
No le iba nada mal a Amado Aguirre Santiago (1863-1949) en su trabajo de ingeniero de minas: la vida corría ordenadamente en su casa de Guadalajara y no era un hombre joven cuando se lanzó a la vorágine revolucionaria. Pero estaba formado con los mejores principios del liberalismo del siglo XIX y simpatizó con el movimiento antirreeleccionista de Francisco I. Madero. Tenía 50 años en 1914, cuando se unió a las fuerzas del general Lucio Blanco e inició su carrera militar en las filas del constitucionalismo encabezado por Venustiano Carranza. Dos años y medio más tarde, ocupaba un escaño en el Congreso Constituyente de 1916-1917.
Cercano al general Álvaro Obregón, fue su secretario de Comunicaciones, y después gobernador de los territorios de Quintana Roo y Baja California Sur. Hizo larga carrera, pero también fue un apasionado de la historia, y su figura fue decisiva en la vocación de su nieto, el historiador Álvaro Matute, investigador emérito de la UNAM y Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008, quien habla con Crónica de Hoy para traer al presente la figura del abuelo general.
Él tenía una muy bien surtida y gran biblioteca, donde yo pasaba muchos ratos. Un día a la semana, me parece que los miércoles, lo iba a visitar, a media mañana, el doctor Miguel Alonso Romero, que también había sido constituyente. De modo que esa palabra, “constituyente”, yo la escuchaba muy a menudo. Yo no les daba mucha lata: a veces me quedaba allí. Jugando, me metía debajo del escritorio mientras ellos conversaban. Entre esas palabras y los muchos objetos antiguos que poseía, fui entendiendo que el hombre mayor que era, había sido “alguien” en épocas pasadas.
No recuerdo que me hiciera una narración de los días en que fue revolucionario. En cambio, me contaba cuentos y me ponía música en discos de 78 revoluciones por minuto. Me contaba historias de su caballo, el Delirio, un animal muy noble y al que le tuvo mucho aprecio, pues fue su compañero durante la Revolución. Una frase, unida a las visitas del doctor Alonso Romero, “fuimos constituyentes”, era una constante. ¿Qué era eso de ser constituyente? Con los años lo fui averiguando.
“En sus memorias dice que, cuando llega al Constituyente, aún estaba afectado por el balazo y tenía problemas con la vista; por eso tuvo pocas intervenciones en la tribuna. No hay muchas pruebas documentales, pero hay indicios de que se aprovechó la cercanía de mi abuelo con Obregón para las negociaciones que se hacían fuera de sesión para hacer pasar los artículos. Una anécdota cuenta que con un discurso mañoso, Cándido Aguilar intenta que los radicales voten la versión original del artículo tercero, pero le preguntan a Aguirre, quien les allana el contacto con Obregón. Era una figura de autoridad, pues era un hombre que pertenecía a ese 10% de los constituyentes que ya eran mayores: tenía 54 años, y le llevaba muchos años a algunos diputados. Entre Juan de Dios Bojórquez y él había 30 años de diferencia”.
En 1917, cincuenta y cuatro años eran muchos para andar en el campo de batalla y en el Constituyente. Pero Amado Aguirre, que se había ganado la confianza de Obregón desde la batalla de Orendáin, y que había sido uno de los hombres cercanos durante todas las batallas de 1915, era también una influencia serena a la hora de las votaciones. “No todos los diputados radicales votaron siempre en bloque, del mismo modo que hay elementos para pensar que los carrancistas tampoco lo hicieron. Hoy tenemos elementos para pensar que hubo mucho voto cruzado”, precisa Matute. “Es lo que Palavicini describe como “lo que no se ve en la cámara”, y en esas negociaciones, la madurez, la serenidad y el pragmatismo del general son piezas muy útiles.”
La confianza de Obregón llevó a Aguirre a la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en 1921. Su sólida formación lo llevó a la reconstrucción nacional. “Llenaba a la perfección el perfil del liberal del siglo XIX; se había hecho adulto en esa época”, reflexiona el historiador Matute. “pero en el Constituyente de Querétaro supo mirar hacia el futuro que necesitaba el país”.
Estaría terminando la secundaria cuando por fin tuve en mis manos un ejemplar de sus Memorias de Campaña, apuntes para la historia y estampas de la Revolución Mexicana, que fueron editadas de manera póstuma. Allí completé la idea de lo que había sido Amado Aguirre.
AM- Ese archivo quedó en la casa de mi abuelo, en la colonia Cuauhtémoc. Mi madre vendió la casa a un primo suyo, mi padrino, quien mantuvo durante mucho tiempo la biblioteca y los documentos resguardados en un sótano. Escudriñando entre los papeles, mi padrino encontró el original de las Memorias de Campaña. Él era Director de Geografía y Meteorología de la Secretaría de Agricultura, y en la imprenta de la secretaría hizo una primera edición, con un par de grabados de mi tío Ignacio y un prólogo de otro tío mío, Abraham González Aguirre, y un epílogo del doctor Alonso Romero.
Cuando se vendió esa casa, los libros y el archivo estuvieron almacenados mucho tiempo. El dueño de ellos era mi tío Amado, heredero universal de mi abuelo. Cuando vio que yo iba bien en mis estudios de Historia, hizo dos cosas: una, dejar que me llevase de la biblioteca todo lo que me sirviera, y después me regaló el archivo, del cual sacó algunos materiales de índole personal.
Yo me quedé con los documentos con valor histórico. Por ejemplo, con los papeles de la División de Occidente, porque él era jefe del Estado Mayor del general Manuel Diéguez, y esos papeles fueron fundamentales para sus Memorias. Están también papeles suyos, estudios teosóficos, pues era masón.
Yo tuve por años ese archivo en mi casa; lo empecé a facilitar a algunos colegas, como el doctor Friederich Katz. Después lo traje al Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y durante la mudanza de instalaciones, quedó en resguardo del entonces Centro de Estudios Sobre la Universidad (CESU). Al cabo del tiempo formalicé la donación para que fuera accesible a la consulta de investigadores en su ubicación actual, el Archivo Histórico de la UNAM.
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