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Cenizas del 11-S: la charla junto al fuego que marcó el inicio de siglo

Bush invadió Afganistán e Iraq, dos decisiones cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Y sí, los talibanes daban cobijo a Al Qaeda, pero ¿quién lo convenció de ir contra Sadam?

Cenizas del 11-S: la charla junto al fuego que marcó el inicio de siglo

Cenizas del 11-S: la charla junto al fuego que marcó el inicio de siglo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
 A la 1 y 26 minutos de la madrugada del 12 de septiembre, el subsecretario de Defensa de Estados Unidos, Paul Wolfowitz envió por vía urgente un memorando interno al Pentágono, dirigido a la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), ordenando que comenzaran a aportar información sobre “la implicación iraquí en el terrorismo desde la Guerra del Golfo" de 1991.

La petición de Wolfowitz, entonces conocido por poca gente en EU más allá de sus subordinados y superiores, agarró por sorpresa al Pentágono, que llevaba todo casi veinte horas, desde el momento en que el primer avión se estampó contra las Torres Gemelas de Nueva York, trabajando para esclarecer la autoría del atentado, bajo la pista clara de Al Qaeda y de su líder, Osama bin Laden.

Wolfowitz sabía que la administración de George W. Bush tomaría la decisión de invadir Afganistán para luchar contra los talibanes que daban refugio a Al Qaeda, pero tenía un interés particular en Iraq, y en pocas horas había logrado reclutar para su causa al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

Horas antes de enviar el comunicado, el subsecretario de Defensa y Rumsfeld ya habían sacado su idea en la primera reunión que el gobierno mantuvo para ver cómo responder a los ataques. En la reunión, el canciller, Colin Powell, rechazó la idea, dejando claro que Iraq y su dictador, Sadam Husein, no tenían nada que ver con el ataque y que, por tanto, el objetivo era solo Afganistán.

Bush dio por cerrado el tema, pero Wolfowitz no se rindió y junto a Rumsfeld convocaron varias reuniones para discutir la posibilidad de atacar Iraq, excluyendo a Powell, según relata el escritor británico-singapurense John Kampfner en su libro “Las guerras de Blair” (por el exprimer ministro británico Tony Blair).

En público, el argumento de Wolfowitz y Rumsfeld era luchar contra el terrorismo global. Así lo explicaba el primero en  una entrevista publicada en febrero de 2002 en el diario San Francisco Chronicle: “El 11 de septiembre fue una verdadera llamada de atención, para decirnos que si lográbamos usar con ventaja esta oportunidad de prevenir un futuro ataque terrorista con armas de destrucción masiva, esta llamada de tanción habría sido extremadamente valiosa”.

“Si decimos  que nuestro único problema es responder al 11-S y esperamos hasta que alguien nos ataque con armas nucleares antes de tomar este riesgo de forma seria, habremos cometido un enorme error”, apostilló Wolfowitz. Acababa de nacer el concepto de “guerra preventiva” que en los siguientes años llegó a hacerse muy popular en el discurso político estadunidense.

LA CITA CLAVE DE CAMP DAVID

Esta era la idea que quería inculcar Wolfowitz en el presidente, que no veía nada claros los planteamientos del subsecretario y de Rumsfeld. Y para ello, vio clara la oportunidad de actuar cuando el mandatario convocó, pocos días después del ataque, una reunión en Camp David con sus principales colaboradores del gobierno

Entre ellos figuraba el entonces director del FBI, Robert Mueller, el mismo que en estos últimos años ejerció como investigación especial de la trama rusa en torno al expresidente Donald Trump.

De regreso a 2001, tras horas de reuniones, los miembros del gobierno republicano decidieron hacer piña cantando canciones en torno a un piano mientras el presidente Bush descansaba junto al fuego. Wolfowitz se acercó al mandatario y, mientras el resto del gobierno estaba distraído, insistió a Bush en la idea de que, además de bombardear a Al Qaeda y a los talibanes en Afganistán, era necesario atacar Iraq.

Aunque en público el argumento era prevenir el terrorismo global, en privado el subsecretario de Defensa dejó claro que, más allá de eso, esta era una gran oportunidad de hacerse con el control de los campos petrolíferos iraquíes interviniendo desde el sur a través de Kuwait, aprovechando, además, que los estadunidenses ya conocían el terreno por la guerra librada diez años antes para liberar al pequeño país del bárbaro de Sadam Husein y convertirlo en aliado.

Bush se convenció. No solo podía apoderarse del petróleo iraquí, sino que atacar a Sadam permitía presentar una narrativa concreta en la que EU luchaba contra una figura conocida, visible y específica y no contra un grupo de sombras en constante movimiento sin más líder conocido que un escurridizo saudí que se escondía en cuevas. Era algo vendible en una sociedad menos líquida, parafraseando a Zygmunt Bauman, que la actual; más necesitada de relatos tangibles.

LA INVASIÓN DE AFGANISTÁN

El 21 de septiembre, Bush envió un ultimátum a los talibanes para que abandonaran su apoyo a Al Qaeda y entregaran a Bin Laden, y ante su rechazo la Casa Blanca comenzó a preparar la invasión.

Para ello, el Pentágono trabajó junto con la CIA en el plan que el director de la agencia de inteligencia, George J. Tenet, había presentado en el retiro de Camp David, que según relató el célebre Bob Woodward en The Washington Post en enero de 2002, consistía en aprovechar el largo trabajo de la CIA en la zona para presionar a gobiernos para que les ayudasen a luchar contra Al Qaeda.

De esta manera, Washington dio un ultimátum al gobierno de Pervez Musharraf en Pakistán, advirtiendo que o Islamabad se posicionaba contra los talibanes o lo hacía contra EU, en una evidente amenaza de guerra. Musharraf aceptó colaborar.

A la vez, el plan de Tenet proponía la llegada de un pequeño equipo paramilitar de la agencia a Afganistán para comenzar a coordinar operaciones. Y así se hizo. El 26 de septiembre llegaron los primeros miembros de la agencia al norte de Afganistán para entregar 3 millones de dólares en efectivo a la Alianza del Norte, un grupo de antiguos muyahidines que se oponían a los talibanes, para convencerlos de que los ayudaran, cosa que lograron.

Solo diez días después, el 7 de octubre de 2001, EU y un grupo de países aliados comenzaron una campaña de bombardeos sobre Afganistán, en lo que desataría una rápida guerra que expulsó a los talibanes hacia las montañas y sus cuevas y los recluyó en zonas rurales. Una semana después, el día 14, los talibanes ofrecieron a EU debatir la posibilidad de entregar a Bin Laden, pero pusieron tantos ‘peros’ y condiciones que la Casa Blanca decidió que era demasiado tarde para frenar toda la operación.

Lo que siguió es una historia conocida: Trece años de guerra bajo la “Operación Libertad Duradera”, que concluyeron a finales de 2014 cuando la población de EU ya había dejado de apoyar el combate contra Al Qaeda en la otra apunta del mundo y tras el asesinato de Bin Laden el 1 de mayo de 2011 en Abbottabad, Pakistán. La consecuencia de esa desescalada de las fuerzas estadunidenses la vimos hace cuatro semanas, cuando los talibanes culminaron un largo proceso de recuperación y tomaron Kabul y todo Afganistán.

TERROR GLOBAL

Pese a la caída de los talibanes, Al Qaeda logró encontrar refugio en las zonas rurales del país y en las del vecino Pakistán, y prosiguió con una campaña de ataques que llevó por ejemplo a los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, España, que dejaron 193 fallecidos y 2 mil heridos.

Desde entonces Al Qaeda comenzó a perder fuerza y actualmente la organización terrorista utiliza un esquema de menor intensidad global, centrando sus ataques no contra Occidente sino contra países musulmanes con gobiernos débiles a través de alianzas con fuerzas terroristas locales, como Al Shabab en Somalia o, en su momento, Boko Haram en Nigeria.

LA SEMILLA DE ESTADO ISLÁMICO

De vuelta a inicios de siglo en Estados Unidos, aunque Wolfowitz y Rumsfeld habían logrado convencer a Bush, quedaba el gran escollo de ganarse el favor público, que no estaba por la labor de comenzar otra guerra contra Iraq, considerando que Sadam Husein no tenía nada que ver con el 11-S.

Para ello, y para poder justificar la doctrina de guerra preventiva, el gobierno se embarcó en una campaña mediática para acusar al dictador iraquí de tener “armas de destrucción masiva”, un ambiguo concepto que incluía armas químicas y ojivas nucleares. No había prueba alguna de ello, y nunca se logró demostrar que las tuviera. Pero la masacre de Halabja, el ataque químico con el que Sadam mató a unos 5 mil kurdos en esa ciudad iraquí en 1988 en el marco de su guerra contra Irán (milicias kurdas apoyaban a Teherán) convenció a muchos de que el dictador podía planear una matanza contra EU… o entregar esas armas a terroristas.

Tras año y medio de presión, incluso Colin Powell, quien inicialmente se oponía frontalmente a atacar Iraq, se convenció de repetir el discurso de las armas de destrucción masiva (algo de lo que luego dijo arrepentirse profundamente), y el 20 de marzo de 2003 Estados Unidos bombardeaba a Sadam en Iraq.

El ejército del dictador era enorme, con cerca de 300 mil soldados, pero se fragmentó pronto bajo el fuego estadunidense y apenas cinco semanas después de la invasión, George W. Bush aterrizaba en un portaviones en la región para dar un discurso de victoria, flanqueado por una gran bandera de EU que tenía escrito “Misión cumplida”.

La realidad era muy diferente. Mientras el dictador había perdido el poder (para la historia quedó la escena de su estatua siendo derribada en Bagdad y su ejecución el 30 de diciembre de 2006), sus generales estaban furiosos por la decisión estadunidense de desintegrar completamente el ejército. Sin trabajo y furiosos, miles de líderes militares y soldados se agruparon para lanzar una larga contraofensiva bajo una agrupación que primero llamaron Al Qaeda en Iraq y luego Estado Islámico.

Así, la innecesaria decisión de ir contra un dictador brutal pero sin ninguna prueba de que fuera una amenaza para EU y con el único fin de apropiarse del petróleo iraquí regresó para perseguir a Washington. Desde hace casi una década Estado Islámico lidera el terrorismo global e incluso EU tuvo que regresar a Iraq en 2015 y 2016 para expulsar al grupo terrorista, que hoy en día continúa representando una grave amenaza para el mundo.

Cronología del día que marcó a una generación

8:46 – El vuelo número 11 de American Airlines impacta contra la Torre Norte. Unos pocos videos caseros captan el momento. "¡Holy shit!", se escucha en uno de ellos. Inicialmente se cree que pudo ser un accidente.

9:03 – Con medio mundo pegado a la televisión, el segundo avión, el 175 de United Airlines, se estrella contra la Torre Sur. Dos minutos después, el presidente Bush es informado: “Señor, Estados Unidos está siendo atacado”.

9:37 – El vuelo 77 de American Airlines se estrella contra el Pentágono.

9.59 – Se derrumba la Torre Sur, la segunda en ser atacada.

10:03 – El cuarto avión, el 93 de United Airlines, se estrella en un campo en Pensilvania tras rebelarse los pasajeros, que ya sabían de la crisis. Los terroristas lo dirigían hacia Washington.

10:28 – Cae la Torre Norte, la primera en ser golpeada.

12:36 - El presidente George W. Bush se dirige a la nación: "La libertad misma ha sido atacada. No se equivoquen, perseguiremos a los culpables de este acto cobarde".

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