
a extenuada Alicia Rovira se dejó caer en los brazos de su padre, que había ido a recogerla, a ella y a sus hijos, al puerto de Salina Cruz, en el agitado 1917. Don Félix Rovira no se imaginaba ni un fragmento de lo que su hija había tenido que pasar en los últimos años. ¡Se había ido tan feliz de Orizaba, el brazo de su marido, el capitán Ramón Arnaud! Iba contenta la chica: se había casado por todo lo alto en el Grand Hotel de France, el 24 de julio de 1908, y su marido era ya, desde 1906, gobernador de la isla de Clipperton, por designación del mismísmo don Porfirio.
Ocho años después, regresaba ella a México, viuda y con sus hijos flacos, tostados por el sol del Pacífico. Traían a cuestas una historia terrible: la tragedia de la isla de la Pasión, el viejo nombre que en los mapas españoles se le daba a la isla a la que habían ido a vivir Alicia y Ramón.
La pareja fue un juguete del azar, del destino. El gobierno mexicano había levantado en la isla un enorme faro, dotado de una lámpara de aceite con 10 mil bujías, y allí había enviado una guarnición militar encabezada por Arnaud. Fue la manera en que don Porfirio, más hábil que Napoleón III, reivindicaba la soberanía mexicana sobre el lugar.
Entre 1908 y 1913, la pequeña guarnición vivía con cierta comodidad: cada dos meses llegaba un barco desde Acapulco. Traía noticias, documentos, instrucciones y víveres, pues Clipperton, en su pequeñez, era también estéril. Lo único que fructificaba eran los cocoteros.
La tragedia pisó la isla con el estallamiento de la revolución maderista. La renuncia de don Porfirio y la llegada de Madero al poder cambiaron a México, pero para los habitantes de Clipperton solamente significó desdicha y desastre. El barco mexicano se retrasó, para angustia de los habitantes de la isla. A finales de 1911, Arnaud y su familia pudieron viajar a México, solamente para enterarse de que don Porfirio ya no era presidente y que había dejado confiado el destino de la isla a un arbitraje internacional que emitiría el rey de Italia.
Arnaud pasó un par de años en México. Cayó Madero y el gobierno huertista lo ascendió y lo envió de regreso a Clipperton, con la garantía de que ya no habría más retrasos en el barco, que era vital para sobrevivir en la isla.
Pero ni Arnaud ni Huerta contaban con que, en menos de un año, la revolución cobraría una fuerza inimaginada. El barco que viajaba con regularidad a la isla fue capturado por las tropas opositoras al huertismo, y lo hundieron. Así, fue la muerte la que se apersonó en Clipperton.
Por una goleta estadounidense se enteraron de la guerra civil, y del estallamiento de la Primera Guerra Mundial. El crucero estadunidense que ofreció devolverlos a México recibió con sorpresa la negativa del capitán Arnaud: se quedarían allí hasta que el gobierno diera nuevas instrucciones.
Arnaud no lo sabía, pero estaba firmando su sentencia de muerte. La enfermedad y el hambre había diezmado a su guarnición. Cuando rechazó la oferta de los estadunidenses, solamente quedaban 14 hombres, seis mujeres y 6 niños.
Cocos, peces, aves y huevos se convirtieron en su dieta; habrían muerto de escorbuto de no ser por los frutos de las palmeras. Los cocos, reservados para las mujeres y los niños, les dieron opciones de vida; los varones empezaron a entrar en delirio.
En septiembre de 1915, Arnaud dijo ver un barco; con sus hombres abordó una lancha para intentar alcanzarlo, pero el bote zozobró y todos murieron, si no devorados por el mar, engullidos por tiburones. Sólo quedó un hombre adulto en la isla: el farero Victoriano Álvarez.
Del farero se dijo que estaba loco; y si no lo estaba, las condiciones lo sobrepasaron. Se proclamó “Rey de Clipperton” y comenzó a abusar sexualmente de las mujeres adultas que quedaban en la isla. Desesperadas, las mujeres decidieron asesinarlo. Una de ellas, Tirsa Rendón, se puso de acuerdo con Alicia Rovira. Cuando el farero exigió la presencia de la viuda del capitán Arnaud, entre ambas lo atacaron con un martillo.
Coincidencia atroz: no bien se concretaba el asesinato del farero, apareció en el horizonte el buque estadunidense Yorktown, que recogió a los supervivientes: 4 mujeres y 7 niños, a quienes llevó a México. Sólo después de algún tiempo, se supo de la tremenda historia de los mexicanos atrapados en Clipperton.
¿Qué fue lo que ocurrió? A lo largo de los años, se ha interpretado como un error del presidente Porfirio Díaz, haber solicitado un arbitraje sobre la disputa con Francia por la posesión de la isla, que, por cierto, se resolvió a favor de Francia hasta 1931. En 1934, México manifestó su conformidad con el fallo, que no era sino la culminación de numerosos proyectos donde la ambición empresarial llevó la voz cantante.
En el curso de los últimos 300 años, han reclamado para sí la soberanía de la isla: desde imperios hasta industriales. A mediados del siglo XIX, en 1856, la Compañía Minera Estadunidense del Guano buscó hacerse con la isla. Puesto que está cubierta por toneladas de guano provenientes de los pájaros bobos que abundan en la isla, los estadunidenses vieron un negocio seguro y fructífero. Dos años después, una misión francesa declaró que Clipperton pertenecía al imperio de Napoleón III. La ocurrencia fracasó porque el enviado en aquel momento, Victor Le Coat, nunca puso un pie en la isla, levantó un acta a bordo de un barco mercante, y no se les ocurrió mejor cosa que enviar esa acta a Hawaii.
En 1898, Estados Unidos intentó, nuevamente, hacerse con la isla. Tenía en aquellos años, una ley peculiarísima, que permitía a sus ciudadanos explotar como fertilizante el guano que hallaran en cualquier isla… que no perteneciera a ningún país. El detalle era que México sí reivindicaba su soberanía sobre Clipperton.
Mientras don Porfirio daba la batalla diplomática, su canciller, Ignacio Mariscal, se arreglaba con el presidente de la Pacific Island Company a la cual le vendió los derechos de explotación, ¡por veinte años! del dichoso guano.
Esos derechos fueron comprados en 1906 por la Compañía Británica de Islas del Pacífico. Parecía que las cosas caminarían: se construyó un muelle, se llevó equipo para procesar el guano. Uno de los empleados de la compañía inglesa, el alemán Gustav Schulz, plantó trece cocoteros para aminorar la desolación de la isla. No lo sabía Schulz, pero al tiempo, esos cocoteros le salvaron la vida a los mexicanos que quedaron atrapados en Clipperton.
En 1908 la realidad alcanzó a los explotadores de guano: no hallaban mercado para su mercancía. Los precios internacionales del guano para fertilizante se iban al caño, y permanecer en la isla dejó de ser rentable. La empresa dejó Clippertón y cerró dos años después.
Pero ese par de años en que se trabajó en la isla, fueron algo parecido a la felicidad: más de un centenar de empleados operaban en Clipperton, y México construyó el faro y determinó el establecimiento de la guarnición militar que encabezó Ramón Arnaud.
La desolación es sinónimo de la vida en Clipperton. Algún explorador llegó a estimar en 4 millones la población de cangrejos que llenan en suelo de la isla. Los pájaros bobos de diversas especies constituyen el otro gran grupo poblacional de la isla. Desaparecida desde hace siglos la vegetación, apenas sobrevive un puñado de cocoteros que en más de una ocasión salvaron a los mexicanos de morir de inanición.
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