Opinión

¡Acción, no compasión!

¡Acción, no compasión!

¡Acción, no compasión!

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Sería digno de aplauso que nuestro Presidente se conmoviera menos y actuara más frente al drama que representan las víctimas del fenómeno de las drogas, entre las que se cuentan —guste o no a las buenas conciencias— aun los más poderosos y temibles capos del narcotráfico, incluido Joaquín El Chapo Guzmán.

Al conocer la sentencia a cadena perpetua para este famoso narcotraficante, el Jefe de Estado empleó un tono de pastor evangélico o de profesor de moral para decirse conmovido, cuando lo que debió hacer era tomar acciones dentro de su ámbito de competencia para atemperar el estado de cosas que lo aflige.

“Lamento mucho que se den estos casos (de narcos sometidos a la maniquea justicia gringa), no quiero que nadie esté en la cárcel, en un hospital ni que sufra”, dijo Andrés Manuel López Obrador, y añadió:

“Espero que esto ya no siga sucediendo. Que todos los mexicanos tengamos posibilidad de ser felices sin incurrir en actos ilícitos, exponernos, ni vivir con los riesgos que se corren cuando se actúa al margen de la ley”.

Fariseísmo puro. No le va bien hacer pucheros, lanzar suspiros ni fingirse compungido al mandatario que tiene en sus manos si no la mejor, total y definitiva solución, sí al menos un arreglo parcial del problema de las drogas en nuestro país.

Como están las cosas, el Presidente tendrá que seguir lamentándose. Porque casos como el del Chapo persistirán mientras se mantenga la ilegalidad de las drogas. Centenares de miles de miles de mexicanos no sólo irán a dar a la cárcel o el hospital, sino al panteón o una fosa clandestina.

La esperanza de que todos los mexicanos tengan la posibilidad de ser felices sin incurrir en ilícitos ni exponerse al riesgo inherente a la actuación al margen de la ley, no pasa de ser un deseo voluntarioso.

Y seguirá siendo así mientras el margen de la ley, en el campo de las drogas, permanezca inamovible donde se halla por decisión del Pentágono.

A decir del líder de la 4T a lo mejor no es vida eso de andar a salto de mata. Y, ¡claro que conmueve! el ver a quienes acaban de por vida en una cárcel hostil, dura e inhumana. Pero, no nos dejemos engañar.

Muy conmovido no debe estar nuestro máximo gobernante. A ocho meses de haberse instalado en la silla del águila ni un paso ha dado para remover ese caprichoso margen de la ley, que deja fuera, en un ámbito de ilegalidad los estupefacientes, y alimenta así la hidra de mil cabezas del narco.

Hipando casi, el de Macuspana dijo que tiene presente en la cabeza a muchas víctimas de las drogas. Pero esto no debe ser cierto, si se repara en el número de muertos —los muertos del Peje— acumulado en lo que va de la administración.

En el cúmulo de víctimas de este fenómeno de nuestro tiempo que es la producción, comercio y consumo de sustancias ilícitas, hay policías, militares, marinos, capos, adictos, narcomenudistas, alcaldes, y montones de inocentes, que en teoría no la debían ni la temían.

Y están —por mucho que esto disguste a los de moral intachable— los grandes traficantes como El Chapo, en su mayoría campesinos precariamente alfabetizados, cuyo pecado ha sido querer salir de pobres, jugando con las reglas del capitalismo: A base de abastecer a los gringos de lo que tanto les gusta, a precios de libre mercado.

O, como Rafael Caro Quintero, quien anda a salto de mata después de haber dejado 29 años de su vida en un penal por traficar con la yerba que seduce a los vecinos, de la cual éstos ya ocupan el primer lugar mundial en producción. Y cuyo consumo —lúdico o falazmente terapéutico— es legal en 30 de los 50 estados norteamericanos.

Los capos del narco son quizá las víctimas en situación más llevadera de la extensa cadena del tráfico de drogas; pero, a final de cuentas, víctimas que en aras de su ambición exponen libertad y pellejo.

Ni con mucho son esos personajes los cerebros de inconmensurables imperios financieros descritos por la narrativa norteamericana, como bien ha sido ilustrado en el juicio al líder del Cártel de Sinaloa.

Las verdaderas intenciones de la justicia estadunidense afloraron en la deshumanizada sentencia de cadena perpetua, más 30 y más 20 años de prisión al de Badiraguato: Apropiarse a la mala de la fortuna fabulosa que atribuye al mafioso.

Tal como, históricamente, el Tío Sam ha hecho con los caudales de capos del narco mexicano, latinoamericano y del mundo entero, a cuyos gobiernos Donald Trump aún se da el lujo de recriminarles el supuesto enriquecimiento a costas de la salud y la vida de los gringos viciosos.

La  condena a Guzmán Loera incluye el pago de la bicoca de ¡12 mil 666 millones de dólares!, más el despojo de otros muchos bienes que real o supuestamente tiene el nuevo huésped de la cárcel de supermáxima seguridad ADX Florence, empotrada en las Rocallosas.

El canciller Marcelo Ebrard ya tiene la misión imposible de recuperar para México esos muchos o pocos recursos; hacer realidad el compromiso presidencial de probar que, al menos en este aspecto tangencial y menor del ámbito de las drogas, sí hay cambio.

A decir del tabasqueño, “pasaba que un político mexicano acusado de corrupción era detenido (en Estados Unidos), le quitaban los bienes que eran de México y el gobierno mexicano no los reclamaba”.

Puesto de otro modo: Como no podemos o no queremos incidir en lo sustancial, que es legalizar las drogas, actuamos en lo accesorio para dar la impresión de que algo hacemos.

La película apenas empieza.

aureramos@cronica.com.mx