Opinión

Caprichos, modas y nodrizas: los mil pleitos acerca de la crianza de los hijos

Caprichos, modas y nodrizas: los mil pleitos acerca de la crianza de los hijos

Caprichos, modas y nodrizas: los mil pleitos acerca de la crianza de los hijos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Para los liberales de la primera hora del siglo XIX, como José Joaquín Fernández de Lizardi, periodista y escritor, la educación racional era una cuestión prioritaria. Dejar atrás las extravagancias y rarezas que los novohispanos habían forjado a lo largo de tres siglos de Virreinato suponía una empresa monumental que se traducía en los mil y un actos de la vida cotidiana, pequeños y grandes, públicos y privados. Uno de los asuntos que le parecía chocante en extremo al buen Lizardi era la resistencia que las damas acomodadas tenían al acto de amamantar a sus hijos recién nacidos.

Porque “no era moda”, porque se perdía la figura, “porque se les quebraba el color”, eran muchas las señoras adineradas que preferían entregar a sus hijos a las nodrizas, que en estas tierras eran llamadas chichiguas. En los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX, la crianza de las mujeres y la mejor manera de educarlas, fueron tema de discusión en los círculos de la sociedad mexicana que habían adoptado el espíritu crítico de la Ilustración. Naturalmente, el tema del amamantamiento formaba parte de esos principios educativos que, de cara al nuevo siglo, los habitantes de este reino habían convertido en uno más de los temas de controversia. El tema dio lugar a un sinfín de batallas domésticas, en las que las mujeres que preferían dar a criar a sus hijos eran, las más de las veces, adoradoras de esa diosa voluble y tornadiza que es la moda.

CURRUTACAS, COQUETAS, PETIMETRAS. “Currutacas” era el nombre, no exento de desprecio, que el habla de los novohispanos usaba para referirse a las mujeres enfermas de moda hasta llegar a la exasperación. Dados los valores morales de la época, según los cuales el vals era un baile atrevido, las currutacas eran juzgadas con severidad desde los principios básicos de la vestimenta cotidiana. Eran currutacas las que usaban la ropa ceñidísima, de amplios escotes en pecho y espalda, cuyas ropas eran de telas finas y vaporosas, pues, como escribió, mordaz, un poeta de la época, “el caso es que el pellejo se deje traslucir”. A los escotes que poco disimulaban, las buenas conciencias habían opuestos los “tápalos” —mantillas que servían, precisamente, para cubrir el escote—, pero las currutacas habían respondido inclinándose por los tápalos de telas casi transparentes. ¿De qué se trataba? De provocar, de dar a desear, de prometer.

Los zapatos eran otro elemento que delataba a la currutaca, que también era llamada petimetra. En un reino donde buena parte de los novohispanos andaban descalzos o en el mejor de los casos con huaraches, la currutaca no vacilaba en calzarse cuanta extravagancia le pusieran enfrente. Hubo quien dijo que los zapatos femeninos, en cierto momento, llegaron a parecer “pezuñas de borrico”, que deformaban los pies. Como les oprimían los dedos, las currutacas caminaban bamboleándose, intentando conservar el equilibrio. Para colmo, les gustaba  el calzado colorido que en algunos ámbitos eran vistos con verdadero escándalo.

De la cabeza a los pies, la currutaca pregonaba su única pasión: la moda. Sus cabezas eran verdaderas montañas de “caracoles” (rizos) amplificados con flores, lazos, moños y cuanto les pusieran a mano. La currutaca usaba el túnico (vestido) ¡una cuarta arriba del tobillo! Y encima, se ponía ¡medias de color carne!

En el terreno de las emociones, la currutaca se confesaba no nacida para ser la piadosa madre de familia que las buenas costumbres dictaban como único destino para la mujer novohispana. Se sabía joven y atractiva, y si era casada, recurría al chantaje sentimental para que su marido cumpliese todos sus antojos, sus necesidades —reales o imaginarias— y sus requerimientos. Las chichiguas eran parte de esa interminable lista de exigencias.

CHICHIGUAS Y CLASE SOCIAL. En una sociedad tan estratificada como la novohispana, donde la posición y el destino se establecían por el color de la piel y el origen racial, las mujeres españolas y criollas adineradas solían caer en la tentación de recurrir a las chichiguas para la crianza de sus hijos. Las currutacas rehuían la tarea del amamantamiento argumentando que “se les caerían los pechos”, que su esbeltez se esfumaría. Después, venía el argumento clasista: amamantar se quedaba para la gente “pobre y ruin”, no para señoras de su rango.

Desde luego, el empleo de nodrizas no era nada nuevo. Era uno de tantos rasgos que la cultura europea había trasladado. Pero hacia el siglo XVIII y principios del XIX, cuando las currutacas vivían su momento de gloria, y en un reino inundado de castas, conseguir o no chichigua era un asunto laborioso. Días hubo en que, entre los primeros anuncios clasificados de periódicos como el Diario de México, de Carlos María de Bustamante, se llegó a pedir una “buena ama de cría”, o, en su defecto, el señor de la casa, deseoso de dar gusto a su esposa que apenas se reponía del parto, mandaba a algún criado a preguntar por las calles, si no conocían a alguna mujer limpia y sana que accediera a ser la chichigua de su hijo.

Para ser chichigua no se necesitaba ser de la misma condición social y racial del bebé. Hubo recién nacidos novohispanos, hijos de españoles o de criollos, que fueron criados por chichiguas indias, mestizas, negras o pertenecientes a las abundantes castas. Para escogerla, entre las currutacas más desesperadas no había miramientos, y no siempre les interesaba que estuviera sana. Si el bebé enfermaba, sería la chichigua la que se tendría que tomar los medicamentos.

Podría haber, como hubo, pleitos y dramas en casa de la currutaca por que le consiguieran una chichigua. Si tenía marido ilustrado, él le recordaría hasta el cansancio que los sabios de la época aprobaban el uso de nodrizas cuando la salud de la madre estaba quebrantada. Pero cuando se trataba de resistir, la imaginación de la currutaca no tenía fin. Fue moda, muy criticada por cierto, que mientras el bebé era alimentado por la chichigua, la madre currutaca se conseguía perritos falderos encargados de beber, de sus pechos, la leche que no estaba dispuesta a dar a su hijo.

De más está decir que la ocurrencia, que no fue un caso aislado, despertó la ira de los intelectuales de la época. A pesar de las críticas, muchas veces la frivolidad y el empecinamiento de esas peculiares obsesionadas por la moda y por el desmedido amor a sí mismas, resultaban triunfantes, y en los primeros años del México independiente, las discusiones por el empleo de chichiguas perturbaron la paz en no pocos hogares.