Opinión

Asesinos y jonroneras “solitarixs”

Asesinos y jonroneras “solitarixs”

Asesinos y jonroneras “solitarixs”

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Sería torpe culpar exclusivamente a Trump de los brotes psicóticos de los pequeños monstruos que engendra la economía de guerra de Estados Unidos y el supremacismo ranger que la sostiene; sería igualmente torpe pensar que estos terroristas son desviaciones no deseadas de una ideología ultraconservadora. Estas execrables criaturas son consecuencia de una red que tiene líderes, estructura ideológica y programática con varios niveles de acción. Un estándar de medición, acaso no deseado por la ultraderecha yanki, son estas incubadoras de desquiciados que de cuando en cuando producen “asesinos solitarios” como el que hace ocho días hizo su debut en El Paso, Texas.

Cuando Trump condenó la barbarie del nuevo asesino “solitario” llamando monstruo a uno de los suyos, desde luego que las críticas no aguardaron porque su discurso de odio contra la migración y contra México lo convierten en un líder nato de los asesinos que matan por motivos de raza y que, como en el viejo Oeste, se van a cazar seres humanos que son considerados como enemigos o “invasores”. En ese sentido su discurso es hipócrita y con justa razón amplios segmentos de la sociedad norteamericana y mundial lo condenaron merecidamente.

Las palabras reactivas que escribí cuando lo escuché pronunciar su primer discurso en torno al hecho, se resumen en unas cuantas líneas: “Trump: monstruo que diserta y se “distancia” de monstruos engendrados por la economía de guerra gringa traducida en cultura de muerte.”

Hay una cultura de la violencia y muerte en el país vecino que encuentra formas de reproducción, o incluso paralelismos, en México y no siempre es producto de la pobreza.

Dicho de otro modo, aunque los orígenes sean otros, las impresionantes imágenes de la muchacha enfurecida que destrozó a batazos el parabrisas y el vidrio del auto de una menor de edad, tienen, o deberían tener, un efecto de desolación. Fue otra más de las llamadas de advertencia que se nos vinieron en cascada la semana pasada en un contexto en el que estamos obligados a romper el cerco que normaliza la violencia.

No es necesario ser psicólogo para comprender que la reacción de la señorita bautizada como #Ladypiñata, proviene de una cultura que tuvo sus orígenes en su propia casa y que desde luego se potencia en otros ámbitos. Gracias a una entrevista concedida por la madre de la muchacha agredida a Carmen Aristegui, es posible saber que la agresora llegó después del accidente. No sólo eso, previamente el conductor que recibió el golpe en el vehículo, padre de la agresora, le dijo a la menor de edad que su automóvil no había sufrido daños pero su esposa salió del mismo comentando que tenía un fuerte dolor en el cuello, aunque rechazó ser trasladada en una ambulancia que le fue ofrecida en su momento. Para colmo, esta señora portaba un arma de fuego con la que amenazó al chofer de la menor de edad, mientras su hija descargaba su furia y frustración contra el vehículo que golpeó al automóvil en el que huyó la familia, hasta ayer prófuga de la justicia.

Los orígenes de la violencia de esta familia no son consecuencia de un contexto de extrema pobreza. No es posible, ni deseable, que se ignoren otras causas que originan la brutalidad con la que reaccionan algunos integrantes de nuestro complejo tejido social. Hay raíces socioculturales en el comportamiento antisocial expresado en la barbarie de muchos ciudadanos. El mejor remedio para atender estos casos está en la sociedad misma, que no puede, ni debe, ser excluida por el gobierno en el difícil proceso de reconstrucción nacional.

Desde luego que este hecho debe ser sancionado. Pero si no hay voluntad por tratar de conocer las causas de fondo que propician que muchos mexicanos reaccionen con esa virulencia, incluida la expresada en redes, los avances serán nulos.

dgfuentes@gmail.com