Michael Cimino o George Lucas, cuando empezaron los demás estadounidenses a darle una segunda oportunidad al film.
Y es que al mismo tiempo que buscaba encumbrar el género, Leone también trataba de decir adiós a una época. Érase una vez en el Oeste significó un paso más a esa etapa crepuscular. Épica, lírica, violenta, bella como pocas, reúne a lo grande todos los elementos del cine de Sergio Leone —miradas eternas, tiempos muertos, elipsis que fluyen armoniosamente, violencia, y sobre todo el paso del tiempo y la muerte—, que visten su peculiar universo. Así se recuerda ahora a este épico filme.
Copyright © 2018 La Crónica de Hoy .