
Tal día como hoy, hace 40 años, el presidente de China, Deng Xiaoping, hizo un anuncio que convertiría su país en lo que es hoy: la segunda potencia económica del mundo, la que aspira a arrebatarle el trono a Estados Unidos (y esto pone muy nervioso a Donald Trump, que espera evitarlo con una guerra comercial contra el gigante asiático).
Fue durante un discurso ante los jerarcas del Partido Comunista Chino (PCCh), el 18 de diciembre de 1978, cuando pronunció la palabra mágica (aunque desconocida fuera de China): “Gaige Kaifang” o Reforma y Apertura, que no fue sino la ruptura total del maoísmo que mató a millones de chinos (muchos en campos de concentración, pero casi todos de hambre) y un impulso a la modernización y a la economía capitalista que se sintetizó en su famosa frase: “Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Años más tarde, otro colega comunista, Mijaíl Gorbachov, intentaría el exitoso experimento en la Unión Soviética, pero su “Perestroika” acabó arruinando el imperio que montó Lenin.
Las cifras son espectaculares y no tienen parangón con ninguna otra reforma de la historia, o al menos ninguna que haya dado tantos éxitos en tan poco tiempo:
En cuatro décadas el PIB de China se ha multiplicado por 82, al punto de que, si tras la muerte de Mao Zedong representaba el 1.75 por ciento de la economía mundial, en 2018 supone el 15 por ciento, con una riqueza valorada en 12.24 billones de dólares. En este tiempo, la esperanza de vida subió once años, de 65.8 a 76.4 años, mientras que más de 800 millones de chinos dejaron la pobreza, especialmente los campesinos, a los que permitió enriquecerse vendiendo los excedentes de lo que cultivaban.
Xi, el envidioso. El intento del actual presidente de China, Xi Jinping, de acaparar todo el protagonismo del aniversario, con magnas exposiciones en las que su figura es omnipresente, mientras que la de Deng Xiaoping está arrinconada, no hace sino engrandecer la leyenda del Pequeño Timonel, conocido así por ser el heredero de Mao, el Gran Timonel, al mismo tiempo que arroja más preocupación sobre el autoritarismo del nuevo mandatario chino. De hecho dos de las leyes que impuso Deng, la de prohibir el culto a la personalidad y la de poner límite temporal al mandato presidencial, fueron abolidas por Xi.
Además, los festejos pueden quedar empañados por las señales preocupantes de desaceleración de la economía china, agravada por la guerra comercial y la incertidumbre sobre si los líderes de las dos superpotencias, afectados por la misma megalomanía y egocentrismo, serán capaces de firmar la paz.
Como subrayaba la crónica de El País, citando al profesor Willy Lam, de la Universidad China de Hong Kong, más que complacido por los festejos “Deng Xiaoping debe estar revolviéndose en la tumba”.
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