Opinión

Alfonso Reyes: México en una nuez

Alfonso Reyes: México en una nuez

Alfonso Reyes: México en una nuez

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A la reciente publicación de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes se le podría dar continuidad con la edición masiva de otro texto de un gran valor pedagógico y formativo: México en una Nuez, escrito originalmente en Río de Janeiro en 1930, cuando Reyes era el embajador de México, y dado a conocer por primera vez en 1937 durante una conferencia que diera Reyes en Buenos Aires, Argentina, siendo ya entonces el embajador de México en aquel país.

Había sido invitado a un evento cultural en apoyo de la República Española en los años definitivos de la Guerra Civil, y para Reyes una manera de tomar una posición solidaria era reivindicar la historia de México como espacio ampliado y renovado de la hispanidad: “La civilización se hace de moral y de política. El don del arte, como el don de amor, es otro orden libre y sagrado de la vida” escribió en el arranque de su ensayo.

Se trata de un texto de menos de 40 cuartillas, dividido en ocho breves capítulos, en los que Reyes explora con su prosa ilustrada y generosa los entuertos de la identidad mexicana a partir del siglo de la Conquista y hasta el siglo XX. Una verdadera joya de la brevedad, un diamante dentro de una nuez.

Reyes no deja de sorprenderse de la manera en que Cortés logró aliarse con los enemigos del imperio azteca para obtener la victoria final, y señala: “¿Unos centenares de hombres y unas decenas de caballos lograron tamaña victoria? Oh, no: como en la Ilíada, todas las fuerzas del cielo y de la tierra tomaban parte en el conflicto”.

Continua: “Durante tres siglos las razas se mezclan como pueden, y la Colonia se gobierna y mantiene por un milagro de respeto a la idea monárquica y por sumisión religiosa a las categorías del Estado. Porque la Metrópoli casi no desarrolló sobre América otra fuerza que la espiritual, desprovista como estaba de un poder naval que correspondiera a la inmensidad de sus conquistas, y hasta desprovista de ejércitos americanos que sólo se improvisaron a última hora. Entretanto, sordamente —los indios abajo, los españoles arriba y en medio los criollos señoriales y soberbios y los mestizos astutos y sutiles—, se engendra el nuevo ser de una patria”.

“A la majestad de la Historia no siempre conviene el que los grandes conflictos encuentren soluciones fáciles”, escribe Reyes para explicar la nunca entendida decisión de Miguel Hidalgo de no tomar por asalto a la Ciudad de México en 1910  al tenerla prácticamente rendida, lo que prolongó la lucha y propiciaría su derrota militar y su muerte.

Tras la independencia, no sólo de México sino de los otros países latinoamericanos se presentaría el síndrome del extravío de las identidades y los proyectos de nación:

“¿Destetaríais a un niño con ajenjo? Pues he aquí que las Repúblicas Americanas nacieron bajo las inspiraciones de una filosofía política que, realmente, es una filosofía política para adultos. De la monarquía absoluta y teocrática, y del gobierno unitario y central, que siempre habían sido las formas de la política mexicana, antes y después de la Conquista, pasamos a los Derechos del Hombre y a la Constitución Federal. Mucho tiempo viviremos como prendidos a la cola y arrastrados por el carro ligero de un ideal que no podemos alcanzar. No educado el pueblo para la representación democrática, ajeno todo nuestro sistema de costumbres al trabajo de la máquina federal, no preparado el indígena para hombrearse con el señor blanco poseedor de haciendas y dueño de influencias en la ciudad ... Las ideas importadas de Francia y de los Estados Unidos se convierten en la gran aspiración de todos, aun de los que no las entienden. En vano Fray Servando Teresa de Mier (célebre Discurso de las Profecías) augura a la patria todos los males que le vendrán”.

“La cara del nuevo pueblo se va dibujando a cuchilladas. Las cicatrices le van dando relieve. Y en esto se gasta la primera mitad del siglo”.

Sobre la Revolución Mexicana:

“Los pueblos empuñan las armas por instinto, y muchas veces no descubren cuál era su verdadero anhelo y la causa principal de sus inquietudes y malestar sino algunos años después. Así acontece con la Revolución Mexicana de 1910, que parecía en un principio movida por el solo afán de expulsar a un hombre aferrado al mando más de lo que parecían consentirlo las mismas leyes naturales. Pero, removidas violentamente las entrañas del pueblo, empezaron a dar de sí todos los ocultos y graves problemas que tenían escondidos y que derramaban por todo el cuerpo de la nación un dolor incierto y persistente: justicia social y dignificación del trabajo, equitativa repartición del campo, la incorporación de la raza india a la vida civilizada y a las felicidades del bienestar, defensa frente a pueblos potentes que a veces nos han amenazado en su ciego ensanche natural”.

Y el cierre del ensayo concluye:

“Recapitulemos. Nadie ha visto un río en formación, cuando todavía no tiene hecho el caudal ni ha optado por un cauce definitivo. Pero la historia es mucho más veloz que la geografía, y podemos apreciar mejor, en la perspectiva del recuerdo, los pasos incipientes de una nación, sus tanteos hacia la autonomía primero, y luego sus crisis y convulsiones hacia la conquista de las libertades cívicas”.

Termino este recuento con una propuesta para el lector. Sustituya en el siguiente párrafo de Reyes la palabra independencia por la palabra democracia:

“La ciencia no nos deja mentir. La verdadera independencia no existe mientras quedan resabios de rencor o de pugna. La verdadera independencia es capaz de amistad, de reconocimiento, de comprensión y de olvido”

¿No es acaso ésta una verdad que le aplica al México de nuestros días?

edgardobermejo@yahoo.com
Twitter: @edbermejo